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Olvido luso a pie de cuneta

Castrelo do Val rinde homenaje a tres carrilanos portugueses fusilados en 1936

Carrilanos en las obras del ferrocarril en Galicia a principios del siglo pasado (Foto de Archivo)
Carrilanos en las obras del ferrocarril en Galicia a principios del siglo pasado (Foto de Archivo)

Hasta hace unos años, una rudimentaria cruz de madera hincada en uno de los márgenes de la antigua pista que une las parroquias ourensanas de Portocamba y Campobecerros indicaba que allí, en un pequeño vacío entre la maleza, permanecen bajo tierra los restos de Antonio Ribeiro, un carrilano portugués que cayó víctima de la metralla falangista en la madrugada del 20 de agosto de 1936. Era la forma que algún anónimo del lugar, quizás un viejo conocido del fusilado, tenía de recordar a quien por allí pasaba aquella muerte atroz, por injustificada, que había sucumbido al desliz del tiempo sepultada por el peso del olvido y la impunidad.

En la noche apacible del 20 de agosto el bullicio de la calle despertó a los ocupantes de una casa de Campobecerros que daba pensión a cuatro portugueses que trabajaban en las obras del tren de entrada a Galicia por Zamora. Los obreros lusos, de edades desconocidas, fueron arrancados de sus camas por una comitiva de guardias civiles y falangistas. La intervención del sacerdote del lugar permitió que uno de ellos, que ejercía de capataz en las obras, salvase su vida.

Para los otros tres no hubo redención cristiana. Antonio Ribeiro, Xosé María Sena y un tercero del que solo se sabe su nombre, Ramiro, fueron “paseados” por las calles del pueblo y después escoltados hasta lo alto del Monte da Ladeira. En un paraje conocido como Lombo do Marco sus vidas sucumbieron al fuego de los fusiles. “De regreso a las casas y nada más salir el sol, los falangistas obligaron a varios vecinos a subir hasta aquel alto para recoger sus cuerpos”, afirma Dionisio Pereira, el coordinador del proyecto Voces e nomes, el encargado de verter luz sobre una historia que perduró enfrascada en la memoria colectiva del lugar.

El cura no dejó
enterrar sus cuerpos
dentro del atrio parroquial

Los cuerpos de Xosé María Sena y Ramiro fueron portados en un carro de vacas hasta Campobecerros y enterrados fuera del adro parroquial por exigencia del cura. La moral nacionalcatólica impedía que los caídos del lado republicano recibiesen sepultura en lugar sagrado. Pero aquella mañana el cadáver de Antonio Ribeiro no apareció. Las alimañas lo habían adentrado en la espesura del monte durante la oscuridad. Solo unos días después, su cuerpo fue encontrado a unos metros del lugar del fusilamiento. “El lamentable estado en el que se encontraban sus restos hizo que los falangistas decidiesen enterrarlo allí mismo”, reconstruye Pereira. Casi 80 años después, en el mismo punto en que cayeron desplomados los cuerpos de estos tres portugueses, el Ayuntamiento de Castrelo do Val acaba de colocar una placa en su memoria.

“La frontera entre Portugal y Galicia guarda muchas historias de portugueses que aprovechaban la permeabilidad de la raia para huir del hambre y buscar un modo de vida mejor”, afirma la antropóloga lisboeta Paula Godinho. Las obras del conocido como “camiño de ferro”, la línea de ferrocarril entre Zamora y Ourense, comenzaron en 1928. La escarpada orografía del tramo comprendido entre la localidad castellana de Requejo y la de Vilar de Barrio hizo que hubiese una creciente demanda de mano de obra en esta zona. Solo en este tramo del tendido gallego, trabajaban más de 3.000 obreros. “Una parte eran vecinos del lugar. Pero también había mineros asturianos, jornaleros murcianos y muchos portugueses procedentes de la zona de Vinhais”, señala Dionisio Pereira.

Los obreros del tren lideraron la última resistencia gallega
al golpe fascista

Esos mismos trabajadores fueron los que, tras el golpe militar del 18 de julio, organizaron una tenaz resistencia contra la ocupación fascista en el sureste ourensano. “Algunos estudios sostienen que la última zona en caer en manos de los sublevados en Galicia es la de Tui, el 27 de julio, pero esto no es así. El último territorio que permaneció fiel al orden republicano fue esta parte de Ourense, en concreto A Vilavella (A Mezquita), que resistió hasta el 31 julio”, afirma Pereira. Dotados con la dinamita requisada de las polvoreras que servía para horadar los montes y de alguna escopeta de caza, decenas de carrilanos mantuvieron este territorio a salvo del ejército golpista en aquellos últimos días de julio. Una resistencia que, tras la entrada de los falangistas, se tradujo en una cruel represión hacia estos obreros.

La inquina fascista no distinguía entre nacionalidades. Los cálculos no son fiables, pero unos 50 obreros del “camiño de ferro” que fueron abatidos aquel sombrío verano de 1936 casi un tercio eran portugueses. Sus muertes contaron además con la connivencia del Gobierno luso. “La dictadura de Salazar fue objetivamente cómplice con todo lo que se practicó en nombre del alzamiento franquista”, afirma el profesor de la Universidade de Porto, Manuel Loff, que insite en que la historia de los tres lusos caídos en el Lombo do Marco es solo la punta del iceberg de una realidad mucho más extensa y a la par desconocida a ambos lados del Miño. Una parte de la historia compartida entre Galicia y Portugal que ahora comienza a ver la luz.

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