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música

La chica de Harlem

El Festival Día de la Música se estrena con un breve directo ‘antiespectáculo’ de Azealia Banks

La cantante Azelia Banks.
La cantante Azelia Banks.SAMUEL SÁNCHEZ

Cuarenta minutos, exactamente el doble que hace dos meses en el Coachella, cita californiana del quién es quién en la música, fue lo que duró el directo de Azealia Banks ayer en la primera noche del Festival Día de la Música. Un anti espectáculo por lo esquelético de los recursos: un dj blanco y dos bailarinas vestidas como si hubieran comprado el modelo a última hora en American Apparel. Pero un auténtico show gracias a la protagonista: poquita cosa en apariencia, 21 años, apenas metro sesenta, pantalones rojo eléctrico de cintura alta, zapatillas blancas casi infantiles, melena hasta la cintura y cuerpo de adolescente. Pero está neoyorquina de Harlem es capaz de recitar a una velocidad endiablada su escaso repertorio. Atención: en diciembre editó su primer sencillo, aun no tiene un disco largo y ya se permite ser la estrella en festivales. Precocidad es poco. Crece como artista con rapidez y seguridad pasmosa. Su arma es una combinación inédita. La música de las raves europeas, ritmos de productores sin problemas con los tópicos cuasi reggatoneros y un talento innato para el rapeo que hace que lo vulgar suene reluciente. Banks es una estrella.

Cuando salió al escenario había bajado ya un poco el sol inmisericorde que cayó toda la tarde sobre el Matadero. El gran problema de que las autoridades municipales pretendan que Madrid es Viena y quieran que los festivales acaben a la una de la madrugada es que eso obliga a los organizadores de eventos como este, a colocar las actuaciones en horas en los que la búsqueda de una sombra es un asunto de vida o muerte. Los intentos de mitigar ese hándicap con ventiladores o atomizadores de agua al aire libre o tirando de aire acondicionado a tope en los escenarios bajo techo se quedan en esfuerzo testimonial. Los milagros no existen.

El gran damnificado fue James Blake. Su refinado sonido, que fue en su día dubstep y ahora es una combinación casi perfecta de sensualidad negra y electrónica blanca, tocada por un veinteañero inglés con pinta de estudiante de Oxford, no es chill out a pesar de su languidez y requiere una atención que es difícil de prestarle en un escenario tan grande y con tanta luz. Aun así tiene una clase innegable, una voz preciosa y un enorme valor para no rebajar su repertorio en estas circunstancias adversas.

Antes de Banks y de Blake, St Vincent, chica de pueblo convertida en neoyorquina cosmopolita, como ella misma recordó, estuvo a la altura de las expectativas. Si cierras los ojos escuchas a una Sinnead O´Connor del Siglo XXI o una Björk menos pasada de rosca. Si los abres es una atractiva veinteañera con una guitarra y presencia escénica. Al pobre Twin Shadow, otro neoyorquino de adopción, le toco actuar con el sol que dándole en la cara. No logró igualar la exquisitez de su úncio disco, pero es que eso es muy complicado, y lo suplió con entrega y presencia. Aprobado.

Los beneficiados a la hora de cerrar esta crónica eran Two Door Cinema Club, cuatro imberbes chicos de Irlanda del Norte. Alumnos aventajados de Vampire Weekend y primeros de su curso muy por delante de Friendly Fires o Klaxons, han despojado a eso que se llamó punk funk ( canciones eléctricas pero bailables) de todas sus aristas sin privarlas de su fuerza. Su pop, perdón por el tópico, saltarín y contagioso, se paseó triunfal, ya caída la bendita noche por encima de 8500 personas, (un 20% menos que en la anterior edición) que lo pasaron como nunca y, perdón otra vez, estallaron de júbilo cuando sonó su éxito What you want. Con un solo disco en las tiendas y a punto de editar el segundo (se pone a la venta el 3 de septiembre) tienen todos los boletos para ser los nuevos Franz Ferdinand. Hoy el Festival compite con el España Francia, prueba heroica donde las haya de la que casi nada sale triunfante.

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