A Morante le soplan las musas
El de la Puebla corta una oreja y a César Jiménez le regalan otra
Una faena salpicada de detalles de Morante al primero. De efectos luminosos; chispazos. Se sacó al toro a los medios con la torería acostumbrada, soltando al toro con un molinete invertido (del catálogo del gran Gallito). Mano baja en la primera serie con la derecha y con el toro berreando, con la cara alta y sin humillar. Todo entre las dos rayas. Allí, pincelada tras pincelada. Los pases justos; faena breve, de las que no pesan y dejan buen sabor. El final de tan exquisito menú en tablas, donde el toro buscó su sitio preferido. De preludio a ese toro, el saludo de cinco verónicas y una media de cartel. En el quite, tres chicuelitas de mano baja y el colofón de otra media a pies juntos.
ZALDUENCO / MORANTE, JIMÉNEZ, TALAVANTE
Toros de Zalduendo. Correctos de presencia. Discretos en varas. Los tres primeros acabaron manseando. Nobles. Excelente el cuarto. Quinto y sexto algo protestotes.
Morante de la Puebla: estocada pasada (saludos); casi entera (oreja con fuerte petición de la segunda).
César Jiménez: bajonazo (oreja); casi entera perdiendo la muleta y cuatro descabellos (palmas).
Alejandro Talavante: dos pinchazos, media –aviso- y descabello (saludos); pinchazo, y media atravesada y pasada (silencio).
Plaza de Alicante, 21 de junio. Tercera de Feria. Media.
El cuarto fue el único toro que llegó a los 500 kilos, justo ese peso. Castaño con cierta alzada, que no dejó a Morante centrarse con la capa. Todo se dejaba para la muleta, para cuando aparecieran las musas que, en este caso, no estaban en paro. La inspiración se adueño de Morante. No fue una faena ligada, incluso se coló algún apurillo, pero tuvo siempre el más puro arte por bandera. Todo en el centro del ruedo, sobre la derecha. Faena expresiva y con alma. Muy sentida. Colorista. Profunda y con fuegos de artificio, que de todo hubo. Con el torero muy a gusto y el toro entregado a la causa. Sobre la izquierda un esbozo: uno sí, dos a medias, pero con el sello de la personalidad. Labor más larga de lo que acostumbra este torero. Una casi entera dejó al buen Zalduendo para el arrastre.
La petición fue clamorosa, pero solo una oreja de premio. Agravio comparativo con la otra oreja de Jiménez. Morante, molesto con el presidente, le enseñó unas gafas para que viera mejor y rechazó con rabia la oreja concedida. La vuelta fue de apoteosis y la bronca al palco muy sonora.
César Jiménez le cortó una oreja al segundo tras un bajonazo de escándalo. No importó. Pesó más en el ánimo de la gente una faena de contagiosa frescura y de muchos matices. Desde el inicio con las dos rodillas en tierra, ganando terreno hasta casi los medios, hasta los circulares finales, del derecho y al revés. En medio de tanto repertorio, una muy buena serie con la izquierda, bien ligada, de muletazos largos y de aguante en el último, cuando el toro se le quedó a mitad de suerte. Vencido el toro, que buscó refugio en la trinchera de las tablas, a Jiménez se le fue la mano al matar y dejó la espada casi en el costillar. No importó para casi nadie.
Más protestón que ninguno de los otros, el quinto. No dejó a César Jiménez encontrar el sitio. Mecánico al principio y visto lo que daba el toro, echó por la calle del populismo con los recurridos rodillazos. Ni así consiguió centrar la atención.
La espada se le atragantó a Talavante, que perdió premio seguro
Con cuatro estatuarios en los medios, pero pisando terreno variado, saludó Talavante al tercero. La rúbrica fue un pase cambiado por la espalda con la muleta en la izquierda. Un prólogo que anunciaba fiesta grande. No fue para tanto. El de Zalduendo cantó muy pronto su condición de manso y no disimuló su huida hacia los tableros. Pero no una tablas cualesquiera, sino las de toriles. Allí se sintió cómodo y se dejó llevar. Talavante no le llevó la contraria y toro y torero pactaron sin condiciones. Mejor toreo con la izquierda que con la derecha. Por aquél lado un racimo de naturales con mando en plaza; por este, suerte descargada que no fue defecto, sino virtud para que el toro no se escapara de la muleta. Una arrucina muy ajustada y las bernardinas finales, cerraron el asunto antes de la merienda. La espada se le atragantó a Talavante, que perdió premio seguro.
El sexto cumplió con la norma; una entrada al caballo y basta. Sin pensarlo dos veces, Talavante se sacó, en terrenos de la chistera un cambiado por la espalda para abrir boca. Luego vino un trabajo irregular, amontonado por momentos y de cierta inspiración en otros. En lo fundamental no hubo ritmo; en lo accesorio cumplió mejor. A todo ello, el toro, con ligero genio, hizo que Talavante tomara aire entre serie y serie. Y volvió a atascarse con la espada.
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