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ONG atropelladas por la crisis

Los colectivos que reparten comida entre los necesitados se ven desbordados por la demanda de alimentos básicos y la falta de ayudas públicas

Reparto de alimentos de la ONG Equus Zebra de A Coruña.
Reparto de alimentos de la ONG Equus Zebra de A Coruña.GABRIEL TIZÓN

Una fila muy larga de usuarios torturados por la crisis en la puerta de una asociación modesta, con medios humanos escasos y recursos económicos cada vez más flacos. Esta es la foto final de la asociación Gondwana, la entidad sin ánimo de lucro que más cantidad de alimentos repartía entre los más desfavorecidos de Santiago y de los municipios de la comarca, 56.000 kilos en la última campaña. En la que empieza el próximo mes ya no participará, porque no ha conseguido presentar a tiempo la lista de beneficiarios —unos 1.400— de un servicio que ofrecía desde hace nueve años y que terminó absorbiendo al resto y dejando el colectivo paralizado. “Al principio solo atendíamos a inmigrantes, pero al pasar el tiempo fue llegando gente española con muy pocos recursos o sin trabajo. Solo el 30% de la gente a la que estábamos atendiendo era extranjera”, explica Alexandra Soto, la presidenta de este colectivo creado en 2006 por inmigrantes colombianos, ecuatorianos y uruguayos que asumió la insospechada tarea de repartir comida entre los locales.

 Sin ayudas públicas y con una carga de trabajo ingente, Gondwana debe un año de alquiler de un local —de 400 euros al mes—en el que almacenaba la comida procedente de Cruz Vermella y del Banco de Alimentos Rías Altas, que tiene dos sedes, una en A Coruña y otra en Santiago, y que a su vez recibe los excedentes de comida de la Unión Europea, a través del Fondo Español de Garantía Agraria (FEGA). La asociación recogía los alimentos en A Coruña, así que a la factura anterior sumaba la del transporte. “Al tener tal cantidad de comida nos era imposible meterla en el piso que usábamos para reunirnos, porque se nos vendría abajo. Yo misma hablé con todas las concejalas de asuntos sociales habidas y por haber para ver si nos podían ceder un local en el que almacenar los alimentos, pero a la hora de la verdad nos dieron con la puerta en las narices”, se queja Soto. Como la mayoría de los voluntarios de la asociación, tiene un trabajo que le ocupa la mayor parte del día, y así es difícil hacer frente a la avalancha de demandantes.

Los exiguos ingresos de los hogares se reproducen en ONG y otras entidades sin ánimo de lucro que se encargan de la distribución de productos básicos, especialmente en los colectivos más débiles, obligados a adaptarse a marchas forzadas a una crisis de dimensiones desproporcionadas. “Todos los días hago paquetes de emergencia, esto es casi como multiplicar panes y peces”, añade Hortensia González, la presidenta de la Asociación Afan de Freixeiro, de Vigo, una entidad con más de 30 años a sus espaldas en el reparto de víveres. Este año, y pesar de que mantiene convenios con el Ayuntamiento y de la Diputación de Pontevedra, todavía no ha recibido ninguna subvención que le suavice la constante llegada de nuevos solicitantes, una cifra “que no baja de diez personas por semana”. El colectivo Afán recibe una parte de los alimentos que distribuye del Banco de Alimentos de Vigo y el resto lo consigue a partir de donaciones privadas, que reparte en bolsas de entre 15 y 20 kilos cada ocho o 15 días.

“La Administración colabora poco y tarde. Le estamos sacando problemas”

“Las administraciones colaboran muy poco y muy tarde, y nosotros no tenemos más patrimonio que nuestro trabajo. Les estamos sacando los problemas de la calle”, continúa González, que en el día a día se vale de tres personas más para mitigar la apretada situación de los hogares vigueses, “los que están en peor situación de toda Galicia”. Los usuarios finales del Banco de Alimentos de Vigo —estas entidades funcionan siempre como intermediarios, por norma no reparten a particulares, sino a ONG y asociaciones, entre ellas las sedes parroquiales de Cáritas— pasaron de 14.000 a 20.000 desde 2011. Su presidente, Pedro Pereira, que acaba de recibir la llamada de una empresa que importa bananas de Ecuador, asegura que en el último año las donaciones han aumentado “una barbaridad”.

“Tratamos de que el reparto sea lo más justo y transparente posible”, recalca José Pita, responsable de la sede compostelana del Banco de Alimento Rías Altas, que distribuye comida entre unas 500 entidades de la provincia de A Coruña. Sobre el caso de Gondwana, precisa que es imprescindible que las entidades informen “de a cuánta gente atienden, a cuántos niños y a cuántos ancianos”.

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Un modelo más exitoso, y más resistente a la sequía de ayudas, es el del economato social de la ONG coruñesa Equus Zebra, que ofrece alimentos diariamente a cerca de 200 personas y acepta pagos “de entre 50 céntimos y un euro”. Entre donaciones y contribuciones de los usuarios, “el sistema se financia por sí mismo”, defiende su presidente, Víctor Omgba, que explica que “la caridad no funciona bien porque provoca cierto sentido de culpa”.

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