Álvarez Gándara, el compromiso renovado

Singular personaje el que nos mira desde las escaleras del Pazo de Xustiza vigués. Quizás no podía ser de otro modo en quien es parte de singular linaje que desde el primero de los Álvarez, de tierras sanabresas, asienta en Pontevedra en 1857, adquiere leal compromiso con el país y dio y sigue dando padrón de ciudadanos, escritores y periodistas, pedagogos, artistas e investigadores, bibliófilos, libreros y editores, activistas culturales, letrados, políticos... mártires. Hasta hoy cinco generaciones de manifiesta creatividad y sazonado provecho. Cuánta gratitud se debe a los que labraron esta secuencia de ininterrumpida entrega a la construcción de la nación.

Alfonso Álvarez Gándara pertenece a la cuarta generación y prosigue en la ruta del compromiso renovado. Como muchos de su estirpe, posee aptitudes para cultivar, y bien, diversos quehaceres, entre ellos los de jurista, escritor o político. Letrado de contrastado prestigio, con notoria presencia en las organizaciones profesionales, decano del Colexio de Avogados de Vigo, expresidente del Consello da Avogacía Galega, miembro del Consejo General de la Abogacía Española, asiduo defensor ante el Tribunal de Orden Público del franquismo; articulista lúcido, de agudos análisis sobre el gallego, el conflicto idiomático, los derechos humanos, algunos con importantes premios, o de cuestiones más técnicas del mundo del foro —pena que no se prodigue como escritor, quien se lee con el deleite con el que se bebe un buen vino—; político de cerna, iniciado en el galleguismo por familia y en torno a algunos de los protagonistas que lo reorganizaban en la negrura del franquismo. En aquella especie de escuela de verano de Coruxo, asumió desde mozo la reivindicación de los derechos y libertades de un viejo pueblo y de su genuina personalidad colectiva.

En defensa de esta opción destacó en la lucha clandestina de los años sesenta. En política, a la que estaba llamado por cualidades y vocación, fue ejemplo de coherencia y lealtad. Tal vez por ello soportará la mezquindad de algunos. Permaneció siempre en el anillo de la nación, ajeno a los cantos de sirena de esa otra política, de espaldas al país, a la que no pocos se asieron. ¿Qué ocurre en esta Fisterra, fondal de culturas, que contando con excelentes mimbres no se remata el cesto como debiera?

Úneme amistad de años con el personaje. Retratista certero de protagonistas y hechos, lo tengo por guardador y transmisor de ese tesoro que es la memoria histórica. Ni dogmático, ni sectario, discutidor hábil y contundente, de finura británica e ironía galaica, uno agradece su conversa amena en sobremesa demorada, diáfana la amplia formación intelectual, en la que con perspicacia penetra en las complejas dimensiones de las mudanzas que están marcando el mundo actual.

Traigo aquí otra faceta, menos sabida pero igual de singular; ese sentido del humor que practican con ingenio los Gándara y los Cáccamo. Bien puede acreditarlo Avelino Abilleira, quien con mayor destreza caracterizaría a este patriota, intelectual y celtista de ley (y sufridor) que es Alfonso Álvarez Gándara.