El teatro avisa: “No valemos para otra cosa que para estar aquí”
El teatro planta cara a su aislamiento institucional
Con la escena sometida a un fraccionalismo de raíz económica, resultado de unas políticas más ajenas que nunca, gente había a las puertas del Teatro Rosalía de Castro, el pasado martes, simulando esperar discursos prerrevolucionarios. Teatreiros, pocos. “Todo es tan cutre, tan cutre...”, lamentaba uno de los escenógrafos menos cutres de España. “Y es que son muy rancios”.
Sobre la alfombra roja, antes de la gala de los XVI Premios María Casares, respondieron el superconselleiro Jesús Vázquez y el responsable del negociado cultural, Anxo Lorenzo. Cuestiones de política cultural: cómo se despide a una directora del teatro público —tres directoras en cinco años— 15 días después de presentar la temporada, o si el hecho de que la escena pida la dimisión del responsable de Industrias Culturais, el ausente José Carlos Fasero, da que pensar.”Cuando hay cambios, hay una renovación de los equipos para que un conselleiro pueda trabajar con uno de la mano, conjuntamente, en favor de la cultura”, dijo Vázquez. “Eso pregúnteselo a la ex directora del Centro Dramático”, agregó Lorenzo. “Las cuentas las lleva la responsable del centro de producción”. Por estatutos, en realidad, el responsable de los números es el gerente de Agadic. En diferentes guarniciones, Industrias Culturais —fast hero, Fasero y yo— estuvo allí. Sin excesos. Como las alusiones a la destrucción en los centros nerviosos del paisaje o la desprotección del idioma, también en TVG. O el rostro humano del empresariado gallego en el mensaje de Patricia de Lorenzo, mejor actriz principal por Citizen Total, la obra de Chévere que reconstruye un éxito personal con los pies en la tierra: “A todas las mujeres que cosen para levantar el imperio Inditex y que hoy, abandonadas, sienten rabia ante las noticias de éxito de Amancio Ortega”.
Los celebrados sketches de la compañía Obras Públicas no incluyeron desajustes de última hora. Alguna discusión para abrir el palco de autoridades del Rosalía, por ejemplo, al no comparecer el alcalde coruñés, Carlos Negreira. Estaba invitado, pero a esa hora decidió acompañar el Paso de la Piedad en su debut como cofrade.
El tardío triunfo de Chévere, la compañía residente de la desaparecida Sala Nasa, con su Citizen Total (premio de honra Marisa Soto a la Nasa y cinco jarras, entre ellas las que nunca recibió Chévere: dirección y espectáculo), fue el resumen de la gala. “No estamos ciegos”, improvisó después el director, Xesús Ron, que llamó a hacer “teatro entre todos”. La primera admonición fue cosa de Morris, el presidente de los actores. Fue él quien invocó, ante un atrezo de ruina, el teatro pobre de Jerzy Grotowski. El polaco que aclaró en los 60 que para hacer teatro bastan dos cuerpos: un actor y un espectador. Por si acaso, valga el cierre musical de los María Casares: “No valemos para otra cosa que para estar aquí”. De la fijación por el origen se ocupó, entre otros, Evaristo Calvo, mejor actor por Oeste solitario. Aludiendo a la antigüedad del teatro, el más político de los antiguos géneros: “Vosotros sois muy jóvenes y hacéis chistes sin gracia; si no tuviérais el público cautivo que tenéis, os iríais al carajo enseguida”.
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