Los turistas que visitan Barcelona se encuentran con una ciudad atípica
Alrededor del mediodía, en la Rambla los visitantes caminaban por una calle fantasma
Antes de que el olor a contenedor de basura quemado impregnara el centro de la ciudad, los termómetros rozaban los 20 grados, el sol brillaba con intensidad y hasta se podía ver brotar las hojas de los árboles. El día de ayer, uno perfecto de primavera, invitaba al paseo. El temor de que algo gordo pudiera pasar en cualquier momento, sin embargo, llenaba el ambiente. Hasta los miles de turistas que caminaban por el centro y las playas lo notaban. Barcelona en huelga no es la misma de siempre.
Desde primera hora muchos ya se preparaban para lo peor. “Pura precaución”, se justificaba María Rodríguez para no abrir por completo la puerta de su pequeña mercería en el Eixample barcelonés. Para entrar en el local había que hacer un ejercicio de equilibrismo y los compradores se las apañaban como podían. El resto de los comercios de la calle permanecían cerrados. “Solo atiendo a los clientes que conozco. La cosa está muy mal, pero no me puedo permitir cerrar un día”, admitía la vendedora.
La visión en La Rambla era igualmente curiosa. Los mismos turistas de siempre caminaban por una calle fantasma, donde a las once de la mañana solo dos estatuas humanas deleitaban a los peatones con sus actuaciones y los quioscos de prensa, los de helados y las antiguas pajarerías estaban cerrados a cal y canto. Salvo algunas tiendas de recuerdos, la mayoría de los negocios mantenían sus persianas a medio levantar. La falta de actividad hacía relucir aún más el mercado de la Boqueria, que sí abrió sus puertas. Los del Poblenou y Hostafrancs no lo pudieron hacer por presencia de piquetes.
“Habíamos oído que las cosas en España estaban difíciles, pero no nos imaginábamos esto”, se quejaba Andrea Vaiuso, un turista italiano que, junto a su mujer, miraba con frustración la puerta cerrada del Museo Picasso. Este centro y el Blau fueron los únicos que no abrieron en la jornada de ayer. La fila para entrar en la Sagrada Familia era la misma de siempre. “Hoy, lo que veamos por la mañana; por la tarde nos encerramos en el hotel”, explicaba el profesor de un grupo de estudiantes franceses. En los alrededores del templo las persianas de los negocios y las terrazas estaban totalmente abiertas.
Este escenario contrastaba con el de la Barceloneta, el frente marítimo y la Rambla del Poblenou. Allí, en las terrazas estaban las sillas apiladas. Muchos paseaban, pero nada de cervezas y patatas al sol. En el Poblenou, varias entidades bancarias tenían pintadas en sus fachadas, y algunas, los vidrios rotos. En las inmediaciones del Clot, a primera hora varios contenedores de basura habían sido vaciados. Los servicios de limpieza no pudieron prestarse por culpa de los piquetes.
La bicicleta fue uno de los medios de transporte favoritos del día, ante la reducción del transporte público. El Bicing tampoco se escapó del vandalismo. Al menos 15 estaciones sufrieron ataques y las ruedas de 81 bicicletas fueron pinchadas.
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