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HUELGA GENERAL CONTRA LA REFORMA DE RAJOY

El comercio, de los cierres preventivos a la huelga de consumidores

Las tiendas bajaron la verja de forma generalizada en el centro de las ciudades

Una miembro de un piquete informativo habla con las dependientas de un comercio en Santiago.
Una miembro de un piquete informativo habla con las dependientas de un comercio en Santiago.ANXO IGLESIAS

La huelga tuvo una incidencia notable en el comercio gallego. No tanto por el tradicional baile de cifras de seguimiento (un 90%, según las centrales convocantes, “desigual” y por presiones, según la Federación Gallega de Comercio). O por el mayor o menos éxito en los cierres temporales de las grandes superficies de referencia (El Corte Inglés de Vigo amaneció cerrado, el de A Coruña abrió todo el día). La convocatoria de ayer fue la primera en la que los convocantes quisieron y consiguieron en algunos casos extender el cierre al horario de tarde. E independientemente de la acción de los piquetes, hubo en las ciudades un considerable número de tiendas que ni llegaron a abrir, sea para evitarse problemas, por compartir reivindicaciones o para sumar las propias. Y las que abrieron se encontraron con una apreciable huelga de consumidores, tampoco se sabe si por causa de la voluntad, de la precaución o de la economía.

Amanecieron cerrados, y así siguieron, a diferencia de lo sucedido en las convocatorias anteriores, la mayoría de los establecimientos de los centros urbanos de Vigo, Ferrol, Santiago, Lugo u Ourense. Los más reacios, los de hostelería. En A Coruña, los integrantes del numeroso piquete-manifestación que recorrió desde poco antes de las 10 de la mañana el distrito comercial por excelencia, el Ensanche, poco más hicieron que vocear consignas y empapelar puertas y escaparates con pegatinas reivindicativas. Ni siquiera, pese a circular por la calzada, provocaron el más mínimo atasco de un tráfico inusualmente escaso, pastoreado por un par de municipales en bicicleta coordinados con los líderes del piquete.

El macrocentro coruñés Marineda City abrió pero estuvo casi desierto

En el paro de 2010, el 29-S, se habían producido forcejeos con guardas jurados y algún cruce verbal con clientes. Ayer, aparte de algún debate con transeúntes con vocación de tertulianos, lo más fuerte que se oía era un “¡no ser burros!” espetado al personal resguardado tras las persianas metálicas a media asta. Sí hubo más que palabras —botes de humo de colores— en un par de oficinas bancarias. Una de NGB y otra, la delegación del Banco de España —”¡aquí está, la cueva de Alí Babá!”—. Un militante de CC OO fue identificado y cacheado por una patrulla de la policía local, a requerimiento de una señora que se declaró sobresaltada por los petardos. “Es que la legislación es muy ancha…”, se justificaba el agente ante el círculo de sindicalistas, que ironizaba sobre su compañero: “¡Pedro, vas a ser trending topic en Facebook!”. “Esto es un paseo para hacer tiempo hasta la manifestación”, se sinceraba un veterano. “Querer que se sumen a la huelga los pequeños empresarios y los autónomos es específico de España”, confesaba el asesor de un sindicato.

La Federación de Comercio dice que la mayoría cerró por presiones

Marineda City, según su publicidad, es la mayor concentración de España de comerciantes, grandes o pequeños. El centro como tal abrió sin problemas, y todas las tiendas. Pero los clientes no parecieron querer aprovechar la ocasión. A las 11.30, las únicas personas que transitaban por la enorme plaza interior eran cuatro trabajadoras de la limpieza que habían finalizado su hora y media de trabajo y tres niños alternando el disfrute de un patinete. En los enormes pasillos desiertos, la sinfonía habitual de brillos, colores y música ambiente parecía más la banda sonora de un thriller que una invitación al consumo. “No, otro día a esta hora hay mucha más gente”, aclaran dos dependientas que observan el ambiente en la puerta de la tienda: “Miramos a cada persona que pasa para ver a dónde va”.

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En todo un pasillo solo se ve una niña pequeña, jugando en un sillón. A 50 metros la vigila su padre, sentado en otro. “Como la niña no tenía clase y le gustan estos sitios…”, se justifica Francisco, funcionario que acaba de cumplir con un servicio mínimo, mientras aparece su esposa, Lidia, que proclama sin complejos que ha hecho huelga. El esquema padres con niño se repite en la docena de personas que se pueden ver por los pasillos. Media hora más tarde, en Ikea, la única de las mesas para tomar un tentempié ocupada lo está también por una familia. Solo está en servicio una de las 34 cajas. Y no hay ningún cliente al que cobrarle.

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