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JAN DE COCK |Teólogo belga

“Un preso es más que su delito, en cada persona hay algo bueno”

El teólogo Jan de Cock en la sede de Alboan en Bilbao.
El teólogo Jan de Cock en la sede de Alboan en Bilbao.LUIS ALBERTO GARCÍA

El teólogo belga Jan de Cock está convencido de que “en cada persona hay algo bueno”, pero hay que preocuparse de encontrarlo. Sus primeras experiencias como miembro de un equipo pastoral en una cárcel de Bélgica, su país natal, y en otra de Chile durante la dictadura de Pinochet le empujaron a tratar de entrar en otras prisiones para vivir “desde dentro” la realidad que se respiraba en ellas. Ya ha estado en 145. Entre rejas ha encontrado valores que no esperaba, como la “paciencia, la creatividad y la alegría”. El pasado jueves dio una charla titulada Hotel Prisión. Viaje de un trotacárceles por el mundo, organizado por Alboan, la Universidad de Deusto y la Fundación Ellacuría.

Pregunta. ¿Por qué decidió entrar como reo en cárceles de todo el mundo?

Respuesta. Había trabajado con niños de la calle durante la dictadura de Pinochet y en un momento dado, teníamos a muchos de ellos en la cárcel de Talca, la mayoría adictos a un tipo de pegamento. Robaban para conseguirlo. Cuando la mayoría de nuestros clientes se encontraban en la cárcel, me pidieron que entrara a trabajar allí a jornada completa. No tenía muchas ganas, porque mi vocación era la calle. Pero pensé: “Somos idealistas, vamos a cambiar el mundo. Vamos a animar a esa gente, a convertirles”. Pero fue al revés. Llegué a ser una persona más feliz gracias a ellos. En cada persona siempre había algo bueno, cada preso es mucho más que su delito. Me dije: “Solo ganaré credibilidad si lo vivo desde dentro”, pero en Chile no fue posible. El alcaide me dijo que primero tendría que cometer un delito. Me propuso robar un pollo o una gallina para justificar mi ingreso. Cuando le pregunté cuánto me caería por hacerlo me dijo que lo mínimo, cinco años. No lo hice.

Perfil

Jan de Cock (Brecht, Bélgica, 1964) es un teólogo que antes de iniciar su periplo por cárceles de todo el mundo, fue profesor de primaria. En 2003 la editorial belga Lannoo publicó en flamenco su libro Hotel Prisión, que detalla su paso por 145 cárceles, que más tarde fue traducida al alemán y al francés. En breve se publicará en español e inglés. De Cock trabaja media jornada en el Hospital de Amberes como agente pastoral.

P. Y buscó otras vías.

R. Me puse a escribir a embajadas y consulados para pedir permiso. En un año pasé por 67 cárceles y en 39 logré hacer noche. Esa experiencia cambió mi vida porque viví el infierno. He visto cosas que no podía imaginarme. A la vez, también viví cosas lindas, el cielo también existe ahí. Eso me llevó a publicar mi libro. Después de ello, seguí recibiendo invitaciones para ir a otras cárceles. En 2005 viví un mes en una cárcel del Congo. No había agua, tenían dos muertos por semana, la cárcel estaba a punto de caerse, no habían comido nada en quince días…Cuando iba saliendo de esa cárcel, el alcaide, desesperado, me pidió ayuda. Nuestra ONG, Within Without Walls, inauguró una cárcel nueva en 2008.

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P. ¿Cuál es el máximo periodo que ha pasado en una cárcel?

“En las cárceles japonesas solo se puede hablar una hora al día”

R. Ese mes en el Congo.

P. ¿Cuál fue su primera experiencia en una prisión como reo?

R. Fue en Ruanda, en una cárcel para 2.000 personas, aunque éramos 7.000. Teníamos 40 centímetros de espacio cada uno. Ahí descubrí la sobrepoblación de las cárceles.

P. Nunca ha estado en una cárcel española. ¿Por qué?

R. Solicité entrar en muchos países, pero en Europa fue más complicado porque decían que no podían garantizar mi seguridad y que sus cárceles estaban llenas. Solo después de la publicación del libro se abrieron las puertas en Holanda, Austria, Suiza…España está en la lista todavía.

P. En Guantánamo está vetado.

R. No he dejado de solicitar entrar, pero la respuesta es silencio. Por cada cárcel a la que he logrado entrar, hay tres o cuatro con las puertas aún cerradas.

P. ¿Qué otras prisiones desearía visitar?

R. Abu Ghraib, en Irak, las siberianas y alguna en Israel para conocer la realidad de los palestinos encarcelados.

P. Cuando no le permiten entrar a alguna prisión comete delitos.

“A veces cometo delitos para poder entrar. En China lo logré con flores”

R. Suelo negociar con las autoridades. En unos casos influye la suerte, en otros, como en China, no hay manera de entrar. Pero quería ver el interior de una celda china, así que compré un ramo de flores junto a la plaza de Tiananmen. Allí hay decenas de soldados. Coloqué en cada flor papelitos en los que se podía leer: Paz y Libertad en chino. Me acerqué al primer soldado, le ofrecí una flor y la cogió. El compañero que estaba junto a él la rechazó, así que se la coloqué en la solapa. Cuando llegué al décimo soldado oí sirenas y llegó la policía. Llevaba una bolsita con un paquete de galletas de chocolate y pensaron que era una bomba. Ese delito fue suficiente para encarcelarme. No quedé conforme porque me metieron solo en una celda, así que no pude escuchar a otros internos.

P. ¿Cuál es la peor experiencia que ha vivido entre rejas?

R. Aún tengo pesadillas con una cárcel en Haití. Nos metían a 18 en una celda de diez metros cuadrados. Lo horrible era que no te dejaban salir para la caminata diaria, como en cualquier cárcel del mundo. Había personas que llevaban ocho años así. Teníamos un balde para hacer nuestras necesidades. Las mujeres tenían una ventaja: podían salir para limpiar el balde de los hombres. Se corría el riesgo de perder la condición de ser humano. En Japón solo se puede hablar una hora después de la cena.

P. Habla de los presos en muy buenos términos, pero muchos han cometido graves delitos.

R. No lo quiero pintar todo bonito. Para nada. Hay momentos en los que me he sentido amenazado, intimidado. Pero también hay personas que sufren patologías, como esquizofrenia. Como ONG, defendemos un trato humano a esas personas. Quien ha cometido un delito pierde su derecho a la libertad. El drama es que en muchos países le quitan otros derechos. Hay que vincular a esas personas más con el mundo de fuera porque en cinco años, la mitad de la población europea reclusa va a salir de las cárceles.

P. ¿Cómo le han cambiado estas experiencias como persona?

R. Cuando conozco a un interno que me cuenta los detalles de su crimen, me quita el sueño y al día siguiente me cuesta un mundo entrar de nuevo a su celda. Soy un gran defensor de la justicia y espero poder comprometerme hasta el último día de mi vida con las víctimas también. Pero intento levantarme cada día con una idea: “Jan, a ti no te toca juzgarles una segunda vez”. A los demás nos toca seguir creyendo y buscando lo positivo. Algunos han cometido delitos muy graves, pero algo en ellos me inspira cuando demuestran su confianza, su sencillez. La tentación de identificar a una persona con su crimen es grande. Tendré que hacer un trabajo permanente hasta el último día de mi vida para poder acercarme incondicionalmente a esa persona. No siempre es fácil.

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