Los amigos de Port Vell
Los vecinos temen que se cree un gueto de enorme impacto social para los barrios colindantes
Tengo un par de amigos viviendo en barcos amarrados en Port Vell. Gente normal, con actividades en tierra normales, pero con una extraña predilección por dormir sobre agua, una sensación difícil de transmitir para quien no la haya probado nunca. Mis amigos coinciden en que la vida a bordo aporta un intangible de enorme valor en el orden de lo imaginario: la posibilidad real, física, de largar amarras en cualquier momento para emprender El Gran Viaje. Poco importa que no lleguen a realizarlo jamás, y que a lo sumo se limiten a darse una vuelta por Menorca durante las vacaciones de verano: el sueño de la singladura sin regreso, del kavafiano “más lejos de los árboles caídos”, les mantiene en un estado de permanente vigilia y les concede un plus literario de enorme rentabilidad: ligan lo que no está escrito.
Pues bien, parece que esos amigos ya no son gratos en Port Vell. La marina que gestiona los amarres, en la que es mayoritario desde julio de 2010 el grupo inversor británico Salamanca Investments, tiene en mente otro tipo de target: el millonetis —así lo llamaba el viejo Tebeo— propietario del yate de hasta 180 metros de eslora. No hay muchos de esos en este mundo: exactamente 3.064, según informaba recientemente en estas páginas el compañero Camilo S. Baquero. El proyecto, que tiene por modelo el puerto de Palm Beach en Florida, fue presentado en la última feria del yate de Mónaco, el pasado otoño. Palm Beach, Mónaco: no, decididamente mis amigos no encajan ahí, ellos son más de calita de isla griega. Marina Port Vell ya les ha comunicado que vayan buscándose una nueva dársena donde mecer sus sueños.
El proyecto, que cuenta con el apoyo de la Autoridad Portuaria de Barcelona (APB) y del que el alcalde Trias, que en su última conferencia en el Colegio de Periodistas, valoró que generará “riqueza” —el becerro dorado en tiempos de crisis, aunque el Ayuntamiento aún no se ha pronunciado oficialmente—, ha empezado a levantar las protestas vecinales. La activa Asociación de Vecinos de L’Òstia ha promovido el manifiesto Reformar el Port Vell, en benefici de qui?, que en apenas 10 días ha recogido cerca de 400 adhesiones (pdefensabarceloneta@yahoo.es). Y el miércoles pasado los vecinos dieron a conocer las alegaciones presentadas al plan (que actualmente se encuentra en fase de exposición pública), empezando por la falta de transparencia informativa por parte de la APB: Gala Pin, miembro de la citada asociación, denunció las rocambolescas trabas con que se encontraron para hacerse con una copia del proyecto, que acabaron obteniendo en un DVD al precio de 10 euros, en lugar de los 384 que les fueron requeridos inicialmente por el juego de fotocopias (la asociación recibe 340 euros anuales de subvención oficial…). A parte de eso, los vecinos consideran que va a crearse un gueto privado de enorme impacto social para los barrios colindantes, que se verán irremisiblemente alejados del mar, pues entre otras cosas está previsto crear un cinturón de seguridad antipaparazzi que garantice la privacidad de los happy few de los yates. En cuanto a los beneficios que debería reportar la inversión de 25 millones de euros, son más bien pocos para la ciudad, según mis amigos de Port Vell: estas superembarcaciones llevan sus propias tripulaciones (en su mayoría del Reino Unido), que cambian cada par de años para que no establezcan lazos demasiado estrechos y virtualmente peligrosos con la población local.
Como señaló Lluís Rabell, vicepresidente de la Federación de Asociaciones de Vecinos de Barcelona, en la rueda informativa del miércoles, la coincidencia de esta reforma de Port Vell con el proyecto Eurovegas del Baix Llobregat hace pensar en que nos encaminamos hacia un modelo privatizado de Barcelona y de su área metropolitana que solo mira al beneficio económico inmediato. Y todo ello realizado con una notable falta de transparencia democrática: en la página web de Salamanca Investments ya se venden los amarres de lujo, al tiempo que se da por seguro que la reforma, empezada con la eliminación de los pantalanes frente al Museo de Historia, estará lista este mismo otoño. La APB se muestra más cauta: asegura que las obras en curso para afianzar el muelle estaban previstas desde antes de concebirse los planes de reconversión de la zona.
Pero hay otra coincidencia en este asunto todavía más sospechosa desde el punto de vista simbólico: la muerte, a finales del mes pasado, de Manuel de Solà-Morales, el urbanizador del Moll de la Fusta, primer atisbo de apertura de la ciudad al mar antes de la gran obra de las playas olímpicas. Aquel modelo Barcelona de gran éxito está hoy en fase de liquidación, conforme desaparecen quienes lo impulsaron. Mis amigos de Port Vell son conscientes de esto y se preparan para El Gran Viaje, que tal vez deberán emprender ahora no por elección, como siempre pensaron, sino por pura obligación.
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