Mágica embestida
Tras el programa oficial, dedicó al público seis propinas, como si no quisiera alejarse de su piano
Es un hombretón enorme, al que el frac le sienta fatal y que no parece nada conforme con el cuerpo que la caprichosa naturaleza ha decidido atribuirle. Sale a escena con gesto casi arisco, como un jabalí que va directo a las teclas, tras saludar furtivamente desde detrás del piano. Siempre lo hará así a lo largo de la noche: como ocultándose, como si le sobraran los aplausos, como si no supiera dónde meterse. De hecho, en la segunda parte, entre las Variaciones sobre un tema de Haendel, op. 24 y los Intermezzi, op. 117 de Brahms, ni siquiera se levanta de la banqueta: aguarda como un fósil a que el respetable calle para atacar la seguna pieza de una embestida.
GRIGORI SOKOLOV
Obras de Rameau, Mozart y Brahms.
Temporada Palau 100. Barcelona,
Palau de la Música, 20 de marzo.
Y sin embargo, Grigori Sokolov no es huraño. Según su costumbre, acabado el programa oficial, dedicó al público hasta seis propinas, como si no quisiera alejarse nunca del enorme Stenway de fauces abiertas con el que había estado intimando toda la velada (y que, por cierto, empieza a dar claros síntomas de desfallecimiento: al final del recital la afinación iba de lo más justa, y eso que en la media parte un técnico había intentado reanimarla). Ocurre que Sokolov (San Petesburgo, 1950) es único: tal vez sea ese el adjetivo más repetido para definir su posición en el pianismo contemporáneo.
Se puede estar de acuerdo o no con sus interpretaciones, por supuesto. A este cronista le interesó mucho más la Suite en re de Rameau que abrió el programa y los dos Brahms ya citados que la Sonata n. 8 en la menor de Mozart que cerraba la primera parte. No porque la interpretación de esta no fuera perfecta y de gran profundidad, sino porque le faltaba el punto de arrebato que tradujera el impresionante contenido prerromántico de esta página extraterrestre. En cambio, cuando la fuerza de la obra recae en su estructura, como son los casos de Rameau y Brahms, entonces Sokolov da con su impresionante articulación de dedos, el parco uso del pedal y la gravedad que concede a cada nota ese plus que la convierte en una versión como fuera del tiempo de un clásico al que nos es concedido escuchar en vivo por un extraño capricho de los dioses. No es de extrañar que para sus grabaciones Sokolov prefiera el directo: la imposibilidad de volver atrás y, en consecuencia, la necesidad de traducir la obra de una embestida única y mágica es lo que le confiere ese magnetismo basado en el sonido puro, despojado de todo efectismo y hasta de todo virtuosismo, a pesar de que en toda la velada no se le oye la menor vacilación. Decididamente, un grande del piano.
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