Don Francisco de Goya coge el AVE
Los fondos del Prado viajan a Barcelona para una exposición de un centenar de obras La cita coincide en Caixafòrum con otra sobre Delacroix
Goya ha salido del Prado para recalar en Barcelona, y este breve viaje le ha sentado muy bien, lo ha iluminado con otros tonos, otros matices, de la misma manera que cuando en casa cambiamos de lugar un objeto y de pronto adquiere cualidades insospechadas. Ver El pelele al lado de La maja vestida, o los retratos de Floridablanca y del melancólico Gaspar de Jovellanos casi mirándose, y encontrarse con la intensidad del autorretrato de 1815, en el que el pintor se retrata como artista, sin los pinceles, con su propia frente como discurso central, es una experiencia que añade capas y dimensiones a la figura y la obra del genio aragonés.
Son casi un centenar de obras procedentes del Museo del Prado las que forman la exposición Goya. Luces y sombras, que desde ayer y hasta el 24 de junio pueden verse en Caixafòrum de Barcelona, coincidiendo —y esta es una de las circunstancias que la hacen aún más especial— con la antológica dedicada al gran pintor romántico francés Eugène Delacroix; en el mismo museo, casi pared con pared y gratis en ambos casos. Goya no es un romántico; llega allí donde arranca Delacroix. Aunque es el francés quien queda fascinado con Los caprichos cuando pasa por Madrid en 1932 camino del norte de África y los usa como modelo para su serie sobre el Fausto de Goethe. Podrá comprobarlo el visitante, porque ambas series están ahora en Caixafòrum.
Pudo haber influencias en sentido opuesto, al menos así lo apuntaba ayer Manuela B. Mena, la jefa de conservación de Goya del Prado, que ha comisariado la exposición junto con el jefe del departamento de dibujos y estampas del museo, José Manuel Matilla, señalando el viaje de Goya, ya exiliado, a París y su posible visita al Salón del Louvre, donde ya se exhibía el trabajo de los pintores románticos y, más concretamente, su novedosa aproximación al retrato. Y probablemente viera La matanza de Quíos. Lo cierto es que en las pocas semanas que lleva abierta al público la exposición de Delacroix, ya la han visitado más de 60.000 personas, y han pasado casi 35 años desde la última de Goya en Barcelona, lo que anticipa auténticas avalanchas en los próximos meses. Para asimilarlo, Caixafòrum ampliará su horario y abrirá los martes y los jueves hasta las 22.00 horas.
La exposición de Goya está estructurada de forma cronológica y recorre prácticamente todas las etapas de su vida, e incluye piezas realizadas con casi todas las técnicas pictóricas que utilizó: óleos, dibujos, cartones, estampas e incluso cartas manuscritas. “No es una antológica”, dijo ayer el director del Prado, Miguel Zugaza, “pero sí una antológica de Goya en el Prado, ya que hemos construido un relato verosímil que le muestra en todas sus vertientes: como pintor de la corte, pero también como dibujante y grabador, y como un hombre comprometido con el tiempo que le tocó vivir”.
Mena, por su parte, estaba especialmente satisfecha con el resultado final de su trabajo. “Aunque se trate de Goya”, dijo, “no se puede decir que todo está contado”. Entre otros aspectos, ha querido incidir en el mito del supuesto amor del pintor por los toros, destacando que Goya “pinta la tauromaquia como la guerra” y que muchos de sus cuadros son una crítica feroz, no tanto de las corridas como de “la muerte de los toros a manos de la canalla”, precisamente en un momento histórico en el que se prohibió la fiesta por los desmanes que provocaba. La crítica social se extiende a las costumbres, como la que se da en el cartón del tapiz La feria de Madrid, donde aparece la figura de una lavandera agarrada del brazo de su marido señalando con el abanico un mueble con un espejo, que le gusta. “Las lavanderas eran consideradas mujeres fáciles y Goya utiliza el símbolo del espejo para aludir a la vanidad femenina”.
Extraordinaria es la carta de Goya a su amigo Martín Zapater, en la que dibuja su propia caricatura con el labio inferior grotescamente salido, que representa un gesto de altivez con el que asume su capacidad de sátira y su desenfado.
La exposición es el punto culminante del décimo aniversario del Caixafòrum de Barcelona y tanto la de Goya como la de Delacroix son posibles gracias a los acuerdos establecidos entre la Fundación La Caixa y museos como el Louvre y el Prado. En el caso de este último, todavía hay comprometidas otras tres exposiciones que se nutrirán con fondos del museo madrileño.
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