Alguien tenía que decirlo
Cimentando su propia reputación sobre unos modos importados con los que, poco a poco, ha ido redimensionando el concepto de cantautor patrio (que andaba tan necesitado de sacudirse el polvo), Nacho Vegas ha terminado por convertirse, seguramente de forma involuntaria, en una suerte de portavoz generacional. En ese empeño le han ayudado factores tales como una forma más directa de diseccionar su perímetro de inquietudes, siguiendo un trayecto paralelo (aunque no tan pronunciado) al del último Antonio Luque (Sr. Chinarro), amén de una mirada más clara a una tesitura social de aliento cada vez más pútrido.
Quizá por dejación de funciones, quizá por pereza, el caso es que no sobran en nuestro país músicos dispuestos a poner el dedo en esa llaga, que asquea y llena de indignación a gran parte de nuestra ciudadanía. Y la verdad, ya puestos, es que no hay nada más gráfico para explicar todo esto que la seca rotundidad con la que sonó en el escenario del Olympia ese aldabonazo para agitar conciencias que es Cómo hacer crac: desde ya, uno de los puntales de una carrera que no andaba precisamente huérfana de ellos. Porque alguien tenía que decir todo eso, y quién mejor que él.
NACHO VEGAS
Nacho Vegas: voz y guitarra; Abraham Boba: teclados y acordeón; Luis Rodríguez: bajo; Manu Molina: batería; Xel Pereda: guitarra. Teatro Olympia. Valencia, martes 6 de marzo de 2012.
El asturiano, dueño de una voz limitada cuyos recursos expresivos sabe explotar cada vez mejor, ha llegado además a ese punto en el que puede permitirse en escena segar su repertorio por las puntas, privando al personal de material extraído de aquellos trabajos, ya lejanos, que lo singularizaron dentro de nuestra escena (aunque se permita recuperar a Leonard Cohen en Canción del extranjero).
Sus tres últimos álbumes y su último mini LP fueron los protagonistas casi absolutos de un concierto conciso, prologado por el hechizo de la chilena Soledad Vélez, en el que su habitual cuadrilla de secuaces (mención especial para el punto de densidad que siempre otorga Abraham Boba al teclado y acordeón) se sobra para darle a cada tema la progresión y el empaque que requieren, en un entorno tan suntuosamente adecuado como el de un teatro.
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