La verdad y la comisión
Resultan evidentes, y se han señalado ya desde distintas perspectivas, las insuficiencias del discurso que la izquierda abertzale pronunció hace unos días en el Kursaal. Por un lado, la ausencia de llamamiento a la disolución de ETA, que entiendo que clarea o bien la dependencia que de la organización terrorista tiene aún la izquierda abertzale; o fisuras en la convicción democrática de ésta: el que haya una banda armada por ahí, pesando sobre nuestras cabezas, debería suscitar una repulsa de principio. Por otro, una insuficiencia en el reconocimiento de sus responsabilidades. Dicen en su documento aceptar que “mediante sus declaraciones o actos ha podido proyectar una imagen de insensibilidad frente al dolor causado por las acciones de ETA”. ¿Cabe reducir la actuación de la izquierda abertzale en estos años a la proyección de una imagen? Me parece evidente que no, que su responsabilidad va mucho más allá, que alcanza al aliento, amparo o protagonismo de infinidad de actos incívicos, de presión sobre la sociedad, de desafío legal e institucional…actos que han consolidado además un “modelo” de comportamiento político y social interiorizado por un sector de la sociedad vasca, en el que se incluyen muchísimos jóvenes y que está lejos de ser irrelevante para el presente y el futuro de nuestra democracia. No es una imagen insensible lo que ha proyectado la izquierda abertzale en este tiempo, sino un acompañamiento palpable de la violencia de ETA.
Pero quisiera insistir en otra insuficiencia, que considero central en la declaración citada, y que la izquierda abertzale aplica, a mi juicio, a la sociedad vasca cuando pide que se constituya una Comisión de la verdad de naturaleza internacional. No parece reconocernos como sociedad ni la voluntad ni la capacidad para establecer, relatar, transmitir la verdad de lo aquí sucedido. Como si no nos bastáramos a nosotros mismos, como si fuéramos una sociedad insuficiente o inmadura, la izquierda abertzale quiere ponernos bajo tutela. No creo que esta iniciativa persiga acercarse a la verdad. La verdad de lo sucedido lleva aquí mucho tiempo constándose en multitud de testimonios, documentos, reportajes, obras artísticas. Basta con prestarles oído. Y esa verdad la seguiremos contando aquí, en su hondura y sus detalles; y en apelaciones a la sinceridad, la inteligencia, la altura ética.
No creo que la izquierda persiga con esa iniciativa acercarse a esa verdad que, insisto, lleva mucho tiempo recogiendo y expresando con toda solvencia la sociedad vasca. Creo que lo que busca con esa Comisión internacional es que personalidades relevantes del exterior acepten “su” verdad —conflicto armado entre equivalentes, ni vencedores ni vencidos— la refrenden y la legitimen. Invertiré pues el orden de los factores: más que una Comisión de la verdad, veo un deseo de la izquierda abertzale de que su versión reciba, desde fuera, una “comisión” de credibilidad.
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