Mentiras
Hemos pasado de un Gobierno que contó medias verdades sobre la situación económica del país a otro que para alcanzar el poder nos relató otras medias verdades
La mentira no es la ausencia de verdad, sino la falta de moral. La ocultación de la verdad como forma de gobierno se ha asentado en Europa. Llevamos demasiado tiempo escuchando mentiras. Y son mentiras con importancia. Nos lo tragamos todo, de ahí que haya demasiados gobiernos que han alcanzado el poder con un programa electoral lleno de milongas. Un vaso medio vacío es también uno medio lleno, pero una mentira a medias de ningún modo es una media verdad. Ya nadie cuenta medias verdades, aquí todos son mentiras completas.
No subiremos los impuestos y no abarataremos el despido fueron dos inmensas trolas. Y si vamos a contar mentiras, tralará, ni los brotes fueron nunca verdes ni nadie contrató nunca la luz para poder verla al final del túnel. Por eso, ahora que vamos despacio, es mejor no contar más mentiras. Ni despedir barato crea empleo ni 45 es igual que 33 ni 33 similar a 20. Hemos pasado de un Gobierno que contó medias verdades sobre la situación económica del país, a otro que para alcanzar el poder nos relató las otras medias verdades que tenía para salir de la crisis. Los políticos tienen muy poca memoria después de haber mentido. Se les olvida, muy pronto, sus propios embustes. El canciller Bismarck decía que “nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante la guerra y después de una cacería”. Por las tres circunstancias que relata el estadista estamos pasando los ciudadanos: elecciones, guerra y cacería.
Por una mentira —la de la existencia de armas de destrucción masiva— comenzó la guerra de Irak, la mayor crisis política y social de este siglo. Y por los informes de mentira de las empresas de calificación y las patrañas contables de los bancos de inversión, se originó la mayor crisis económica de la historia. A partir de ahí, todo está siendo una gran bola que no las están dando sin queso: la solvencia de la banca, las cuentas de los Estados, los ajustes de Bruselas, la situación de las grandes empresas… Los test de estrés eran falsos, como lo fue la importancia dramática de la prima de riesgo. Erróneas fueron las cuentas del gran capital y un cuento el cuento de que viene el lobo. Que se lo digan a los griegos, a los que les llegó el lobo antes de las medidas para salvarlos.
Ya casi todo es mentira, y da igual el color del cristal con que se mira. Los telediarios están llenos de dirigentes a los que les crece la nariz cuando hablan, por eso el G-8 rima con Pinocho. Es falsa la Unión Europea, ya que sus países están más desunidos que nunca. Y son una falacia sus medidas para salir de la crisis: desde que las impusieron no han hecho más que aumentar el paro. La mentira tendrá las patas muy cortas, pero las manos las tiene muy largas. De ahí que lo esté alcanzando todo. Cada vez se miente más y mejor. Y los ciudadanos nos estamos acostumbrando a convivir con un nivel insoportable de mentiras.
Aceptamos la mentira como una forma de relación entre el administrador y el administrado. Y la mentira no es piadosa, es siempre peligrosa. Los mentirosos alardean cada vez más de sus propias mentiras. Y por eso mienten más que hablan. Y mienten, también, por lo que callan.
Hay un cuento infantil que se llama El Gran Palacio de la Mentira. Sus protagonistas son duendes que construyen sendos palacios. Uno va levantándose con cada verdad. El otro se edifica con cada mentira. Este último va creciendo y creciendo con marrullerías, medias verdades y falsedades. El otro, ladrillo a ladrillo, bien despacio. Un día el Palacio de la Mentira empieza a resquebrajarse. Sus ladrillos son de cristal y se hacen añicos. Sus falsas paredes se caen y las columnas de embustes se tambalean. El cuento, dicen, es una ingeniosa comparación para explicar por qué no puede hacerse nada utilizando la mentira, ya que antes o después se descubre la verdad y todo se desmorona. Hoy, también es una trola este cuento.
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