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Madrid a Brooklyn, ida y vuelta

La de Nada Surf es una historia de viajes. Viajes del anonimato al éxito global, de las ‘multis’ a la independencia. Y viajes de Daniel Lorca, vocalista y bajista, entre España, Bruselas y Nueva York. Esta noche llenan La Riviera

El grupo neoyorquino Nada Surf.
El grupo neoyorquino Nada Surf.JOSÉ DEL RÍO MOMS

Nada Surf tiene una larga historia detrás. Tanto que cuando el madrileño Daniel Lorca, bajista del trío de Brooklyn, quiere contar su génesis tiene que remontarse nada menos que a su propio nacimiento, en 1967. “Yo soy hijo de diplomático. Cuando tenía un año a mi padre le destinaron a Bruselas. Tenía cinco cuando le trasladaron a Naciones Unidas en Nueva York. Para que no se me olvidara el francés, me matricularon en el Liceo. Y allí conocí a Mateo”.

Mateo es como llama Lorca a Matthew Caws, su mejor amigo desde 1973 y el cantante y guitarrista de Nada Surf, la banda que es su vida desde 1992. Una trayectoria en la que han pasado de ser la apuesta de una multinacional a editar, hace un mes, con una pequeña discográfica gallega, el último de sus ocho discos: The stars are indifferent to astronomy. “Lo preferimos así. Ha sido un desastre con grandes y pequeños. Un amigo ha abierto un sello. Pues venga, con él. No hemos firmado nada. Nos basta con mirarnos a los ojos”.

Mal no parece que les vaya. En la gira anterior hicieron 18 fechas y esta noche actúan en La Riviera de Madrid. Con la sensación añadida de jugar en casa, asegura Lorca por teléfono desde Burdeos. “Quedan cinco días y ya llevamos como 60 invitados. Hemos cogido una parte de arriba de la sala como zona VIP, en los camerinos no cabe ni la mitad de mi familia”.

Porque la familia de Daniel sigue viviendo en Madrid y su relación con la capital es intensa. “Pasaba un mes cada año con mi abuela”. Recuerda que de adolescente, a mediados de los ochenta, llegaba aquí con sus pintas (“con mi tupé y mis cinturones parecía de Stray Cats”) conociendo la existencia de algo llamado la movida, pero sin tener ni idea de cómo encontrarla. “Había oído hablar de un barrio en el que había mucho rock, pero mis primos eran todos muy pijos, y no daba con el sitio. Así que al final le pregunté a una prima mía y me dijo que fuera a Malasaña, pillé un taxi que me dejó en La Vía Láctea. Entré y la canción que estaban poniendo era de Fuzztones, que me encantaban [inciso: Ira Elliott, el batería de Nada Surf, es el exbatería de Fuzztones]. Yo flipé. Me acerqué al dj que estaba hablando con una chica guapísima. Resultó que era Kike Turmix y la chica, Ana Curra, de Parálisis Permanente, un grupo del que yo era fan absoluto. Pasé toda la noche con Ana, me presentó a García Alix, me llevaron a no sé cuántos sitios más. Fue pasar de no tener ni idea, a estar en el centro del ajo en un minuto. De hecho, conocí a Ángel Altolaguirre, y a los dos días ya era el bajista de Ángel y las Guais”.

Se matriculó en la Universidad Complutense para estudiar Derecho y se convirtió en un habitual de las noches malasañeras. Hace unos meses, cuando se celebró el homenaje a la sala Agapo, aparecía una foto en la que el mítico cantante Johnny Thunders contaba unos billetes. A su lado había un chaval jovencito, que los dueños de la sala identificaron como un Daniel Lorca adolescente. “Sí, era yo. Menuda historia. Me contrataron como traductor para una entrevista antes del concierto de Madrid. Después me pidieron que les sirviera de intérprete con el técnico de sonido de la sala. Y terminé acompañándoles el resto de la gira”.

Sin embargo, el hogar de Lorca seguía en Nueva York. Dejó Derecho y se mudó para montar grupos con Matthew. “Estábamos obsesionados con triunfar, con ser estrellas del rock’n’roll, íbamos siempre con ocho cintas con nuestra maqueta en los bolsillos para repartirlas. Esto duró hasta que ya teníamos 26 o 27 años, ahí decidimos dejarlo. Dedicarnos a otra cosa”.

Mal momento para dejarlo: habían llegado los noventa, la década en que Nirvana lo puso todo patas arriba. En ese momento, las discográficas soltaron a sus ojeadores buscando más grupos similares. Y, casualidad, alguien oyó hablar de ese grupo que Mateo y Daniel habían montado sin más pretensiones que pasarlo bien y que no tenía ni nombre. “Estuvimos dos años tocando los fines de semana en el sótano. Nos convencieron para dar un concierto y nos llamamos Nada, porque no queríamos tener ni nombre. Lo de Surf lo añadimos después para diferenciarnos de un grupo de los sesenta que se llamaba así”.

Sobre todo, era uno de sus temas el que llamaba la atención: Popular. “Al principio no era una canción sino una performance que tocábamos en fiestas de amigos cuando no teníamos ni nombre. Subíamos alguien del público y le hacíamos leer párrafos de un antiguo manual de buenas maneras que habíamos encontrado. Entre medias, interpretábamos el estribillo”.

A partir de aquí, se trata de una historia mil veces conocida por las bandas. Fichan por una multi, graban su primer disco en 1996, producido por Rik Ocasek, el líder de The Cars. “Volviendo de tocar en Canadá, me dijeron que Popular había entrado en rotación en MTV y aquello ya fue la locura”. Y, como otras mil veces, tan rápido fue su ascenso comercial como su caída. No cumplieron las expectativas del sello. “Si haces un estudio científico de nuestra carrera, Popular es una aberración, un dato que no encaja. El resto de nuestra carrera es lo que siempre hemos querido. Nunca quisimos fichar con una multi, pero sobrevivimos, conseguimos largarnos. Y la verdad, es que hemos sido más felices desde entonces”.

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