Mou y el ácido bórico
Cosas que no suceden en ninguna parte salvo en la cabeza de Mou ya suceden con absoluta normalidad en muchas más cabezas
En la primera temporada con Mou en el Madrid, sucedió un fenómeno llamativo: la Liga dejó de interpretarse en los campos para empezar a explicarse en las ruedas de prensa. Zas. Se puede suponer que explicar discursos de la realidad alejados de la realidad es como hacer pipí contra el viento, un oficio sin futuro. Pero esta segunda temporada, el estilo Mou se ha confirmado y expandido. El Madrid mismo, como equipo, se ha especializado en interpretarse a sí mismo en el discurso de Mou, más que en elaborar un patrón de juego. Y el discurso de Mou ha creado, incluso, una industria periodística subsidiaria que explica y amplía la cosmovisión Mou. Cosas que no suceden en ninguna parte salvo en la cabeza de Mou ya suceden con absoluta normalidad en muchas más cabezas. Esta mañana a primera hora el fútbol no es, en amplias regiones intelectuales de la Península, lo que sucede en los estadios. Es una tensión, una coreografía, una política, una batalla que Mou dibuja, y que toda una industria de la comunicación, como indica su nombre, comunica. ¿Esto es una patología? Sí. O no. Me explico.
Mourinho es un gran conocedor de las culturas que practica. En sus entrevistas con medios portugueses emite calma, autocrítica, patriotismo. ¿Es este el verdadero Mou? No. Y sí. Mou, en su esencia, es un gran conocedor de las culturas en las que vive y de las que vive. De hecho, su gran aportación futbolística no es futbolística. Su genio, hasta la fecha, no ha convulsionado el fútbol planetario. Ha convulsionado las culturas en las que ha trabajado. En el Reino Unido, verbigracia, utilizó las posibilidades del fútbol como tema de la prensa popular. Desestabilizó clubes y jugadores a partir de ese conocimiento. En Italia aprovechó las reglas de juego del monopolio informativo, una patología italiana que Mou rentabilizó más y mejor que Berlusconi, el padre de la criatura. En España —una patología informativa una casilla más avanzada que Italia; la patología cultural, la excepción cultural más llamativa de Europa—, ha comprendido perfectamente la construcción de silogismos informativos, cómo hay toda una industria sensible a vivir de ello y cómo hay un gran porcentaje de público acostumbrado a comprar realidades no verificables en la realidad, si con ello glorifica sus colores (políticos o deportivos).
Esta originalidad cultural española nace con la Transición, cuando se desactiva la cultura. Una cultura desactivada, sin valores críticos, es sensible a la verticalización a que quien esté arriba pueda lanzar los mensajes que quiera a la sociedad, sin que la sociedad pueda verificarlos. A ese chollo se sumó, en los noventa la importación del Republican Party, vía FAES, de una beligerante teoría del lenguaje, que consigue aplazar, eliminar y establecer temas de la agenda informativa y en la realidad. Consiste en la sustitución de la realidad por un lenguaje absolutamente democrático y crispado.
La cultura española es así una cultura jerarquizada, en la que el Estado tiende a marcar las agendas, a explicar los problemas, a aportar los puntos de vista que crea conveniente, sin que se disponga de una cultura crítica que los verifique. Esta semana, por ejemplo, se ha inhabilitado a un juez que incomunicó a ancianos en 1992, que cerró diarios, que jugó con una idea muy peligrosa, promovida por el Estado, consistente en señalar que el terrorismo lo emitían más personas que sus usuarios. No se le ha condenado por eso, sino por investigar una trama de corrupción con ramificaciones en el Estado y, posiblemente, por investigar, con criterios de derecho internacional, la génesis gore del actual Estado. En el trance de condenar al juez, el Estado ha comparado los usos del juez con los usos de los Estados totalitarios. Con un par y utilizando una imagen inverosímil que podría haber utilizado Mou.
Es difícil que un Gobierno no aproveche el filón de la cultura local para explicar realidades diferentes de las que se producen en la realidad. Como es difícil que no lo haga Mou, un gran profesional de la cultura. ¿Es Mou una patología? Sí. Pero lo es más aún la cultura en la que desarrolla su trabajo. En ese sentido, Mou, un virtuoso, se merece, pero ya, un Premio Nacional de Literatura. No menos que el que también se merecen muchos jueces y políticos.
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