Tàpies 'politicus'
Fue miembro del PSUC y practicó una militancia activa desde el arte
Antoni Tàpies fue también un hombre político y un resistente durante la larga noche de la dictadura franquista, que ocupó casi la mitad de su vida adulta. Su peso intelectual le otorgaba una gran credibilidad y la dimensión que pronto adquirió su obra en la escena internacional —Tàpies obtuvo muy pronto el reconocimiento— le concedía una cierta dosis de inmunidad, nunca del todo garantizada, frente al aparato represivo franquista. Fue militante del Partit Socialiste Unificat de Catalunya (PSUC), el partido para quienes luchaban en la clandestinidad, aunque él nunca pasara a la clandestinidad. Pero sí que visitó los calabozos. Fue sólo una noche, pero no escapó a la detención junto a las más de 400 personas que, entre el 9 y el 11 de marzo de 1966, protagonizaron la Caputxinada, un encierro en el convento de los Capuchinos de Sarriá en apoyo del sindicato de estudiantes (SDEUB); uno de los episodios más sonados de la lucha contra la dictadura, que a su vez puso en marcha un movimiento de solidaridad política y ciudadana, que acabaría desembocando en el que sería instrumento unitario de la oposición catalana al franquismo; la Assemblea de Catalunya. Y también acudió al encierro en Montserrat en 1973.
“Siempre estuvo en una situación de rebeldía personal contra la dictadura”, recuerda el que fuera uno de sus mejores amigos, el cineasta Pere Portabella. “Tuvo una actitud de resistencia, aunque no hizo vida clandestina, como yo mismo y otros amigos, pero en los momentos importantes siempre mantuvo una actitud de resistencia. Por ejemplo, cuando recién constituidas CC OO, le pedimos que hiciera aquel famoso cartel de la celebración del 1º de mayo o el que hizo para el PSUC y muchos otros. Vivía muy enclaustrado en su casa, era comunicativo, pero no fue un activista como lo éramos muchos de los que le rodeábamos. No lo recuerdo en las reuniones clandestinas, porque tampoco se le convocaba”.
Sin embargo, sí acudió a Montserrat el 12 de diciembre de 1970 cuando unas 300 personas de lo que entonces se llamaban trabajadores de la cultura, intelectuales y artistas, decidieron encerrarse en el monasterio, para protestar contra el llamado proceso de Burgos. “Fue muy impresionante”, recuerda Portablella, “porque habíamos conseguido llegar a Montserrat sin que la policía lo supiera y pudiera impedirlo. La primera tarde decidimos que había que redactar una declaración, y firmarla con los nombres de cada uno y su profesión. Una vez firmada la declaración había que quedarse en el monasterio y asumir lo que pudiera suceder.
Entre los presentes se encontraba Joan Brossa, inseparable de Tàpies en aquellos años, y personajes como Gabriel García Márquez. Inesperadamente, Tàpies y Joan Miró, que estaban juntos en Tarragona gestionando un proyecto de tapices, se presentaron en Montserrat y pidieron entrar. “Yo estaba en la mesa en aquel momento”, cuenta Portabella. “Hablamos y acordamos proponer a la Asamblea que pudieran entrar pero que, teniendo en cuenta la edad de Miró, pudieran salir cuando quisieran para evitar las consecuencias de lo que podría pasar. En el hostal de Montserrat había varios corresponsales extranjeros y supieron enseguida que Tapies y Miró estaban allí y lo publicaron y ellos se fueron antes de que comenzara el encierro”.
Las huellas de su compromiso político, sin embargo, hay que buscarlas en su obra, y más concretamente, al menos durante aquellos años en los que había que luchar por lo que era evidente, en sus carteles. Entre 1966 y 1979 realizó más de una veintena de carteles de clara significación política. De 1966 es la serie Encres et collages, en la que hay piezas claramente políticas como Derrière le miroir, en el que una página de anuncios por palabras de un periódico está manchada de rojo sangre y censurada por una gran aspa. De 1968 es el del Primer Festival Popular de la Cançó Catalana, que se celebró en el Teatro Price; y de 1972 el titulado Als mestres de Catalunya realizado para apoyar a la Fundación Artur Martorell.
Los más desgarradores e intensos son, probablemente, los de la serie Tàpies Monotypes, realizada en 1974 para la Galería Maeght, de París, en memoria de Salvador Puig Antich, el joven anarquista ejecutado por el franquismo. “La ejecución de Puig Antich le indignó especialmente”, recuerda Portabella, “hubo una campaña internacional muy fuerte y él se implicó enormemente y tuvo una reacción muy intensa cuando se llevó a cabo la sentencia. Sufrió, porque Tàpies exteriorizaba enseguida este tipo de emociones”.
Pero no parece haber sufrido represalias ni presiones del régimen por este tipo de activismo político. Probablemente el hecho de ser uno de los artistas españoles más reconocidos internacionalmente le protegía. “En una dictadura como la franquista esto se tomaba mucho en cuenta”, apunta Portabella.
Era catalanista, pero pese a haberse convertido en un icono de Cataluña, en uno de los grandes santos laicos del país, siempre evitó pronunciarse en términos nacionalistas, por más que los sucesivos Gobiernos de la Generalitat le convirtieran en el artista oficial y que sus obras envuelvan la sala donde se reúnen en consejo los miembros del Gobierno, hasta el punto que se llama la sala Tàpies. También en el Parlament cuelga obra suya e incluso universidades tan emblemáticas como la Pompeu Fabra tienen instalaciones suyas como la famosa Sala de Reflexió, un espacio de meditación que paradójicamente ha permanecido cerrado hasta hoy, que con motivo de su muerte ha sido abierta al público.
“Practicaba un catalanismo moderno, esencialmente en lo que respecta a las libertades”, señala Portabella, “Lo del catalanismo es una paradoja”, añade, “porque era una persona culta y su obra al mismo tiempo tiene una dimensión internacional porque transmite un lenguaje universal. En cualquier caso era un catalanismo no endogámico, sino una especie de mezcla entre lo ilustrado y el sentimiento profundo de las famosas raíces que tenemos”. “Sí que era, ideológicamente, una persona de izquierdas. De esto no tengo ninguna duda”, añade, “porque en su práctica artística siempre hubo un elemento de radicalidad y uno no puede escapar de su lenguaje, porque fundamentalmente los lenguajes son para pensar”.
Como miembro de las segundas vanguardias, cuestionó los códigos del arte, pero en su territorio era muy poco condescendiente con las generaciones posteriores y los planteamientos radicales que ponían en cuestión su práctica, como fue el caso del movimiento conceptual, al que trató con desprecio y contundencia. Era en febrero de 1973 y el Grup de Treball, en el que también estaba Portabella y otros artistas como Carles Santos, Antoni Muntadas y Antoni Mercade, contrapuso el arte conceptual al suyo. Tàpies reaccionó inmediatamente publicando un artículo en La Vanguardia Española titulado El arte conceptual aquí, descalificándolos. El rotativo se negó entonces a publicar la respuesta del Grup de Treball, que tuvo que recurrir a la revista Nueva Lente. Tàpies reivindicaba el legado de las primeras vanguardias y los conceptuales despreciaban la pintura y negaban cualquier vínculo con su arte. Para Tàpies no eran más que “una tendencia”, y sus miembros estaban llenos de “contradicciones”, ya que rechazaban el arte como objeto comercial al tiempo participaban en exposiciones organizadas por las instituciones. Portabella se encontró en medio de la refriega. “Me pidieron que le contestara y conseguí publicar una carta en La Vanguardia respondiendo a Tàpies”. A su amigo le sentó fatal.
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