El amor
Conozco a una pareja cuya estabilidad marital dependía de la velocidad de descarga del Emule. Eran los tiempos previos a la descarga directa (tiempos que a lo mejor vuelven tras el cierre de Megaupload). Su relación mejoraba si la banda ancha iba como un pepino y se agriaba cuando el flujo de datos se estancaba. Más allá de las cuestiones morales, legales o económicas, es cierto que el pirateo de películas y, sobre todo, de series ha evitado muchos divorcios. Una pareja que hace años discutía cada noche ahora se encuentra unida ante el estreno de una nueva temporada de su serie favorita. Hay diferencias con ver una serie por televisión. No hay anuncios, no hay un día y hora establecido. Existe una libertad y una voluntad de darle juntos al play. Por lo tanto hay una acción, no hay pasividad. La pareja espectadora tiene una actividad común que además es tema de conversación para el resto del día. El tan temido “no tenemos nada que decirnos” se convierte en una tertulia sobre giros sorprendentes, sospechas de por dónde irá la trama del siguiente episodio. Vamos, que ver series en pareja une.
Esto conduce a un nuevo concepto de adulterio. Poner los cuernos adquiere un significado diferente en este contexto: ver un episodio nuevo de la serie sin tu pareja, no “esperarle”. Si hubiese un Arturo Fernández del siglo XXI la escena no sería la de un marido que entra en su casa y pilla en la cama a su mujer vestida con un picardías con otro hombre (en calzoncillos) sino que el esposo llegaría a casa, escucharía desde el hall la sintonía de la serie (sustituyendo a los jadeos adúlteros), llegaría al salón y vería a su pareja delante del televisor o el ordenador viendo el último capítulo de Breaking bad, The good wife o Homeland. La traidora 2.0 exclamaría el clásico “no es lo que parece” y empezaría a parlotear excusas como “estaba comprobando que se veía bien” o “quería ver si se incrustaban los subtítulos”. Aunque quizás la escena no es muy realista. El género masculino es más proclive a la infidelidad. Me refiero a “no esperar” a ver series, claro. Conozco a unos cuantos amigos que fingen ver el nuevo episodio por primera vez con su pareja cuando ya se lo han tragado con ansia a escondidas.
De todas formas habría que achacar la estabilidad marital también a las condiciones económicas. Claro que ver series une, pero también eso viene porque no hay dinero para ir al cine, a cenar o de fin de semana romántico. Y a ver quién es el guapo que se separa en esta coyuntura económica. Quizás el único dato positivo de la crisis es que las parejas se dan una segunda oportunidad tras una fuerte discusión. Y no porque crean ciegamente en el amor sino porque divorciarse no sale a cuenta.
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