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Fabián Estapé, un maestro más allá de las aulas

Fue uno de los economistas más influyentes de la historia reciente de España

Antón Costas
Fabián Estapé, economista y exrector de la UB.
Fabián Estapé, economista y exrector de la UB.EFE (ARCHIVO)

“De todas formas, sin que tenga ninguna bola de vidrio, me atrevería a decir que entraremos en el siglo XXI sin la coyuntura económica favorable que ahora tenemos. (…). No es un falso conservadurismo lo que me lleva a tener poquísimas esperanzas en esta nueva moneda [el euro] (…). De los resultados de esta fantástica operación monetaria podremos hablar dentro de unos años. Si ya no estoy, enviadme una nota, porque me sabría fatal haber errado en mis pronósticos” (Fabián Estapé, 1999).

Lúcido e irónico. Así era el profesor Fabián Estapé (Portbou, Girona, 1923), fallecido ayer. Una mezcla siempre brillante y entrañable, pero en ocasiones también peligrosa para todo aquel que tenía la desgracia de convertirse en blanco de su aguda y acerada inteligencia.

Al recordarle, sin embargo, el riesgo es caer en el anecdotario. Sin duda, fue muy prolífico en este género. Se podría escribir un libro con sus anécdotas. Muchas son ciertas, algunas son apócrifas, aunque podrían pasar por auténticas.

Si se me permite la referencia personal, en una ocasión, a finales de los setenta, le acompañé a un acto Instituto de Crédito Oficial en Madrid. Hablaba un exministro que tenía un acentuado estrabismo. Estapé se permitió hacer un comentario agudo y acerado sobre las opiniones del ministro y su estrabismo que fue escuchado en toda la sala. El público rió. Naturalmente, al ministro no le gustó. Mientras caminábamos por la acera hacia el viejo hotel Suecia, donde siempre se alojó cuando estaba en Madrid, me atreví a reconvenirle: “Profesor Estapé, por qué dice esas cosas. A la gente le gusta, pero le perjudica porque los afectados no se lo perdonan y le acaban pasando factura”. No dijo nada. Seguimos caminando. Al rato, sin volverse hacia mí, oí que me decía: “Sí, pero si esas cosas se te ocurriesen a ti, tampoco te las callarías”.

Pero sería un mal favor a su figura, trayectoria y personalidad recrearse en esa capacidad, que sin duda tenía y practicó. Quizá la mejor forma de acercarse hoy a su trayectoria humana, académica, intelectual y también política sea leer alguno de los libros que más se acercan al género memorialista. Para toda aquel que quiera conocerle mejor, es indispensable la lectura de sus memorias, que publicó con el título tan estapetiano De todos los colores, publicadas por Edicions 62 y cuya cuidada edición estuvo a cargo de la periodista Mònica Terribas.

Fue una persona compleja, en el sentido rico y noble de la palabra. Se podría decir que algunas de sus decisiones eran contradictorias y llegó en alguna ocasión a desconcertar tanto a los amigos como a los enemigos. Una de esas ocasiones fue su aceptación de la oferta que le hizo Laureano López Rodó, a la sazón comisario del Plan de Desarrollo, para hacerse cargo de la subcomisaría del plan a principios de los años setenta. Sin renunciar nunca a sus valores de libertad y a su querencia hacia el socialismo democrático, le animaba un deseo irrefrenable de ser útil y contribuir a la modernización de la economía y la sociedad española, a través de la colaboración y la amistad con políticos que desde el régimen de Franco trabajaban por lo que después se llamó la Transición. Sin duda, con uno de ellos, Rodolfo Martín Villa, mantuvo la amistad hasta el final.

Pero era difícil que esa y otras colaboraciones, tanto en la fase del régimen como en la de la Transición, así como su afiliación ocasional a Comisiones Obreras, permaneciesen mucho tiempo. Como decía, citando a Groucho Marx, no podía permanecer ligado a ningún club, asociación o partido que le admitiese como socio, porque acababa partiéndolo.

Este rasgo de libertad intelectual absoluta, que no admite condicionamientos ni trabas de ningún tipo, es a mi juicio el rasgo que mejor define la vida y trayectoria académica e intelectual del profesor Estapé. Es su mejor herencia intelectual, que buscó siempre transmitir a sus alumnos y discípulos. Fue de los pocos economistas españoles que han creado escuela. Pero fue un maestro que entendió su magisterio como una labor de abrir ventanas al pensamiento, no de cerrarlas de forma dogmática. Todo aquel que pasó por sus clases no le olvida nunca.

Su obra publicada no es muy extensa. Como hacen los pioneros, en cuanto descubría o entendía algo, dejaba de interesarse por ello para que otros lo hiciesen. Pero, sin ser amplia, todo lo que escribió es absolutamente relevante para comprender la historia de las ideas económicas y su influencia en la política económica, y también para comprender la historia económica y política de España de los siglos XVIII, XIX y XX. Le gustaba especialmente descubrir y divulgar a los heterodoxos que habían quedado olvidados. Lo hizo con Idelfonso Cerdá y con Laureano Figuerola, dos catalanes que tuvieron una influencia determinante en la configuración de la Barcelona y la España modernas.

En la Academia de Ciencias Morales y Políticas, su último refugio académico e intelectual, continuó esa labor de recuperación de catalanes olvidados. Su discurso de ingreso versó sobre tres grandes economistas catalanes y la Real Academia. Eran Laureano Figuerola, Joan Sardà y Enest Lluch, el discípulo que habría de relevarle. Ahora está de viaje para reunirse con él y disfrutar con lo que a ambos le gustaba: conversar sobre todo lo humano y lo divino. Descanse en paz.

Antón Costas es catedrático de Política Económica de la Universidad de Barcelona.

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