Rebelde sin causa
Cada montaje de esta pieza de Ibsen tiene su propia protagonista. Laia Marull ha dicho que Hedda está como una cabra. Desde luego, la suya lo está.

Cada montaje de esta pieza de Ibsen tiene su propia protagonista, afirmación que vale para la revisión de cada clásico, pero que en Hedda Gabler se hace muy evidente. Compleja por autodestructiva, Hedda da para muy diversas aproximaciones. Isabelle Huppert, en el montaje del Odéon —Théâtre, por ejemplo— componía una Hedda refinada, voluble, egoísta, poderosa, impulsiva, contradictoria, inteligente e intimidante. La de Thomas Ostermeier era contemporánea, y como tal, pija, caprichosa, indolente e insegura. La de Àurea Márquez, en el montaje de Pau Carrió, no ofrecía duplicidades y se situaba permanentemente en la insatisfacción y el hastío. Laia Marull ha dicho que Hedda está como una cabra. Desde luego, la suya lo está. Contemporánea también y cercana a la de Ostermeier, la Hedda de Marull se mueve entre la pataleta infantil y las drogas estimulantes; caprichosa también e insegura, es un poco como si fuera colocada desde que se levanta tarde por la mañana a la vuelta de su luna de miel hasta que se dispara la pistola de su padre en la sien. Sorprende un poco, tras verla desmadrarse como una adolescente, que hable de belleza y la busque en el final de Lovborg (un magnífico Pablo Derqui); le pegaría más la búsqueda de algo diver, más afín a su naturaleza aniñada e inconsciente.
HEDDA GABLER
De Henrik Ibsen. Traducción y versión: Marc Rosich.
Dirección: David Selvas.
Intérpretes: Pablo Derqui, Àngela Jové, Cristina Genebat, Laia Marull, David Selvas, Ernest Villegas.
Escenografía: Max Glaenzel. Vestuario: Maria Armengol. Iluminación: Mingo Albir. Espacio sonoro y visual: Mar Orfila. Sonido: Ramon Ciércoles.
Teatre Lliure de Gràcia. Barcelona, 25 de enero.
David Selvas parece abordar su puesta en escena a partir de la de Ostermeier. Un espacio escénico equivalente —diáfano, funcional y con ventanales que dan a un paisaje muy casa en el bosque de Mies van de Rohe—, aunque menos acabado porque aquí los Tesman (Hedda y su marido) todavía se están instalando, acoge este drama intenso con naturalidad y buen ritmo. La versión de Marc Rosich es cercana, y la interpretación de todos los que secundan a la protagonista resulta muy creíble. No hay artificio, o no se nota. Seguro que Francesc Orella habría estado sensacional en el papel de Brack, pero se lesionó y no ha podido ser, y David Selvas lo asume estupendamente. Me gusta mucho también la Thea de Genebat, una actriz que siempre encuentra su sitio. La escena inicial entre Jorgen Tesman (Ernest Villegas) y su tía (Àngela Jové), tremendamente veraz y fluida, marca la pauta de un montaje que empieza muy bien y que gana, además, con la incorporación de personajes y la acumulación de sucesos. La tía Juliane es aquí lesbiana, lo que no aporta ni resta nada; lo que nos interesa es su relación con su sobrino Jorgen y con Hedda, y Jové dibuja a una tía tan cariñosa como una madre.
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