Poesía para un torero
Un Loquillo en plenitud enseñándose en un concierto redondo en el que mostró todas sus cartas con un convencimiento avasallador.
Más chulo que un ocho, actor como para aspirar al Goya, artista crecido a través de la fe en sus posibilidades e intérprete cada vez más convencido. Todo eso dejó adherido en las tapicerías del teatro Coliseum de Barcelona Loquillo, un Loquillo en plenitud enseñándose en un concierto redondo en el que mostró todas sus cartas con un convencimiento avasallador. Será por las dimensiones de los teatros, será por el repertorio, será por la banda, será por los años, será por todo ello y por más, pero Loquillo, reivindicando abiertamente su savoir faire, mostró las armas del artista maduro que se ha sabido reinventar sabiendo que en ello le va la longevidad. Y, visto lo visto, hay cuerda para rato. Ha encontrado su camino. Y él dicta el paso.
Igual que las bicicletas caen si no se pedalea, Loquillo ha entendido que el movimiento en su mejor aliado. Hace años comenzó a ahondar en textos de poetas, como buscando una ventana que iluminase una posterior carrera no necesariamente rockera. El resultado de aquella pulsión quedó manifestado en toda su amplitud en el Coliseum, donde centrándose en su disco de poemas de Luis Alberto Cuenca aprovechó para reivindicar sus colaboraciones con Gabriel Sopeña y Jaime Stinus, sus dos adaptadores de poesía. Presentando cada uno de los temas estableciendo vinculaciones con su vida, nuestra historia, sus aspiraciones y recuerdos, Loquillo mostró una capacidad de prestidigitación que le permite vincular derecha y memoria histórica; la poesía masculina de Luis Alberto con el regusto de Gil de Biedma; las coctelerías burguesas y las mujeres de la guerra; un yo, el suyo propio, capaz de eclipsar al sol, con un recuerdo al nosotros propio de un chaval de barrio. Hablaría de rebotes bajo la canasta ante una audiencia de enanos y nadie se sentiría ofendido.
Loquillo
Teatro Coliseum
28 Enero 2012
En el amplio repertorio ofrecido junto a una banda aseada, se pudieron destacar como gemas, las adaptaciones de piezas como Cuando vivías en la Castellana, La vida que yo veo, Brillar y brillar y No volveré a ser joven –estas dos sin sección de ritmo y la segunda con un Loquillo abducido por el texto-, La mala reputación, El hombre de negro y Vintage, cuya letra, susurrada, cerró la actuación. Como de costumbre, incluso en las adaptaciones más irregulares, Loquillo emergió como personaje que exige la mirada, componiendo estampas propias de la cartelería de la Guerra Civil, héroe con mirada en el infinito y fe inquebrantable en su idea, en su destino. Es Loquillo, un personaje de los de antes que reforzó esta idea compareciendo con capa para recoger los saludos del público. Genio y figura. De no ser rockero, le cuadraría haber sido torero.
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