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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El problema

La adhesión del PNV y del PSE a la reivindicación del reagrupamiento de los presos por terrorismo en Euskadi puede evitar la reflexión y la condena del reciente pasado violento

De impresionante se puede calificar la manifestación a favor de los presos de ETA organizada por el radicalismo nacionalista el pasado día 7. El hecho de que hayan transcurrido algunas fechas no mengua su actualidad ni trascendencia, pues no sólo la colosal afluencia de gente la convierte en una referencia política, sino que, además, las constantes manifestaciones de los líderes del PNV y PSE sumándose a la reivindicación del reagrupamiento de los presos por terrorismo en Euskadi la están erigiendo como un hito nada pasajero ni menor de la política vasca. En este sentido puede decirse que esta reivindicación se ha convertido en la cabeza de puente desde donde el nacionalismo radical arrastra a esos dos partidos al resto de sus propuestas. Por cierto, negociadas en su día en Loiola.

Sin esa reflexión, supeditados a la espiral activista promovida por el nacionalismo radical, no habrá lugar a una Euskadi sustentada en valores democráticos

Es muy posible que la violencia de ETA haya desaparecido, pero sus seguidores han conseguido, ante un torpe comportamiento del resto, evitar que dicha ausencia suscitara un movimiento de reflexión social sobre la maldad del terrorismo y del proyecto político que éste ha generado. Por el contrario, la adhesión del PNV y del PSE a su reivindicación privilegia el mantenimiento de una dinámica activista que evita cualquier reflexión y la condena del reciente pasado. El resultado final puede mutarse en que el condenado sea el Gobierno del PP si rechaza las reivindicaciones nacionalistas.

El fundamento del problema reside en que, sin esa reflexión, supeditados a la espiral activista promovida por el nacionalismo radical, no habrá lugar a una Euskadi sustentada en valores democráticos, sino que lo será sobre las perversiones ideológicas que ha promovido el terrorismo. No sería el primer caso de sociedad afincada sobre la violencia, pero, afortunadamente, desde un tiempo a esta parte esas sociedades lo han pagado o lo siguen pagando, descubriéndose en la actualidad que las concesiones a la transgresión moral, la patria sobre cadáveres de inocentes, se acaban pagando.

Que nuestro pequeño país acabe encadenado al terror por incapacidad de nuestros gestores en hacer frente a una estrategia que busca entronizar en su seno lo que ha sido ETA lo llevará indefectiblemente a su desprestigio, y desde éste a su posible desaparición. La importancia del momento es vital para una futura Euskadi democrática, siempre que se sea capaz de pensar sobre lo que ha pasado. Si no se hace quizás sobreviva un tiempo, pero no será democrática. Llega el momento de avisar que tampoco hay lugar para excusas fatalistas como la de que la sociedad vasca está enferma. No; si está enferma es porque la enfermedad nos la ha inoculado la indolencia, el pragmatismo y el oportunismo de muchos que nos dirigen, incapaces en su confusión de hacer frente a reto tan importante. Pues la nueva etapa histórica no se abre porque ETA diga que ha dejado de matar; se abrirá si la sociedad vasca es capaz de condenarla.


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