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CRÍTICA | Teatro

Un mundo en sus manos

Javier Vallejo
Un momento del espectáculo 'Ros. Melógamo mínimo de un viaje'.
Un momento del espectáculo 'Ros. Melógamo mínimo de un viaje'.

Las crisis afloran el valor de lo esencial, ponen en su sitio a los vendedores de ladrillo y humo y nos emplazan a redescubrir el esplendor secreto de lo pequeño. Ahora que las autoridades andan recortándole a la cultura el flequillo presupuestario con la podadora eléctrica, resulta oportuno constatar que con imaginación y tiempo puede hacerse mejor teatro que juntando solo grandes nombres y mayores presupuestos.

Ros. Melógamo mínimo de un viaje, espectáculo de títeres sin títeres donde una mano enguantada pasa por ser un simpático hombrecillo, es un ejemplo de que el ingenio no tiene precio, y una apoteosis de la sinécdoque. Ramón Pascual, su intérprete coautor, convierte los dedos índice y corazón de su mano izquierda en las piernas de un personaje cuyo brazo derecho es el dedo pulgar del titiritero. Una bola de madera con una boca y unos ojos pintados, engarzada en una varilla que el actor sujeta con su mano libre, hace las veces de cabeza de la criatura.

ROS. MELÓGAMO MÍNIMO DE UN VIAJE

Creación: Compañía Angélico Musgo. Manipulación: Ramón Pascual. Dirección: Lindes Farré. Sala La Usina. Del 2 al 4 de enero.

En su palpitante carnalidad, la mano transmutada en títere despierta en el público mayor empatía que el más logrado y expresivo de sus parientes de hilo o de guante: es un muñeco que no abandona del todo su humana condición, un ser indefenso que de proponérselo podría dar un puñetazo sobre la mesa y romper las reglas del juego. La técnica que utiliza Pascual no es nueva: Ines Pasic, mitad bosnia de la compañía Hugo & Ines, lleva veintitantos años dando vida con sus manos de pianista (pero también con los pies) a seres de ficción infinitamente tiernos y divertidos; a mediados de los ochenta, Claudio Cinelli ya armaba microóperas cuyos intérpretes eran sus dedos de prestidigitador, pero esta disciplina es todavía hoy un territorio fertilísimo por explorar.

Como Hugo & Ines y Cinelli, Ramón Pascual crea espectáculos para adultos que los niños ven también con sumo gusto y enorme atención, a juzgar por los bastantes de entre 4 y 10 años que durante el estreno de Ros. Melógamo mínimo de un viaje en la sala Kubik Fabrik, la semana pasada, admiraban asombrados las increíbles realidades que existen fuera del mundo de las pantallas. Pascual imprime a su criatura movimientos que remedan fielmente los humanos, aunque todo cuanto le acontece sea de naturaleza surreal. Su acierto y el de Lindes Farré, coautora y directora de la función, consiste en que han sabido salpicarla de un aluvión de sorpresas mínimas pero incesantes, protagonizadas por mil objetos animados que crearon en casa a partir de trastos cuyo destino era acabar en la basura: la huella de lo que fueron les da un encanto genuino.

Moviendo tazas convertidas en bañeras, maletas minúsculas que interpretan números acrobáticos y otros cachivaches confeccionados a la escala de un circo de pulgas, el actor burgalés parece un titiritero animista, auscultando atentamente el alma secreta de los objetos. Apenas hay texto en este espectáculo, cuyo ritmo marcan la banda sonora compuesta por Santiago González y dos canciones interpretadas por Edith Piaf y Mireille Mathieu. El sobresaliente resultado global se beneficiaría si los breves momentos de contacto visual entre manipulador y manipulado tuvieran un desarrollo algo mayor, y si las historias paralelas del protagonista y su bestia negra confluyeran al final de algún modo. Estupenda la microiluminación de Rafa Marín, con focos hechos con latas de guisantes.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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