El diplomático poliédrico
Fernando Villalonga, hasta ahora el cónsul general de España en Nueva York, sustituye a Alicia Moreno al frente de las Artes
Las artes son las competencias de Fernando Villalonga. En plural, como corresponde a la personalidad poliédrica de este nuevo concejal de 51 años, que abandona su consulado de Nueva York para pisar las calles de Madrid. Porque si hay un rasgo que distingue a este valenciano culto y dialogante, que pasó de la juvenil transgresión contra el conservadurismo casposo de las fallas a ejercer de secretario de Estado de Cooperación y para Iberoamérica con José María Aznar, es su capacidad para reinventarse.
Sin quitarse el traje de liberal, como se suele decir de este diplomático de carrera. Dirigía el Instituto de Cooperación de Buenos Aires hasta que una llamada de Zaplana le dio la batuta de la consejería de Educación y Cultura en 1995 de la Generalitat. Allí tuvo que empastar su nacionalismo de corte catalanista con las partituras más reaccionarias de su partido, el PP, sin renunciar a nada. La sinfonía duró poco: fue tan polémica como desafinada para su perfil liberal. Acudieron al rescate su amigo Aznar y su primo Juan Villalonga.
Presidió la Fundación Telefónica y luego dirigió el estudio del arquitecto Santiago Calatrava en Valencia antes de reingresar al cuerpo diplomático en 2008. Nunca perdió los lazos. Desde Manhattan participó en un movimiento vecinal contra los “poderosos” que, en connivencia con el Ayuntamiento de Rita Barberá, pretendían derribar los muros del protegido jardín neoclásico de Monforte, antigua propiedad de su arraigada familia.
En su manifiesto de protesta, Villalonga mostraba otra de sus caras: “(....) Nos encontramos inmersos en un gran debate cívico sobre nuestro patrimonio. No permitamos que la trifulca de los partidos políticos mayoritarios nos impida expresarnos con libertad. Que su guerra no nos acobarde en defender nuestra cultura”. Los muros siguen ahí. Y las llamadas no censan. Esta vez, ha sido Ana Botella.
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