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Amaral, candidatos de consenso

El dúo pop protagoniza junto a Christina Rosenvinge, Ivan Ferreiro y Love of Lesbian el Fnac Music Festival

Eva Amaral, durante su actuación ayer en el Palacio de los Deportes.
Eva Amaral, durante su actuación ayer en el Palacio de los Deportes.GORKA LEJARCEGI

El pop español también tiene alcaldesa. Se llama Eva Amaral y anoche bastó que a las 23.08 plantase su figura desafiante (pantalones de cuero, mirada de maquillaje furibundo) en el centro del Palacio de los Deportes para que el pueblo se inclinara a sus pies y 7.000 manos extendidas le jurasen fidelidad para unas cuantas legislaturas. Sin oposición que valga.

No será fácil argumentar una moción de censura contra esta dama arrolladora y Juan Aguirre, su discreto aliado de gobierno. La coalición abrió con En solo un segundo, tema oscuro, noctámbulo y espectral, pero ese apabullante torbellino de voz estremecía hasta los muros de hormigón armado. Y ya con Hacia lo salvaje, título de su nuevo disco (que presentaron en su totalidad, sin concesiones), quedó claro que el nuevo repertorio hipnotiza más que enloquece.

El sexto trabajo de Amaral es más afilado, guitarrero, enfurruñado y, no por ello, mejor ni más auténtico que los anteriores. Es más, algunos temas (Si las calles pudieran hablar, Como un martillo en la pared) son auténticas medianías. En cualquier caso, ante la versión más melodramática (aún) de Sin ti no soy nada, solo cabe admitir lo evidente: Eva es la mejor candidata de consenso que podemos colocar sobre un escenario.

Un momento del concierto. / ATLAS

Amaral fue una clausura óptima para la primera edición de este festival voluntarioso, en el que solo no se entendía por qué siempre programaban los mismos vídeos musicales entre las actuaciones. La tarde había comenzado algo desabrida, con las dos formaciones menos conocidas (Second, The Noises) y el consabido quiero-y-no-puedo de Christina Rosenvinge.

El suyo no es un problema de frialdad nórdica, sino de empatía. Ni a Christina la esperaba la grada ni ella se tomó la molestia de seducir a nadie, o intentarlo. Prefirió desgranar (desganar) su reciente La joven Dolores y reivindicar esa mezcolanza de letras en teoría punzantes (puñales, alfileres, novios que matan por ella) con pomposos estribillos de parroquia. ¿O no encajaría bien la melodía de Anoche en un episodio de Benny Hill?

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Tampoco lo tenía sencillo Iván Ferreiro, pero el vigués le echó lo que se le supone a un artista en estas circunstancias: arrestos. Solo su público más pertinaz ha logrado memorizar esas letras intrincadas y tortuosas, extensas y descarnadas, carentes de cualquier cosa parecida a un estribillo. Anoche solo se alcanzó el momento karaoke con los dos clásicos por antonomasia de Piratas, Promesas que no valen nada y Años 80. Pero Ferreiro se retrató con toda su intensidad en momentos como Mi munchausen: tensión creciente, textos obtusos, teatralidad convulsa, esa voz como de Thom Yorke con cierta ronquera. Y la escolta de dos de nuestros más inteligentes guitarristas, su hermano Amaro y Emilio Saiz.

Santi Balmes había asomado para interpretar con Iván El equilibrio es imposible, pero como apenas se le oyó hubo que esperar a reencontrárnoslo ya al frente de sus Love of Lesbian. El sonido era embarullado, triste como una casete vieja, pero a Balmes le dio lo mismo: ordenó abrir con la artillería pesada (John Boy) y a las segundas de cambio, en la cuasi discotequera Algunas plantas, ya jugueteaba entre el público mientras berreaba ese delirante "chunda, chunda".

Algún antropólogo, sociólogo o sabio multidisciplinar descubrirá un día por qué ha triunfado de tal manera ese último disco de los catalanes, 1999, que anoche capitalizaba su decimoquinto concierto madrileño en dos años. A falta de mejor explicación, diremos que el muy acústico cierre con Donde solíamos gritar tuvo mucho encanto. Aunque sigamos sin tener claro en qué ciudad escocesa escribió Balmes aquello de "tejido con las faldas de un chaval".

 

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