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Suspenso en contaminación

Gallardón soterró la M-30, peatonalizó calles y cerró al coche barrios enteros, pero se va sin conseguir acabar con los altos niveles de contaminación

Elena G. Sevillano
Madrid se acerca a la Navidad con cielos despejados y contaminación, como se aprecia en la foto, tomada hoy desde la vecina localidad de Pozuelo.
Madrid se acerca a la Navidad con cielos despejados y contaminación, como se aprecia en la foto, tomada hoy desde la vecina localidad de Pozuelo. Juan Carlos Hidalgo (EFE)

Cuando Alberto Ruiz-Gallardón y su concejal de Hacienda, Juan Bravo, llegaron a la Alcaldía en 2003 encontraron unas cuentas bastante saneadas, una deuda modesta y unos impuestos que, comparados con los de otras ciudades, aún no cabreaban a los madrileños hasta el punto de asaetear a su alcalde con todo tipo de motes alusivos a su faceta recaudadora (el faraón, ruiz-vampirón…). La ciudad iba tirando con las infraestructuras que tenía hechas. Pero llegó un nuevo alcalde. Y era ambicioso. Prometió obras faraónicas –los motes casi nunca son casuales—que iban a cambiar la fisonomía de la capital.

El dinero tenía que aparecer, así que subió algunos impuestos, recurrió a la deuda y aumentó en una cuarta parte el presupuesto municipal. Ocho años después, la vía de circunvalación M-30 está soterrada y buena parte del espacio que ocupaba es ahora un enorme parque lineal por el que peatones y ciclistas pasean tratando de no chocar entre ellos. La deuda actual (6.891 millones) se explica en buena parte por esos túneles infinitos por los que circulan a diario miles de coches hacia el centro de la ciudad.

La movilidad ha sido un aspecto esencial en los dos mandatos de Gallardón. El alcalde ha peatonalizado calles, ha cerrado al coche barrios enteros, ha sembrado la ciudad de parquímetros para invitar a subirse al metro y dejar el vehículo privado en casa… ¿Podría haber hecho más? Tal vez. La capital ha perdido la lucha contra la contaminación. Había una fecha límite: el año 2010. La Comisión Europea llevaba una década poniendo topes a los niveles de polución permisibles.

Las estaciones de medición

Eran solo recomendaciones, avisos para que las ciudades se pusieran las pilas para cuando llegara el momento de la obligación. Llegó, y Madrid no estaba preparada. No podía superar los 40 microgramos de media anual de dióxido de nitrógeno, un contaminante que procede en su mayor parte del tráfico. Registró 44, y la concejal de Medio Ambiente y Movilidad, Ana Botella, tuvo que dar un paso al frente y admitir la derrota. “Pediremos una prórroga”, anunció en enero pasado.

Tanto Gallardón como Botella suelen decir que la contaminación en Madrid ha mejorado mucho en los últimos años. Las cifras más recientes así lo atestiguan: los 44 microgramos del año pasado parecen una maravilla si se comparan con los 54 de 2009. ¿Realmente descendió la contaminación un 18,5% en un año? No. El Ayuntamiento cambió la red de medición en enero de 2010. Eliminó algunas estaciones, cambió de sitio otras y añadió alguna más.

Entre las que desaparecieron estaban precisamente las que peores datos habían registrado el año anterior, las situadas en las zonas con más tráfico de la capital, como la Castellana. El fiscal de Medio Ambiente envió una durísima carta a Gallardón en la que le acusaba de enmascarar la contaminación real de la capital. Aquella denuncia quedó en nada.

Los ecologistas llevan años criticando a Gallardón por su “dejadez” en lo que respecta a la calidad del aire. Le afean que no haya tomado medidas más drásticas para atajar el tráfico privado. Medidas que, por otro lado, él mismo ha llegado a prometer en el pasado. En 2006 el alcalde anunció que a partir de 2008 vetaría la entrada al centro de los coches más contaminantes. Nunca aplicó esa medida. Insistió en ella en 2010, cuando afirmó: “En el próximo mandato restringiré el uso del coche en el centro”. Ahora es Ana Botella la que hereda la promesa y la aplicación de un Plan de calidad del aire recién aprobado que establece las medidas que se tomarán hasta 2015. Las más llamativas, cobrar un 10% en los parquímetros de la almendra central y aumentar el horario del Servicio de Estacionamiento Regulado (SER) hasta las nueve de la noche. O sea, recaudar más, sintetiza la oposición.

La bicicleta es otra de las asignaturas pendientes del alcalde. Durante ocho años ha escuchado amablemente a los defensores de este medio de transporte, pero luego no ha hecho prácticamente nada de lo que le pedían. El anillo ciclista que tanta veces menciona como gran logro en favor de la movilidad sostenible tiene, en realidad, poca utilidad práctica cuando de lo que se trata es de desplazarse y no de pasear.

El Plan director ciclista de 2007 no se ha cumplido. Entre sus compromisos figuraba un carril-bici en la remodelación parcial del eje Prado-Recoletos. Botella ha recuperado recientemente esa idea, aunque para finales de 2012. La red pública de alquiler de bicicletas cayó víctima de la crisis. En la mano de la previsiblemente nueva alcaldesa estará recuperarla y tratar de convencer a la Comisión Europea de que Madrid merece cinco años de prórroga para tratar, esta vez sí, de conseguir una calidad del aire saludable para sus ciudadanos.

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Sobre la firma

Elena G. Sevillano
Es corresponsal de EL PAÍS en Alemania. Antes se ocupó de la información judicial y económica y formó parte del equipo de Investigación. Como especialista en sanidad, siguió la crisis del coronavirus y coescribió el libro Estado de Alarma (Península, 2020). Es licenciada en Traducción y en Periodismo por la UPF y máster de Periodismo UAM/El País.

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