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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un congreso de transición

El gran pulso del cónclave ha sido el reequilibrio de poder entre las familias del socialismo catalán por encima del debate ideológico

Francesc Valls

Los exégetas de la izquierda afirman que los conservadores resuelven sus crisis con un eclecticismo rayano en el cinismo, mientras que los progresistas se enzarzan en revisiones doctrinales que, muchas veces, conducen a la melancolía. No parece que ayer por la tarde el congreso del Partit dels Socialistes anduviera muy preocupado debatiendo nuevas bases de la socialdemocracia, ni en cómo profundizar la democracia y que la política cabalgue sobre unos mercados que cada día tienen más poder y corren más desbocados. La austeridad impuesta por la Europa franco-prusiana solo estuvo en espíritu en los debates del socialismo catalán.

El gran pulso del 12º congreso del PSC más que doctrinal es de reequilibrio de poderes entre las familias del socialismo catalán. No hay discrepancia en que el PSC debe recuperar la centralidad y escuchar más a la sociedad. Seguramente tampoco hay mucha distancia entre güelfos y gibelinos a la hora de decidir alianzas políticas después del tripartito. El problema es encontrar el cómo y concretarlo. O sea que, al final, el logro más radicalmente democrático que saldrá del congreso de Barcelona es la propuesta del viceprimer secretario saliente, Miquel Iceta, de celebrar primarias abiertas para decidir el candidato socialista a la presidencia de la Generalitat, algo para lo que no hacía falta un congreso y que, en cambio, sí tiene interés para la ciudadanía, más allá de claves orgánicas. Será de ese proceso, más que de este congreso de transición, de donde puede nacer un liderazgo, un proyecto político que permita al Partit dels Socialistes continuar la travesía del desierto con la idea optimista de que recuperará posiciones. La trascendencia social de la propuesta está garantizada, mientras que lo que salga del cónclave que hoy termina está condenado a las lecturas orgánicas: cómo serán los equilibrios en la nueva ejecutiva que anoche se cerraba o cómo pasará a la retaguardia a la generación Montilla, llegado el momento de que pasen a la situación b los capitanes —ahora ya tenientes generales— que tomaron el poder tras la revuelta del congreso de Sitges de 1994.

A partir de hoy, y en clave interna, lo primero que debe hacer el partido es perder el miedo al debate. Que las reuniones de la ejecutiva confronten ideas en lugar de buscar la adhesión inquebrantable al líder. El poder que ha llegado a acumular el PSC en las instituciones convertía en una suerte de agentes desestabilizadores a aquellos que expresaban su disidencia en los debates internos del partido. Una vez perdido casi todo, ha sido el propio congreso el que ha permitido las votaciones secretas. Se acabaron las unanimidades asamblearias a mano alzada, en las que el ojo del gran hermano velaba por el orden establecido.

El rechazo expresado por una parte de los congresistas al informe de gestión del ex primer secretario, José Montilla, habría sido difícilmente manifestable de haber continuado la tradición asamblearia cultivada durante años desde la cúpula del partido. El tono autocrítico entonado por el expresidente de la Generalitat fue un atenuante, un elemento que, seguramente, movió a la indulgencia a más de un congresista.

El logro más radical es el compromiso de convocar unas primarias y para eso no hacía falta celebrar un congreso

El nuevo primer secretario, Pere Navarro, tiene, pues, ante sí el reto de liberalizar las estructuras internas del PSC y poner fin a un funcionamiento que ha primado el culto al líder. También debe sembar con sal cualquier terreno abonado para que crezcan los aprendices de brujo, aquellos que suelen primar las maniobras poco claras por encima de la política.

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El liderazgo de Navarro deberá probarse en las relaciones con el PSOE. El congreso ha decidido dar luz verde a la fórmula pactada por los alcaldes Àngel Ros y Manuel Bustos para que los socialistas catalanes puedan expresar su discrepancia de voto dentro del grupo socialista en el Congreso de los Diputados, sin crear grupo propio. El PSC tiene ante sí el reto de federalizar el socialismo español, y está condenado de por vida a seguir viviendo la esquizofrenia de sus dos almas. Esa es una de sus grandes virtudes y de sus grandes defectos.

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