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Bailes, aplausos y sonrisas en la Diagonal

Los socialistas ovacionan de forma disciplinada la intervención de José Montilla La principal discusión del congreso la tienen Ernest Maragall y Rocío Martínez-Sampere en Twitter

Un momento del congreso del PSC en el que votan los delegados.
Un momento del congreso del PSC en el que votan los delegados.MASSIMILIANO MINOCRI

Decenas de personas se agolpan a las puertas del Palacio de Congresos tras el almuerzo. Es difícil perderse, ya que un gran gran cartel que reza “Nou PSC” (Nuevo PSC) preside este edificio de la Diagonal de Barcelona. Esta tarde, sin embargo, toca hablar del viejo PSC, del que se despide, del expresidente de la Generalitat José Montilla. Son las cuatro de la tarde y hay quien trabaja incansablemente por un formalismo como el método de votación del informe de gestión del primer candidato. “¡Es usted delegado? ¡Es usted delegado?”, se desgañita un militante, en busca de firmas. Su esfuerzo vale la pena. El informe de gestión de Montilla será votado en secreto.

El expresidente está igual que hace un año, cuando perdió las elecciones autonómicas frente a Artur Mas. Ha preparado su discurso con ahínco, aunque no consigue enardecer a las masas. El sesudo análisis de las sucesivas derrotas socialistas -llega a decir que “ha tocado fondo”- solo merece dos aplausos. La militancia es ordenada, aplaude cuando toca, no siempre: cuando se arrea al rival –“no aceptaremos que se nos diga que todos los males son culpa del Gobierno de progreso”- y al final de la intervención. Discreta ovación, de pie, con algún que otro destacado líder motivado. El exalcalde de Barcelona Jordi Hereu, un hombre que difícilmente pierde la sonrisa, palmea rítmicamente, como quien pide un ‘bis’ a un cantante de boleros (nadie le secunda: una hora más de discurso en plena sobremesa hubiera adormecido a más de uno); también aplaude con notable entusiasmo Miquel Iceta, exaspirante a primer secretario y mano derecha de José Montilla desde 1995. Los socialistas saben aplaudir cuando toca: cada intervención se cierra con una ordenada orquesta de palmas, incluso hechos tan aparentemente irrelevantes para el futuro del socialismo catalán como la presencia en la sala de la líder juvenil socialista de Finlandia Kaissa Penny, anunciada con notable entusiasmo.

Cuando acaba Montilla llega el turno de los 24 delegados que quieren intervenir. Si el expresidente no levanta pasiones con su oratoria, tampoco ninguno de los participantes demuestra la habilidad de Martin Luther King en el atril. Con la sala instalada en la monótona sucesión de felicitaciones a Montilla por su informe de gestión, el ánimo se traslada a los pasillos. Un congreso de partido es como una boda: reencuentros y presentaciones entre primos segundos; así, el delegado del Vallès Oriental saluda al delegado de la Ribera d’Ebre,  el exjefe de gabinete del ministerio abraza a un militante de base y despacha cuatro anécdotas... El severo discurso de Montilla no afecta al ánimo, todo son sonrisas y buen humor. Incluso Teresa Cunillera, que repetirá en esta legislatura como diputada de Lleida en el Congreso, se arranca con un amago de baile con un joven asesor. No es un vals de gala, pero sí una nota de color en un congreso al que los socialistas han venido a resarcirse de sus heridas y aprender de los errores.

Las estrellas del Congreso adoptan actitudes diferentes. El exconsejero de Economía Antoni Castells, que formó un notable revuelo antes de las elecciones autonómicas, apuesta por pasear disimuladamente. Más se hace notar el candidato a primer secretario Àngel Ros, pegado al móvil. Ros apuesta en este congreso por el pantalón de pinza y el jersey liso, vestimenta oficial del político en días informales. El candidato oficialista y favorito, Pere Navarro, observa discretamente desde la segunda fila, en los asientos de la ejecutiva, en mangas de camisa.

Los debates se suceden, pero la principal batalla dialéctica no se vive ni en los pasillos ni en la sala grande del Palacio de Congresos. Se vive en Twitter, donde desde esta mañana el exconsejero de Educación Ernest Maragall y la diputada Rocío Martínez-Sampere se las tienen a cuenta del grupo propio del PSC, en abierto y para todo el mundo. Unos socialistas luchan por votar en secreto y otros se tiran los platos a la cabeza –con elegancia, eso sí- en público. Cosas del nuevo PSC.

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