La creación contagiosa
Un montón de artistas variopintos llevan meses 'encerrados' en una nave de Matadero Buscan formas alternativas de producir y exhibir arte El experimento es El Ranchito y podrá verse a partir del jueves
Son tiempos de redes, de precariedad de recursos, de crisis, de cuestionamiento. En este contexto, ¿hay formas alternativas de producir y exhibir cultura? Los responsables de la programación del centro cultural Matadero creen que sí y a finales de 2009 pusieron en marcha un experimento para probarlo. "Quisimos habilitar dentro de la institución un espacio para cuestionar la propia institución artística y vincular la toma de decisiones al tejido de la ciudad", explica Pablo Berástegui, coordinador de Matadero. Se trataba de explorar otras formas de lograr los objetivos para los que se creó este centro, como "la formación artística participativa, la reflexión sobre el entorno sociocultural contemporáneo, el apoyo a los procesos de construcción de la cultura y a una mayor visibilidad de los creadores locales, todo ello desde una perspectiva transdisciplinar y de constante diálogo". El resultado material de esta reflexión podrá verse a partir del 15 de diciembre en la "presentación pública" -los organizadores rehúyen el término exposición- de los trabajos realizados a partir de ella.
El público podrá ver los 12 proyectos producidos por Matadero: "No todos estarán acabados necesariamente, porque El Ranchito está concebido como un proceso", precisa Berástegui. Durante el tiempo que se mantenga la presentación de los trabajos en la Nave 16 de Matadero, algunos evolucionarán frente a los ojos del público. Otros, como el trabajo que algunos creadores han realizado en régimen de residencia a lo largo de este año, no serán visibles, aunque han quedado documentados perfectamente en la memoria que se publicará en algún momento de 2012, y que dará fe de la experiencia. Estará a disposición de quien quiera utilizarla "para extraer experiencias y crear sinergias espontáneas".
El proyecto empezó a tomar forma en primavera de 2010. Lo llamaron El Ranchito, "un nombre abrazable, querible, evocador", en palabras de Manuela Villa, coordinadora de contenidos de Matadero. Un nombre que nació con carácter provisional, pero que se acabó afianzando como definitivo. La primera decisión fue organizar unas mesas de reflexión a las que se invitó a diversos profesionales, desde el pensador Amador Fernández-Savater y la comisaria Luisa Fuentes Guaza -que siguen vinculados al proyecto-, el biólogo Juan Freire, Lourdes Fernández, del espacio creativo Off Limits, el filósofo Jordi Claramonte, la productora cultural María Mur, el artista Daniel García Andújar o el arquitecto Diego Barajas.
Trabajo en curso
- Entre el 15 de diciembre y el 22 de abril el público podrá asistir a la presentación de los 12 proyectos del experimento creativo El Ranchito producidos por Matadero.
- También se hará público un archivo que ha documentado todo el proceso.
De esa primera mesa de reflexión surgió la decisión de crear programas de residencia de artistas y pensadores. "Todo, con un carácter experimental y tomando como ejemplo la ciencia. Por ejemplo, se partía de ciertas hipótesis, como el trabajo en equipo", señala Berástegui.
Pero hay más premisas en el ideario de Matadero y estas se aplicaron también a la convocatoria de proyectos para ser desarrollados en El Ranchito: el trabajo interdisciplinar, la creación específica in situ, el carácter procesual o la economía de recursos son aspectos que debían contemplar las propuestas que se presentaran. Para gestionar las residencias y el trabajo de los artistas participantes, locales e internacionales, se creó un equipo compuesto por la arquitecta Nerea Calvillo, los comisarios Iván López Munuera y la citada Luisa Fuentes Guaza, y la productora especializada en artes escénicas Catarina Saraiva.
La propia gestión se afrontó como un experimento más de El Ranchito: "Es importante la decisión como equipo, por eso hemos prescindido de los títulos: comisario, arquitecto... Todo se consensúa y eso lleva tiempo, pero nuestro objetivo es buscar nuevas formas de decisión", explica López Munuera.
Al final, el objetivo de El Ranchito es bastante sencillo: "A nosotros nos interesa promover la investigación, queremos estimular la creación de nueva obra financiando proyectos o acogiendo artistas en residencia", resume Berástegui. Por eso equipara la presentación que tendrá lugar a partir del 15 de diciembre a una "especie de bienal", en la que se muestra lo último en creación.
Escaparate vivo
A partir de ese día, la Nave 16 de Matadero se convertirá en un escaparate vivo en el que los distintos grupos que han trabajado durante meses en El Ranchito mostrarán el resultado. Una característica común de muchos de los proyectos es su conexión con la realidad inmediata. El colectivo Todo por la Praxis, integrado por una variada mezcla de arquitectos, abogados y periodistas, entre otras profesiones, ha explorado en Banco guerrilla prácticas urbanísticas que hurtan a los ciudadanos el uso de los espacios públicos: "Por ejemplo, las plazas se han quedado vacías y no hay bancos para sentarse, o se colocan bajo un puente unas horquillas para que los indigentes no duerman ahí. No dicen abiertamente que no quieren indigentes, pero esa práctica es lo que transmite de hecho", explica Liliana Grigoriadou (Tesalónica, Grecia, 1982). Para su compañera de proyecto, Laura González (Pamplona, 1984), El Ranchito les ha permitido disponer de un espacio grande para trabajar en el proyecto y, además, han surgido colaboraciones con otros colectivos.
No es de extrañar que el roce entre los participantes acabe en colaboración. Hasta el propio diseño de la Nave 16 está pensado para favorecerlo: "Un aspecto importante era la intervención de los espacios físicos. Había que habilitar estudios para los artistas con el mínimo presupuesto posible", explica Calvillo. La solución fue usar unos cortinones de plástico transparente, capaces de crear particiones según las necesidades, que delimitan los espacios, pero permiten la interacción.
Y es que la gran coctelera creativa de El Ranchito pivota sobre el conocimiento compartido como caldo de cultivo. El proyecto Inteligencias colectivas de Zoohaus lo lleva hasta su extremo: "Es una plataforma digital, una red libre de conocimientos constructivos, físicos, urbanos y sociales. Cualquier usuario puede catalogar una tecnología informal al modo de Wikipedia. Por ejemplo, los indios del Amazonas que emigraron a las ciudades siguen trenzando sillas, pero en lugar de con plantas, con bolsas de basura", explica el arquitecto Manuel Pascual (Madrid, 1980), miembro del colectivo Zuloark y participante también en este proyecto. Zoohaus quiere dejar su huella en Matadero y están construyendo un módulo a partir de esas inteligencias colectivas recopiladas, que van a ofrecer a El Ranchito para que sea utilizado como oficina permanente.
La arquitectura es el objeto de estudio del proyecto 100 - 100 corralas, de Zira02. Marta Catalán (Vigo, 1982) se interesó por este peculiar tipo de vivienda madrileña y fue embarcando a un grupo de arquitectos en la catalogación de la multiplicidad de corralas que han visitado. De cada una han elaborado una ficha en la que han recogido, además de datos arquitectónicos, quiénes las habitan y la experiencia completa que les proporcionó la visita. También gira en torno a la vivienda y su utilización productiva el proyecto del colectivo Husos, Cotidianeidades doméstico-productivas en Madrid: "Analizamos las capacidades de la vivienda como medio productivo, por ejemplo, al enviar un correo electrónico de trabajo desde casa; o el caso de un pastelero que cocina en su casa, esas sinergias entre lo doméstico y lo productivo", señala el arquitecto Diego Barajas (Bogotá, 1975).
Otros proyectos explotan el mestizaje de disciplinas, como Virtual performances, que ha unido a los colectivos argentinos Cia Putum y BiNeural-MonoKultur. Van a presentar una pieza de teatro documental realizada con Skype. "Trabajamos con actores no profesionales, tres inmigrantes que muestran cómo se relacionan con sus países de origen a través de Internet", indica el actor y dramaturgo Ariel Dávila (Córdoba, Argentina, 1967), que ha unido fuerzas con Cecilia Pérez-Pradal (Buenos Aires, 1976) y Christina Ruf (Hemmingen, 1973) en este proyecto.
El trabajo de Bajo el Sombrero, la iniciativa lanzada hace cuatro años por la artista Lola Barrera (Madrid, 1960), es una extensión de los talleres de creación para personas discapacitadas que se celebran en Matadero todos los miércoles. "Se trata de incorporar a quienes tengan talento a la creación contemporánea. Estar en El Ranchito supone nuestro reconocimiento como colectivo artístico. Creemos que es muy importante que los artistas discapacitados estén en contacto con otros artistas. De aquí han surgido algunas colaboraciones: dos artistas de Bajo el Sombrero van a trabajar en un proyecto de animación con Todo por la Praxis", explica Barrera.
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