‘Los amores feroces’: Octavio Paz y la dificultad de teatralizar la poesía
La directora Rosario Ruiz Rodgers realza el universo lírico del escritor mexicano en un espectáculo meritorio pero con lagunas


Son comunes en el teatro las adaptaciones de obras literarias no escritas originalmente para ser escenificadas. Hablamos sobre todo de novelas y textos narrativos con tramas, diálogos, personajes definidos o al menos un hilo argumental del que tirar. Pero la poesía y el ensayo son menos frecuentes: es difícil armar un espectáculo con estas materias primas, más allá de los recitales de poemas, el slam poetry o las llamadas “conferencias performativas”. Los amores feroces, primera producción del Teatro de la Abadía de Madrid esta temporada, llama la atención porque funde precisamente ambos géneros en un montaje plenamente teatral basado en poemas, cartas y ensayos de Octavio Paz. Lo es gracias sobre todo a la sabiduría escénica de su directora, Rosario Ruiz Rodgers, que maneja con buena mano las armas más poderosas de las artes escénicas: la palabra, la luz, la música, la plástica, los cuerpos, el movimiento.
El espectáculo, que toma su título de un verso de Octavio Paz, parte de las reflexiones sobre el amor, el erotismo y la sexualidad que el Nobel mexicano volcó en el ensayo La llama doble. Muchas de ellas se basaron en sus experiencias con tres mujeres: la escritora Elena Garro, su primera mujer y madre de su única hija; la pintora Bona Tibertelli, con la que vivió un romance, y Marie-José Tramini, su esposa hasta el final de sus días. La dramaturgia, firmada por el también mexicano Jorge Volpi, entrevera la biografía amorosa del autor con poemas, cartas y fragmentos de La llama doble, así como textos de personas de su entorno, personificando todo ello en los cuatro personajes en juego. De esa manera, la palabra escrita se materializa y se llena de significado, al tiempo que se teje una trama teatral. Es una estrategia dramática legítima y eficaz, pero un tanto deshonesta en este caso porque pasa casi de largo por la cruel relación de dominio y celos que mantuvo con Elena Garro.
Un poema, una novela, un cuadro o cualquier obra de arte deben disfrutarse sin tener en cuenta sus circunstancias externas cuando se saborean descontextualizados y fuera del tiempo. Pero si se presentan vinculados a hechos biográficos, como ocurre en Los amores feroces, no se pueden eludir algunas cuestiones. Sobre todo cuando se encarnan en el presente teatral. Porque la palabra “pasión” significa muchas cosas, según quién y cómo se diga: puede evocar una entrega absoluta al ser amado, pero también acoso, afán de posesión, celos y violencia.
Más allá de eso, Los amores feroces es un espectáculo que se siente algo forzado en su arranque, como si en las primeras escenas se estuviera aún afinando el tono poético, pero se va ajustando a medida que avanza la función. La obra podría describirse como una degustación auditiva, visual y sensorial de la poética de Octavio Paz. Contribuyen a ello sus cuatro intérpretes, Leonardo Ortizgris, Isabel Pamo, Lucía Quintana y Germán Torres, habitados en todo momento por la poesía: la expresan no solo con la palabra, sino también con sus cuerpos.
Plásticamente, el montaje está muy entonado con el universo lírico del autor. Contribuye a ello el diseño escenográfico ideado por Ikerne Giménez, inspirado en la obra del pintor y escenógrafo Vicente Rojo, amigo y colaborador del escritor. La guinda la ponen la expresiva iluminación de Alberto Rodríguez Vega y la música de Julián Mayorga.
Los amores feroces
Textos originales: Octavio Paz. Dramaturgia: Jorge Volpi. Dirección: Rosario Ruiz Rodgers. Reparto: Leonardo Ortizgris, Isabel Pamo, Lucía Quintana y Germán Torres. Teatro de la Abadía. Madrid. Hasta el 12 de octubre.
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