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MÚSICA
Tribuna
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En busca del canon (de la música popular española)

Del primer rock en español de Tequila, Leño o Miguel Ríos, pasando por cantautores, flamencos, los grupos de La Movida o la irrupción de los ‘indies’, hasta los sonidos más urbanos y mestizos de C. Tangana, Yung Beef o Rosalía, la música refleja la evolución de la sociedad española

Verso de la canción de Extremoduro 'Ama, ama, ama y ensancha el alma', inspirada en una poesía de Manolo Chinato, en una pintada en un muro de Sebúlcor (Segovia) en 2017.
Verso de la canción de Extremoduro 'Ama, ama, ama y ensancha el alma', inspirada en una poesía de Manolo Chinato, en una pintada en un muro de Sebúlcor (Segovia) en 2017.Álvaro Martín (Alamy / CORDON PRESS)
Diego A. Manrique

Las listas de lo mejor tienen un poder magnético. Y movilizador: una vez revisadas, impelen a protestar. La cosecha de esta consulta, entre 40 redactores y colaboradores de EL PAÍS, parece amplia pero inevitablemente detectaremos ausencias. Se lo vamos a facilitar: aparte del catalán, no hallarán presencia de las lenguas de la periferia. Tampoco hay jazz ni folclor. Sí aparece el flamenco (un 20% de los títulos, aunque la mayoría representan formas evolucionadas del arte andaluz). Y pueden seguir buscando huecos.

Con todo, necesitamos este tipo de inventarios. No tenemos una institución evaluadora parecida a la Academia Charles Cros francesa ni la Library of Congress estadounidense, por no hablar de iniciativas tipo Hall of Fame. Y son más que necesarias para entender cuánto hemos cambiado. Esta relación comienza en 1975, con un saludable ecosistema discográfico donde convivían casi todas las multinacionales con sólidas entidades españolas. Pero los procesos de absorción resultaron brutales: ahora mismo quedan las sucursales de tres gigantes mundiales, con una constelación de diminutas compañías independientes.

No se trata de elevar lamentos chauvinistas. Ocurrió que, durante las adquisiciones, con frecuencia quedaron diezmados los archivos de muchas empresas, incluso en el meollo de su negocio: las cintas máster. Si escuchan atentamente, en Spotify aparecen bastantes títulos nacionales que han sido sacados de vinilos, no siempre en perfecto estado de conservación. La sospecha: no se sabe dónde está el máster.

El almacenamiento y cuidado de las grabaciones no era una preocupación en 1975. Había otras urgencias: Gonzalo García-Pelayo, responsable de la Serie Gong, quería hacer coincidir sus lanzamientos —incluyendo los estrenos de Triana y Lole y Manuel— con la celebración del 14 de abril, aniversario de la proclamación de la II República. Aparte, urgía reconducir el rock: otro disco editado por Gong en 1975, el recopilatorio ¡¡Viva el rollo!!, estaba cantado esencialmente en inglés y lastrado por versiones prescindibles de éxitos de los sesenta. Una labor de normalización que en 1978 llevaron a cabo Tequila, demostrando que se podía seducir al gran público juvenil, y Burning (desdichadamente, aquí ausentes); al año siguiente, Leño llevaba al vinilo realidades más agrias. Miguel Ríos, cierto, llevaba años intentando implantar su idea de una cultura rock en España.

El idioma, desde luego, no era problema para los cantautores, stricto sensu, aquí representados por Serrat, Sisa, Cecilia, Chicho Sánchez Ferlosio o Carlos Cano, cada uno con un enfoque propio que ataca el mito de que todos sonaban iguales (se burlaba Aute del cantautor de “voz de cura moralista / y un pelito paternal”). El tópico del cantautor palizas se olvidó definitivamente con Joaquín Sabina, cuyo 19 días y 500 noches abarcaba con autoridad el rock, la rumba o, ya sin tanta puntería, el rap y la salsa.

Los ochenta vieron la eclosión de la nueva ola, posteriormente conocida como Movida. Una generación con una notable curva de aprendizaje, ejemplarizada por la evolución de Radio Futura, Alaska y Dinarama, Nacha Pop y —no nos pongamos pejigueros— Mecano. Fenómeno además de alcance nacional, como demuestra el buen desempeño de grupos barceloneses —Loquillo y los Trogloditas, El Último de la Fila— más la presencia donostiarra (Duncan Dhu) o viguesa (Golpes Bajos).

Como es inevitable, cada movimiento de­semboca en su negación por la siguiente oleada. En los noventa, el país se llenó de grupos indies cantando en inglés (y ahí está Dover para recordarlo), aunque los más inteligentes usaron el castellano e hicieron las paces con los hallazgos de quintas anteriores: Los Planetas, Family, Astrud y, un poco descolgados, Xoel López y Vetusta Morla. De hecho, la gran historia de éxito de esa década corresponde a Extremoduro, cuyo Agila enriquecía el rock barrial de Rosendo y compañía con aliento poético y desgarro expresivo.

El siglo XXI ha visto la eclosión del sonido urbano, de origen un eufemismo de la mercadotecnia estadounidense para referirse al mercado y la cultura afroamericanos. Aunque el rap ya había hecho acto de presencia (caso de Mucho Muchacho), el género evolucionó hacia el trap y otras mutaciones de difícil denominación. Algunos de estos desplazamientos han impactado en el planeta entero, como la conversión de la cantaora Rosalía en, simplificando, artista del urbano caribeño. La trayectoria de la de Sant Cugat del Vallès también puso el foco sobre uno de sus cómplices en El mal querer, el productor y compositor El Guincho.

Por el contrario, no se aprecia voluntad imperial en el granadino Yung Beef, cuyas letras suenan herméticas fuera de su subcultura y, en un mundo ideal, incluirían subtítulos y traducción. Al otro extremo, la inmersión de C. Tangana en las músicas hispanoamericanas con El Madrileño. En complicidad con Kiko Veneno, Andrés Calamaro o Niño de Elche, Antón Álvarez logra una seductora síntesis subjetiva de estos 50 años, potenciada además por su afinidad con lo que algunos llaman la España de ultramar.


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Sobre la firma

Diego A. Manrique
Periodista musical en radio, televisión y prensa escrita, ocupaciones evocadas en el libro 'El mejor oficio del mundo'. Lo que no impide su dedicación ocasional a la novela negra, el cine, los comics, las series o la Historia. 
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