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crítica literaria
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

‘El milagro egipcio’: un antropocosmos en el templo de Luxor

Tras más de una década de investigación, el teósofo Schwaller de Lubicz desarrolló un enfoque simbolista que logró emparentar la egiptología con la tradición esotérica

Milagro Egipcio Luxor
Luxor, en 1950.HENRI CARTIER-BRESSON (MAGNUM PHOTOS / CONTACTO)
Juan Arnau

Neopitagórico, alquimista y teósofo, Schwaller de Lubicz se encuentra en el otro polo de la ecuación moderna. Pasó 12 años en Luxor (1939-1951), donde encontró vínculos entre la civilización egipcia y la tradición hermético-pitagórica. Desarrolló un enfoque simbolista de la egiptología que no sentó bien a los arqueólogos. Procedía de una tierra fronteriza, Alsacia. Pensaba en alemán y escribía en francés. Con siete años tuvo su primera revelación: la conexión entre la unidad y la dualidad. A los 14 comprobó, mientras preparaba ácido clorhídrico en el laboratorio de su padre, que la materia respira luz. La luz era “fuego rarificado y espiritualizado” y poseía las mismas propiedades que el fuego. Advirtió un rol creador y catalítico en la luz. Pero la luz, que mide todas las cosas, es aquello que no puede medirse. Su investigación debe ser cualitativa, partir del color. Entre el Uno y el dos hay una escala cromática que revela las leyes de la manifestación.

La vida crea sin cesar y de manera impredecible formas cada vez más complejas. La fuerza creativa de lo divino (de la que todos participamos en mayor o menor medida), es tensión, polaridad, alternancia de la atracción y la repulsión. Esa es la guerra de la que hablaba Heráclito. Esa tensión esencial, primordial, palpita a lo largo y ancho del universo. Empédocles, el chamán, lo vio. De ella depende la vibración del átomo y de la estrella (tenso equilibrio de núcleos explosivos y gravedad implosiva), la pulsión de la célula, el hambre y la muerte, la gestación y la putrefacción. La tensión primordial ata, como una cuerda, el bien y el mal, lo estable y lo radiactivo, el mercurio y el azufre, la vida y la muerte, el cuerpo y el espíritu. Negar uno de los polos, o ignorarlo, es cerrar los ojos a la naturaleza de lo real.

El autor halló un código secreto. El cuerpo es el templo y el templo un mapa de la vida psíquica

En cuanto la Unidad se desdobla, surge la trinidad. El Uno se convierte en dos y ambos, unidad y la pluralidad, forman el primer triángulo. Cualquier cosa tiene esa triple naturaleza: la polaridad (tensión esencial, misterio conyugal) y el contacto con el Uno. Toda generación, toda erótica, es metafísica. Un cosmólogo francés llamaba a este estado “sobrefusión”. El universo está sobrefusionado. Aunque prefiero el lenguaje de los presocráticos, ambos dicen lo mismo. La sobrefusión ocurre cuando calentamos agua muy rápido (a fuego vivo), el agua supera los 100 grados, pero no hierve. En ese estado de tensión interna y no explícita, una semilla basta para que todo cristalice y se produzca el milagro de la creación. Hubert Reeves pone un ejemplo gráfico. Un lago de Siberia se enfrió muy rápido durante la noche. El agua estaba por debajo de los cero grados, pero se mantenía líquida. Un incendio en el bosque desató una estampida de caballos salvajes. Conforme entraron en el lago se oyó un gran crujido, el agua cristalizó repentinamente y los caballos murieron atrapados en el hielo.

Todo lo vivo es una reacción a dicha sobrefusión. Estamos saturados (aunque no lo sepamos) de un éter tenso e invisible que los presocráticos llamaban divino. Todo está lleno de dioses. Bebemos continuamente de ese éter deseante, aunque la mayor parte del tiempo lo ignoremos. Cuando esa ignorancia es profunda, nos desconectamos. Es lo que llamamos depresión. La tecnología provee falsas conexiones y, en un mundo cada vez más conectado, prolifera el aislamiento, la falta de creatividad. A los nuevos totalitarismos les viene bien ese solipsismo (nombre filosófico para el aislamiento), esa adicción a la falsa conexión, esa soledad radical.

Schwaller descubrió en Amenemopet un código secreto, un antropocosmos. El cuerpo humano es el templo y el templo un mapa de la vida psíquica. El atrio es el territorio de la búsqueda. La puerta es el comienzo. El nártex la primera enseñanza. La nave la oración. El peristilo la gestación. El santuario la entrada en el corazón. El ábside extramuros la fontanela. Los órganos de la percepción humana son al mismo tiempo órganos de autopercepción divina. La idea la recoge Tagore. “El ojo no te ve a Ti, que eres la pupila de cada ojo”.

Portada de 'El milagro egipcio', de R. A. Schwaller de Lubicz. EDITORIAL ATALANTA

El milagro egipcio 

René Adolphe Schwaller de Lubicz 
Traducción de Andrés Piquer Otero
Atalanta, 2023
432 páginas. 34 euros

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