Memoria de un horror
En la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA) argentina hubo un centro clandestino de detención, tortura y aniquilamiento donde ingresaron unos 5.000 detenidos. El 90% de los cuales fue asesinado
1. Militaria
En el trágico siglo XX argentino, el periodo (1976-1983) que los militares golpistas (Videla, Massera, Agosti) llamaron “Proceso de reorganización nacional” (PRN), constituye la sima más negra del terrorismo de Estado, de la represión de las libertades, de los asesinatos indiscriminados, de la vergüenza nacional. El caldo de cultivo, sin embargo, estaba ya cocinado desde los sucesivos y desastrosos gobiernos (Onganía, María Estela Martínez de Perón con López Rega y su Triple A) que dieron cauce a la violencia contra la población, justificada desde los llamados “decretos de aniquilamiento”, y crecientemente contestada desde la izquierda por organizaciones armadas de liberación. El PRN, apoyado por Estados Unidos a través del Plan Cóndor (un proyecto de “neutralización” de las izquierdas continentales), tuvo como objetivo, según declaró posteriormente Videla, “disciplinar a una sociedad anarquizada”, es decir, acabar con las libertades que quedaban en el maltrecho país.
Uno de los instrumentos más terribles y eficaces empleados fue la Esma, acrónimo de la tristemente conocida Escuela de Mecánica de la Armada, donde estuvo alojado un centro clandestino (pero situado en un barrio céntrico de Buenos Aires) de detención, tortura y aniquilamiento por el que pasaron unos 5.000 detenidos, el 90% de los cuales fue asesinado. En ESMA (Fondo de Cultura), un estudio colectivo coordinado por Marina Franco y Claudia Feld y prolijamente subtitulado Represión y poder en el centro clandestino de detención más emblemático de la última dictadura argentina, se analizan no solo las características de ese ámbito de tortura en el que la vida cotidiana de los militares disfrazaba el horror, sino también las rutinas del espanto, intentando entender la desalmada lógica de lo que pasó: por qué, a menudo, las víctimas fueron obligadas a confraternizar con sus verdugos (a veces presentándolas como sus parejas sociales), qué se hacía con los niños secuestrados o de las detenidas que daban a luz, cómo “desaparecían” los “desaparecidos” en los llamados “vuelos de la muerte”, quiénes fueron los responsables directos de ESMA. Leyéndolo no he podido evitar pensar en Los 120 días de Sodoma (1975), de Pasolini (y Sade).
2. Mangas
En junio, Penguin Random House (PRH), que está a por todos los nichos de mercado, lanzó Distrito Manga, un nuevo sello dedicado a la publicación y difusión del manga en España. Y lo hizo a lo grande, con cinco nuevos títulos con licencia de Kodansha (la mayor editorial de Japón) orientados a jóvenes a partir de 12 años. La venta de manga en España se disparó con la pandemia: en los últimos años, y aunque no aparezcan en las listas, algunos mangas han logrado cifras de venta muy por encima de los best sellers literarios, lo que explica el interés de los editores por hacerse con un pedazo de la tarta. La taxonomía del manga es tan compleja, jerárquica y ordenada como la del reino animal de Linneo. Apunta no solo a categorías y temas, sino también a lo que los editores llaman “demografías”, es decir, a tipos de lectores y edad de ellos. Grosso modo, los mangas pueden ser kodomo (para niños), shôjo (para chicas), shônen (chicos), seinen (adultos), hentai (mangas de contenido pornográfico), etcétera. Como en todos los mangas, su lectura se realiza de derecha a izquierda, un procedimiento al que los jóvenes se adaptan con envidiable facilidad. Los títulos (ocho) publicados hasta la fecha por Distrito Manga (su directora literaria es Catalina Mejía, la editora de literatura gráfica de Salamandra) abarcan todas las “demografías” citadas excepto la llamada hentai (lástima, me hubiera divertido ver uno del género), y la mayoría forma parte de series cerradas (por eso van numerados), otro procedimiento para fidelizar lectores. Tengo que confesarles que a mí tanto el dibujo como las historias me parecen más bien infantiles, pero a los jóvenes les encanta: si tiene hijos adolescentes, seguro que en su cuarto (que suele estar manga por hombro) encuentran alguno. Entre los últimos publicados por el nuevo sello les recomiendo Complex Age, que contiene un interesante glosario de lo que se llama Cosplay (la moda y rito de disfrazarse creativamente), y el shônen de acción As the Gods Will.
3. BNE
Mi amigo Carlos Sambricio, conspicuo historiador y crítico de arquitectura, y uno de los más eficaces ratones de biblioteca que conozco, me envía desde la Universidad de Lubbock, Texas, un comentario hallado (a través de internet) en un ejemplar de 1837 del semanario No me olvides, subtitulado Periódico de la literatura y las bellas artes, que no me resisto a transcribirles por considerarlo altamente refrescante: “Hemos oído decir que el Gobierno, en época no muy remota, ha dado orden para que se permita la entrada de las señoras en la Biblioteca Nacional. Semejante medida parécenos en estremo [sic] arreglada a justicia; ninguna razón hallamos para que se escluya [sic] a las mujeres de recibir un beneficio de que han menester por lo menos como los hombres. Pero es público que esta disposición no se lleva a efecto, sin que sepamos nosotros cuáles puedan ser las causas que para ello haya; por lo tanto, rogamos encarecidamente a quien convenga que no desestime la súplica que le hacemos, de que se cumpla la citada orden, a fin de que esa preciosa parte del género humano por la cual nosotros abogamos siempre, tenga todos los medios posibles de instrucción”. No me olvides (¡qué gran nombre para una publicación cultural!), surgida al calor del primer Romanticismo (en ella colaboraron gentes como Zorrilla, Gil y Carrasco o Espronceda), fue fundada en 1837, durante la regencia de doña Cristina de Borbón, por don Jacinto de Salas y Quiroga. Por cierto que esa “preciosa parte del género humano” logró el acceso a la Biblioteca Nacional (abierta al público desde 1712) ese mismo año.
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