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Los artistas que vieron el cielo antes que la NASA

Las familiaridad que inspiran las imágenes del espacio captadas por el telescopio Webb tiene mucho que ver con el lenguaje plástico y cinematográfico usado por artistas como Kandinsky o Miró y en películas de ciencia ficción como ‘Gravity’ o ‘Ad Astra’

La primera imagen del telescopio Webb y 'Algunos círculos' (1926), de Kandinsky.
La primera imagen del telescopio Webb y 'Algunos círculos' (1926), de Kandinsky.NASA / ESA
Álex Vicente

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El espectáculo deja sin aliento, pero también despierta un ápice de incredulidad. Las estrellas brillan en exceso y los colores son incongruentes, rayanos en lo kitsch. Y la composición de las imágenes, demasiado bonita para ser verdad. Las primeras fotografías captadas por el telescopio Webb, distribuidas la semana pasada por la NASA y sus socios europeos y canadienses, provocaban asombro pero también una inexplicable sensación de irrealidad. Más que instantáneas científicas llegadas del espacio exterior, uno tenía la impresión de observar una obra de arte, un fotograma de película, una ficción. Una percepción que no es del todo ilegítima o inexacta. Los técnicos que procesaron esas imágenes, repletas de galaxias y exoplanetas a cientos de miles de años luz, partieron de una modelización en blanco y negro que luego colorearon según la longitud de las ondas luminosas. Si nos ponemos prosaicos, lo que vimos el otro día era, en el fondo, un puñado de imágenes posproducidas.

Segundos más tarde, el estupor y la emoción cedían lugar a otro sentimiento incomprensible: la familiaridad. Bastaba un instante para entender su origen: tal vez se hallaba en las numerosas representaciones del cosmos que ha recogido el arte de los últimos siglos, desde las pinturas prehistóricas en Lascaux o la cueva de El Castillo hasta las películas de ciencia ficción más recientes. La alucinante imagen de la nebulosa Carina recuerda a las vistas desérticas de la nueva versión de Dune, a los paisajes arenosos del sur de Jordania donde se rodó Star Wars: El ascenso de Skywalker o a los segmentos cósmicos de El árbol de la vida, de Terrence Malick. Al lado de la espectacularidad del telescopio Webb, de calibre hollywoodiense, las imágenes del entrañable Hubble parecen el mapa meteorológico de una cadena local. Así lo confirmaba Joe Depasquale, jefe de los técnicos de imagen de la NASA, en este artículo en The New York Times, donde reconocía que se sintió abrumado por las imágenes que llegaban del espacio, con “su efecto de claroscuro al estilo de Caravaggio”.

La nebulosa Carina y el desierto de Wadi Rum, en Jordania, donde se rodaron 'Star Wars: El ascenso de Skywalker', 'Marte' y otras películas recientes de ciencia ficción.
La nebulosa Carina y el desierto de Wadi Rum, en Jordania, donde se rodaron 'Star Wars: El ascenso de Skywalker', 'Marte' y otras películas recientes de ciencia ficción.NASA / ESA / SHUTTERSTOCK

Las comparaciones con el lenguaje artístico o cinematográfico no son nada descabelladas. En primer lugar, por los aspectos formales y cromáticos que emparentan estas fotos con la obra de los numerosos pintores que han intentado plasmar sobre el lienzo los misterios que esconde el firmamento, desde Rubens con El nacimiento de la Vía Láctea, incluido en el nuevo recorrido sobre arte y cosmos en el Museo del Prado, hasta los artistas de las vanguardias del siglo XX que descubrieron en el espacio exterior una forma de llevar la pintura a un nuevo lugar, en sentido literal y metafórico, a años luz de la inercia academicista. Por ejemplo, los planetas de Kandinsky en Algunos círculos (1926), una serie de circunferencias pintadas de tonos saturados y casi pop, con los que parece dialogar, décadas más tarde, la obra cósmica de Etel Adnan. En sus Constelaciones (1940-41), Miró observó un espacio saturado de objetos flotantes que recuerda a las imágenes que ahora nos devuelve Webb; entre ellos, animales que simbolizan conjuntos de estrellas como Piscis o Tauro. Algo más tarde, Georgia O’Keeffe dibujó en Starlight Night (1963) formas geométricas en una noche estrellada, como si aludiera al empeño del hombre por poner orden a algo tan ingobernable como el cielo. No es casualidad que lo pintara en plena carrera espacial.

El arte contemporáneo siente la misma fascinación por el Sistema Solar. Lo demuestran las estrellas remotas captadas por Wolfgang Tillmans con un telescopio ultrasensible, cuando el fotógrafo se cansó de inmortalizar la vida nocturna en Berlín y Londres. Los viajes astrales que proponen las instalaciones de TeamLab o los proyectos del colectivo Semiconductor, concebidos con el concurso de la propia NASA. La obra monumental que Trevor Paglen mandó en un cohete, propiedad de Elon Musk, al espacio exterior, donde sigue flotando hoy. O el trabajo de Conrad Shawcross, cuyas instalaciones siguen la trayectoria de los satélites. “Los artistas y científicos compartimos el deseo de representar lo invisible, de intentar ver más allá de lo que se presupone que es cierto y real”, decía hace unos años. “En realidad, muchos artistas trabajan como científicos. Por ejemplo, Monet o Carl André tienen mucho en común: repiten un proceso obsesivamente hasta que emerge un conocimiento situado más allá de nuestro umbral perceptivo”.

Una de las 'Constelaciones' (1940-41) de Joan Miró; 'Starlight Night' (1963), de Georgia O'Keeffe, e 'In Flight Astro (II)' (2010), de Wolfgang Tillmans.
Una de las 'Constelaciones' (1940-41) de Joan Miró; 'Starlight Night' (1963), de Georgia O'Keeffe, e 'In Flight Astro (II)' (2010), de Wolfgang Tillmans.

La NASA lleva décadas siendo consciente del poder de las imágenes que difunde. En los sesenta, el científico James Webb, que da nombre a este flamante telescopio, entendió que la comunicación visual era un factor clave para la agencia espacial y empezó a distribuir fotografías realizadas por los propios astronautas que se convirtieron en clásicos instantáneos. La archiconocida Earthrise (1968), realizada por William Anders, miembro de la tripulación del Apolo 8, fue reproducida por revistas como Life o Time junto a pequeños poemas que subrayaban su categoría de obra de arte y no de instrumento científico.

La historiadora Elizabeth Kessler, especialista en cultura visual y profesora en Stanford, vincula en este artículo las fotografías de la NASA con la pintura estadounidense del XIX, en la que se materializa todo el imaginario del wéstern, y también con sus ramificaciones en la fotografía de comienzos del siglo pasado, con el influyente paisajismo de Ansel Adams o Edward Weston como ejemplos más conocidos. Esa corriente reflejaba el mito de la frontera, relato fundacional estadounidense que explica la migración incesante de los colonos hacia el Oeste. Participando en la conquista y la supuesta civilización de esas tierras salvajes —en esta hermosa ficción siempre olvida citar a las culturas amerindias—, los habitantes del nuevo mundo dejaban de ser europeos y se convertían en estadounidenses a base de tosquedad, ingenio, codicia y sometimiento del medio natural.

Un astronauta del Apolo 15 en la grieta Hadley de la Luna en 1971 y, a la derecha, 'Dunes, Oceano, California' (1963), de Ansel Adams.
Un astronauta del Apolo 15 en la grieta Hadley de la Luna en 1971 y, a la derecha, 'Dunes, Oceano, California' (1963), de Ansel Adams.

Algo parecido a esa frontier mentality, tan arraigada en las artes plásticas y en el cine, desprenden las pasmosas imágenes que nos llegan ahora desde el espacio. La última hornada de películas de astronautas, de Gravity e Interstellar a Marte y Ad Astra, subgénero avivado en la última década, interpretan ese expansionismo intersideral —con nuevas colonias incluidas, no muy distintas a las que ya planean la NASA y la Agencia Espacial Europea— como la búsqueda desesperada de una nueva frontera, puesto que la original se dio por cerrada al alcanzar el Pacífico. Puede que la carrera espacial también sea, como casi todo, una batalla por el relato.

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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.

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