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‘El cocodrilo de Aristóteles’: Una historia de la filosofía del gorro de Rousseau a las sobremesas de Kant

Michel Onfray hace un interesante apunte de 33 autores, muchos franceses, a través de la representación pictórica de un detalle de su pensamiento

'Kant y sus camaradas en la mesa' (1900), de Emil Doerstling. Grabado en madera coloreada por Klose & Wollmerstaedt.
'Kant y sus camaradas en la mesa' (1900), de Emil Doerstling. Grabado en madera coloreada por Klose & Wollmerstaedt.

Dice el filósofo Michel Onfray, en la conclusión de El cocodrilo de Aristóteles, que ha dejado fuera de esta ‘historia de la filosofía’ a través de la pintura a algunos grandes autores por falta del cuadro que sintetizara en un detalle su pensamiento, esa equivalencia que Husserl llamó el ‘analogon’. Su libro no es propiamente una historia de la Filosofía, sino un interesante apunte sobre 33 filósofos (Deleuze y Guattari son tratados como uno), y otros tantos cuadros, en el que pesa quizás demasiado la nacionalidad del autor. Un tercio de los seleccionados son franceses como él. Están los pesos pesados de la Antigüedad clásica, pero escasean los grandes pensadores alemanes o británicos.

Onfray se salta además su propio criterio. Aunque confiesa no haber encontrado ningún cuadro de Epicuro, lo incluye valiéndose de una naturaleza muerta dominada por una calavera, que representa lo opuesto a la sobriedad vital del filósofo atomista. La mirada del autor es poco complaciente con los ‘padres’ de la filosofía occidental. A Aristóteles lo vemos en un cuadro de Jean-Baptiste de Champaigne puramente decorativo, en el que el filósofo parece recibir órdenes del que fuera su pupilo, Alejandro, que le ha hecho traer nada menos que un cocodrilo. Aristóteles, que escribió de casi todo, dedicó también páginas a estos saurios. En cuanto a Platón, no hay duda de que la idea que resume su obra es el mito de la caverna. El cuadro escogido aquí es, sin embargo, una alegoría católica de esa caverna. Onfray no le perdona que su obra fuera “muy útil para edificar la fábula cristiana”.

Los mayores elogios del libro se los dedica a Michel de Montaigne. Un tipo que escribió a partir de sus experiencias vitales, que fue abierto y sensible, y nada libresco o profesoral. A juicio de Onfray, sin Montaigne la filosofía francesa “jamás habría existido”. Eso sí, se le representa, como niño rubicundo, en un cuadro de escaso interés. Y es que la selección de cuadros es sumamente desigual. Hans Holbein firma, por ejemplo, un soberbio retrato de Erasmo, un pensador que podría haber evitado los desgarramientos de la Reforma y las guerras de religión si el Vaticano se hubiera dignado a escucharle, piensa Onfray.

Pero a Immanuel Kant, en cambio, lo vemos en una curiosa pintura de Emil Dörstling, sentado ante una mesa con mantel blanco y rodeado de devotos comensales. ¿Por qué esta imagen? Quizás porque le conviene al autor. Kant, soltero sin hijos, al que imaginamos como un solitario, volcado en sus arduos tratados filosóficos, metódico en extremo, no soportaba comer solo. De modo que invitaba a compartir su mesa a personalidades de lo más variadas.

También pueden ser engañosas las ideas sobre dos filósofos que inspiraron lo mejor y lo peor de la Revolución Francesa: Voltaire y Jean-Jacques Rousseau. Al primero lo califica de “desconocido célebre” porque nadie lee sus múltiples obras. Serán sus batallas justicieras las que le conviertan en el precursor “del intelectual moderno”. Rousseau, por su parte, nos sorprende con su gorro de piel, en un bonito lienzo de Allan Ramsay. Este gran promotor de las virtudes de la naturaleza, que escribió un tratado ejemplar sobre educación (‘Emilio’) dejó a sus cinco hijos a cargo de la beneficencia pública. Su amor por la sobriedad contrasta con su obsesión indumentaria, de la que deja constancia en las cartas a su benefactora, la señora Boy de la Tour.

Onfray procura hacer sangre también en las contradicciones de un Karl Marx, al que evoca a partir de un cuadro de Hans Mocznay. Lo vemos en una pequeña sala tomando té junto a Engels. Los dos trajeados elegantemente, muy diferentes a ese proletariado que quieren redimir. Otros dos grandes santones, Freud y Sartre, son tratados con mano dura por el autor, que cierra su libro elogiando a Jacques Derrida.

Portada de 'El cocodrilo de Aristóteles', de Michel Onfray.

El cocodrilo de Aristóteles

Autor: Michel Onfray.


Traducción: Marta Bertran Alcázar y Rosa Bertran Alcázar.


Editorial: Paidós, 2022.


Formato: tapa blanda (240 páginas, 26 euros) y e-book (10,99 euros).

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