Lo nuevo de Big Thief, Yoko Ono, Carolina Durante, Mitski y otros discos del mes
Los críticos musicales de ‘Babelia’ seleccionan los álbumes más destacados de las últimas semanas
Big Thief, la mejor terapia de grupo
Por Xavi Sancho
Big Thief
4AD/PopStock!
Un disco doble sin relato concreto, sin un hilo conductor. Que no cuenta una historia. Todas las canciones son hijas de la misma madre, Adrienne Lenker, pero criadas junto a los otros tres componentes de este combo de Brooklyn, una suerte de grupo de apoyo intelectual y emocional a su líder. Todo sale del mismo sitio, del imperial talento de esta mujer, pero cada corte, aun manteniendo sus genes, ha crecido para ser algo distinto pero siempre maravilloso. Son 20 temas. Podrían ser 30, podrían ser 10. Es absolutamente igual.
Hace tres años, Big Thief confirmaron su condición de banda importante con el lanzamiento de dos álbumes con apenas meses de diferencia. U.F.O.F. y, sobre todo, Two Hands fueron dos obras muy importantes en este menguante universo del indie folk. Pero Lenker no terminó de quedar satisfecha, no tanto por el resultado como por el dolor que le provocó alcanzarlo. No compensaba. Las fotos de promoción de la banda eran retratos de los cuatro abrazados, o al menos tocándose, y como no puede haber en el universo musical actual combo menos sexual que Big Thief, el mensaje era el de una unidad de humanos que trataba de protegerse de un mundo hostil. Pero las dudas llegaron por la retaguardia, por el pensarse mucho y entenderse poco, por el querer liberarse pero no saber exactamente para qué.
Así, este Dragon New Warm Mountain I Believe in You llega tal vez como confirmación de que las terapias funcionan y que, en el contexto correcto y con la compañía adecuada, los potenciales se alcanzan. Este es un disco casi perfecto, un derroche de ingenio y sensibilidad, aparentemente frágil pero no exento de carácter e incluso de sentido del humor. Resulta casi imposible no enamorarse de él tras la primera cita, cuando termina ‘Blue Lightning’, el último tema, delicioso corte de alma country que roza la obviedad sin remordimientos ni coartadas.
Primero de todo suena ‘Change’, uno de los mejores arranques de álbum escuchados estos últimos años; morosa y dulce, compacta. Luego, la percusión disonante de ‘Time Escaping’, una canción de aquellas que podrían durar para siempre. ‘Spud Infinity’ aporta comicidad y una melodía que se acerca un pelín a Dylan. ‘Certainty’ es una puesta de sol. Luego, el disco navega entre el folk de campamento en ‘The Only Place’, la nana casi vacilona en ‘Sparrow’ o los guiños al trip hop en ‘Blurred View’, que es como si el Third de Portishead se hubiese grabado en un granero en Woodstock. ‘Flower of Blood’ muestra algo de rabia, pero no está del todo convencida de que enfadarse vaya a dar resultado. ‘Wake Me Up to Drive’ es reminiscente del country pop noventero, pero tan tímida que casi pide perdón por poder tararearse. Algo similar sucede con la soberbia ‘Simulation Swarn’, que en las manos de Charli XCX o La Roux hubiese sido un inapelable hit de pop elástico.
Pero aquí no hemos venido a dominar el mundo; con dominar nuestros bajones, nuestras dudas, ya nos alcanza. Este disco es un enorme canto a la amistad y la empatía, una cosa sensible que parece que podría romperse o venirse abajo en cualquier momento, pero no por ello renuncia a bailar, a cantar y hasta a contar un par de chistes. Álbumes como este suceden pocas veces. Y, cuando lo hacen, es bueno atraparlos y quedarse a vivir en ellos tanto como se pueda.
Black Country, New Road: excentricidad relativa
Por Iñigo López Palacios
Black Country, New Road
Ninja Tune/Pias
Como Black Country, New Road condensaban en las seis canciones de su primer álbum, publicado hace poco más de un año, mucho de lo que se ha hecho en el pop, el rock y hasta el folk británico del último medio siglo, cada cual tiraba de sus propias comparaciones. Podían ser sonidos inolvidables; por ejemplo, cuando entran en bucle tienen un aire a The Fall, pero también otros menos memorables, como Gentle Giant y esa especie de épica de hippy inglés de campo. Son esa simpática banda excéntrica que hace algo fuera de su tiempo. Algo que no debería gustarte, pero te gusta. Gentes que son tan poco cool con sus pintas de estudiantes de primero de Literatura Medieval y su extraña formación (un septeto, tres chicas y cuatro chicos, que incluyen violín y saxofonista) que son totalmente cool. Algo parecido a lo que fueron Battles hace 15 años. O Muse, que entraba en esa categoría al principio de los tiempos.
El problema es que la mayoría de esos grupos solo aciertan el tiro una o dos veces antes de perderse en divagaciones o abusar de la épica y pasan de ser considerados salvadores a ser tratados como algo odioso o menor. Pero en esto llegó la pandemia y resulta que en ese tiempo se enamoraron de un grupo con el que tienen un vago parecido: Arcade Fire. Y como ellos no son de disimular sus gustos, su segundo disco es mucho más ordenado y menos loco: temas como ‘Concorde’ o ‘Chaos Space Marine’ tienen una estructura mucho más formal de lo que acostumbraban. Siguen siendo excéntricos, pero ya de esa escuela más pop que en otras generaciones representó XTC y en otras latitudes Pavement o They Might Be Giants. Una semana después de la edición de este disco, su líder y cantante, Isaac Wood, anunciaba su salida por problemas de salud mental. Para casi cualquier otra banda, esto sería el final. Pero para una tan poco previsible como Black Country, New Road podría suponer solo otro punto de inflexión.
En el nombre de Yoko Ono
Por Fernando Navarro
'Ocean Child. Songs of Yoko Ono'
Atlantic/Warner
El sambenito de Yoko Ono con los Beatles no solo es injusto ante el propio relato de la banda de Liverpool, sino ante el suyo propio. Se olvida que ha tenido una carrera como cantante y compositora al menos digna de conocimiento. Yoko ha sufrido el desprecio de un público muy masivo. Harto de esto, el líder de Death Cab for Cutie, Ben Gibbard, dirige este álbum de tributo que se hace más accesible para el oído que muchos de los temas originales, estrujados por la experimentación de su autora. Desfilan nombres como The Flaming Lips, US Girls, Sudan Archives, Japanese Breakfast y Deerhoof. Destacan las versiones —menos discordantes, pero también más ligeras y bellas— de Sharon Van Etten, David Byrne, Jay Som y Yo La Tengo. Un homenaje que suma.
Carolina Durante, ambiente festivalero
Por Carlos Marcos
Carolina Durante
Sonido Muchacho
El mundo es más sencillo si lo pinta Carolina Durante. Se trata de enchufar unas guitarras, apuntalar la batería y cantar con la vena hinchada. Poco más. El segundo disco de los madrileños les confirma como el perfecto grupo festivalero para caldear el ambiente, una especie de El Canto del Loco del indie, y tómese este sobrenombre por el lado positivo. Letras ingenuas y divertidas, la referencia continua de Los Nikis y sencillez tanto musical como lírica. Doce canciones en 33 minutos. El reto del cuarteto para cuando se enfrenten al futuro será tratar de ampliar su propuesta estilística, buscar en nuevos caladeros, porque estirar algo tan básico quizá ya no tenga mucho sentido. Pero eso puede esperar: ahora toca pegar botes en los festivales.
La agradable promesa de Mitski
Por Beatriz G. Aranda
Mitski
Dead Oceans/Popstock!
Entre tanto autotune y gruesas producciones, se agradece un disco clásico de temas de tres minutos con estrofas, puentes, estribillos, versos sobre turbulentas relaciones, una producción ochentera llena de teclados y algún guiño a The Velvet Underground. El sexto trabajo de Mitski está formado por 11 buenas canciones inspiradas en el ciclo de los días y en las cosas (y las personas) que no podemos cambiar, interpretadas con voz directa y afilada en 32 minutos escasos. Puede parecer compuesto en un dormitorio, pero a ratos coge aire aspirando a formar parte del entorno natural (“los árboles se balancean con el viento como anémonas de mar”, reza un tema) y recoge el lado más accesible de una artista que aún no ha cumplido los 30. Promete.
De Linares al cielo
Por Luis Gago
Cristina Gómez Godoy y Daniel Barenboim
Warner Classics
¿Qué tocan las músicas andaluzas de ahora? La linarense Cristina Gómez Godoy, el oboe, y a un nivel tan extraordinario que es la solista de este instrumento (y antes lo fue de corno inglés) en la Staatskapelle de Berlín, una de las orquestas más antiguas de Europa. Ahora se luce en solitario con la formación juvenil y multirracial de la que también formó parte, la West-Eastern Divan Orchestra, como solista de dos de los conciertos capitales del repertorio para oboe: el luminoso y clásico por antonomasia de Mozart, y el neoclásico y otoñal de Richard Strauss, una de sus melancólicas despedidas del “mundo de ayer”. Bajo la dirección de su mentor, Daniel Barenboim, esta joven increíblemente madura luce un sonido dúctil, una técnica perfecta y una musicalidad propia solo de los más grandes.
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