Izando la bandera negra
Si se aburren, olvídense de las historias canónicas de piratas, rescaten de su biblioteca esa edición manoseada de La isla del tesoro y sumérjanse en ella
1. Piratas
El pirata, el antihéroe privilegiado de la poesía romántica, se presenta como el hombre de mar por excelencia y, también, como aventurero rebelde, siempre enfrentado a los grandes poderes, y como espíritu complejo y atormentado. En ‘El hombre y el mar’, uno de los más hermosos poemas de Les fleurs du mal, Baudelaire, sin referirse directamente al pirata, se dirige a ese tipo de personaje diciéndole: “El mar es tu espejo; y contemplas tu alma / en el vaivén infinito de su lámina / y tu espíritu no es un abismo menos amargo”. Mucho tiempo antes, Byron fijó en El corsario (1814) el patrón que triunfó rápidamente en el Reino Unido (10.000 ejemplares vendidos el día de su publicación) y se extendió por toda Europa como un incendio de pasión y rebeldía lírica. Entre nosotros, Espronceda recogió el relevo en su Canción del pirata (1835), cuyo estribillo asumía el espíritu byrónico: “Que es mi barco mi tesoro, / Que es mi Dios la libertad. / Mi ley, la fuerza y el viento, / Mi única patria, la mar”. Los filibusteros (no me refiero aquí a quienes practican taimadas tácticas parlamentarias, como obligar a votar en bloque dos cosas tan distintas como la subida de las pensiones y la supresión de la mascarilla) se distinguen de los piratas y de los corsarios (los que disfrutan de patente de corso) en que no se alejaban del litoral y solían atacar los asentamientos costeros. De todo ello, y de sus principales protagonistas, informa el ya clásico diccionario de Philip Gosse Quién es quién en la piratería, cuya segunda edición ha publicado Renacimiento (traducción de Antonio Morales) con prólogo de Luis Alberto de Cuenca. Gosse, hijo del crítico y poeta Edmund, heredó de su abuelo Philip Henry la pasión divulgadora, que es la que anima esta amena nómina de piratas en la que están casi todos los que fueron, incluido el legendario bucanero español José Gaspar, alias Gasparilla, que se dedicó presuntamente a asolar las costas de Florida en el siglo XVIII, apoderándose de bienes y secuestrando mozas de buen ver. Historias de piratas hay muchas, pero si quieren algo más serio y actual sobre los piratas de ayer y hoy, échenle un vistazo a Piratas, de Peter Lehr (Crítica, 2021). Y si se aburren, olvídense de las historias canónicas de piratas, rescaten de su biblioteca esa edición manoseada de La isla del tesoro y sumérjanse en ella como el joven Jim Hawkins en el barril de manzanas.
2. Órale, Mendieta
Avalancha de novedades de narrativa. Algunas tan gruesas como Al paraíso (Lumen), de Hanya Yanagihara, la hawaiana que sigue empeñada en escribir la Gran Novela Americana. La dejo para más adelante; bastante tengo con controlar las novelas breves que me llegan, además de las numerosas que mi admirada Marta Sanz, a quien voy a declarar reina de los paratextos, elogia con frases contundentes que los editores hacen suyas en las fajas de los libros. De las nouvelles que he leído (a razón de una cada dos días; nota bene: aunque no lo parezca, hago algo más que leer libros, afortunadamente), selecciono tres por distintas razones. En Sed (Anagrama, traducción de Sergi Pàmies), Amélie Nothomb cede la palabra a un Jesús menos Dios y más humano que nos cuenta su Pasión. Para ser sincero, me ha parecido un pequeño coñazo, a pesar de su breve extensión. Su Cristo moderno y “feminista” (¿?) apesta a oportunismo, y su relato está muy lejos (y no solo en el tiempo) de obras tan valiosas como Estupor y temblores; quizás le habría venido bien echarle un vistazo a la trilogía de la vida de Jesús de J. M. Coetzee (Literatura Random House). La segunda novela breve es La peste escarlata, un clásico de Jack London (traducción de Jesús I. Gómez López) que Chus Visor, librero, editor y exfutbolista, ha incluido en su nueva colección Isla Negra, de reminiscencias nerudianas. El cuento, publicado en 1912 en una de las numerosas revistas que los publicaban, está ambientado en 2073, en un mundo posapocalíptico y despoblado en el que los escasos habitantes que quedan han retrocedido a la etapa de cazadores-recolectores. El protagonista es un anciano, antiguo profesor de Literatura, único sobreviviente de la extraña peste que se abatió sobre el planeta en 2013, y cuyos gérmenes destruían inmediatamente a quienes la contraían, y único capaz de recordar el mundo de antes de ese apocalipsis. Todo ello en el estilo de Jack London y sin evitar la crítica al capitalismo salvaje y a sus consecuencias. Con la tercera novela corta de la semana me lo he pasado bomba: en Ella entró por la ventana del baño (Alfaguara), Élmer Mendoza, el salvaje maestro del noir mexicano, vuelve a poner en escena (por sexta vez; primera en Alfaguara) al Zurdo Mendieta, el detective sinoalense cada vez más maduro, más sabio y más cabreado. En su última peripecia, Mendieta tiene que vérselas, por un lado, con el feroz Siciliano, un exmilitar capo de una peligrosa banda de narcotraficantes, recién salido de una larga estancia en la trena y ansioso de vengarse de quien le metió allí (balaceras incluidas); y, por otro, debe encontrar, para satisfacer el último deseo de un anciano empresario, a la mujer pelirroja con la que vivió 22 años antes un intenso amor cargado de electricidad erótica. Esa mujer que, como la protagonista de la canción de The Beatles (en el álbum Abbey Road, 1969) ‘She Came in Through the Bathroom Window’, entró por la ventana del baño es un magnífico ejemplar de dama noir. Una buena historia contada con canciones, maestría léxica y el dominio de la lengua fronteriza, barriobajera y narco del maestro Mendoza. Todo lo demás me vale madre.
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