Tiradas mínimas, pasión máxima
Libros Walden rastrea en ‘Papeles subterráneos’ la historia de los fanzines en España y su influencia en la escena musical
Abro al azar el imponente volumen Papeles subterráneos y encuentro un poema de Iván Tubau del que recordaba los últimos versos: “Prohibid / la música y el mar y los atardeceres: / dan placer”. El poema se titula Walkman, y dice también: “¿Cómo es posible / que aún sean legales / el mar, la muerte lenta / del sol / los barcos / grandes como el mundo / Miles Davis / y la cinta magnética, los Aiwa / portátiles baratos, las pilas / de todos los timbres que vos apretás / y sobre todo / los demoníacos auriculares?”. Las estrofas están dispuestas sobre la foto en blanco y negro de una ciudad, dos filas de coches con los faros encendidos, y compruebo que se publicó en el número 60.247 ─esto es un juego más─ del fanzine Tingugi en 1999. Yo recordaba haber leído el poema en un libro, pero quizá lo leí aquí, quizá cayó en mis manos un ejemplar de Tingugi en la época en que la música se compartía en casetes grabadas que se podían escuchar en un walkman (mientras se miraba cómo se ponía el sol). Esta página es quizá la menos representativa del tema del libro, pero inmediatamente me transporta a otra época y a otras estéticas, animadas por la energía del “hazlo tú mismo” y por los modos en que se manifiestan la curiosidad y la generosidad de la juventud.
El repaso a Papeles subterráneos puede convertirse en un viaje en el tiempo. Son 300 páginas de álbum que recorren la historia de los fanzines musicales españoles desde los primeros años de democracia hasta la muy precisa fecha del 20 de diciembre de 2011, en que el periodista y escritor Kiko Amat colgaba en su blog el último pdf de La escuela moderna, que editaba junto a su hermano Uri. Abarca varias generaciones de jóvenes, a veces casi adolescentes, que durante unos años encontraron en la producción artesanal de revistas maquetadas con tijeras, escritas a mano o a máquina de escribir Olivetti y después fotocopiadas la manera de comunicarse entre sí, de sentirse parte de algo vivo y especial y de conocer y dar a conocer más cosas sobre sus artistas y músicos preferidos, de los que no se encontraba información en las publicaciones más convencionales.
Lo ha publicado Libros Walden, que antes de ser editorial fue Discos Walden y Gramaciones Grabofónicas, sellos de música que a su vez surgieron del fanzine Bang! Tiene gracia y también todo el sentido que un empeño nacido de aquella curiosidad e impulso antiguos se haya transformado en editorial y haya rescatado y ordenado y ahora presente esta curiosa colección de publicaciones, a la fuerza incompleta a pesar de su enorme extensión. Para empezar ni siquiera tenían depósito legal, por lo que la conservación ha quedado en manos de particulares y de los caprichos del destino, las mudanzas, etcétera. La selección y recopilación ha corrido a cargo de Manuel Moreno, editor del libro, de Abel Cuevas, diseñador, y de César Prieto Álvarez, autor del texto que explica la evolución de este movimiento editorial marginal. Lo hace de manera muy entretenida, desde dentro y como partícipe del asunto, pero con la suficiente distancia como para explicar claramente, a lo largo de ocho capítulos, las fases que atravesó la época dorada del fanzine musical español.
El primer capítulo, ‘Pioneros’, evoca el piso de la calle Augusto Figueroa de Madrid donde se había instalado La Cochu, los Laboratorios Colectivos Chueca, y por donde pasaban los miembros de Tequila, entonces jovencísimos, o El Zurdo y Alaska, entonces parte del colectivo La Liviandad del Imperdible. Son los años que van de 1977 hasta los primeros ochenta, “las fiestas eran de campeonato”, explica Prieto, y en esta época “se sentaron las bases de cuál va a ser el criterio que marcará fanzines posteriores”. Aparecen publicaciones como Kaka de Luxe, 96 lágrimas, Estricnina, Ediciones Moulinsart, El Krápula, Editorial del futuro método, Penetración, Boletín oficial del sindicato de trabajos imaginarios... Desde su rincón al margen, representan muy bien el momento en que surgen: “no hay nada que recuperar, no hay nada detrás. Todo florece”.
Algunos de los grupos que promovían los fanzines triunfaron y ficharon por multinacionales, otros se disolvieron, y eso desembocó en una nueva etapa, marcada por la apertura de nuevas salas de conciertos y en la que “se puede hablar conscientemente del pasado”. Es la mitad de los años ochenta y la época en la que nacen Subterfuge, Rock Indiana y Monster, que acabarían formando sus propios sellos discográficos. En otras ciudades aparte de Madrid comienzan a editarse fanzines, como Pussycat en León, Barna Rock o Último grito en Barcelona y otros tantos en Valencia, Asturias, Sevilla, Málaga o Baleares, en los que se convoca a concentraciones y festivales y se reseña los que ya han tenido lugar. Entre las publicaciones de esta época están Backdrop, Vendetta, Harlem, Mamorro o 18 Rodas. Y en este capítulo recoge Prieto el colmo del fanzine, lo que hacía desde Tenerife Javier Morales con Ecos de Sociedad: “fanzines personalizados; es decir, cuando, por intercambio o petición, había de hacer llegar su fanzine a alguien, se lo redactaba de manera personal, dirigido únicamente a él, así que venía a ser un ejemplar único”.
A lo largo de los siguientes capítulos, y también gracias a un muy completo cuestionario final en el que participan autores de algunas de las publicaciones, el libro explica cómo la escena musical se desarrolla pareja a la aparición y desaparición de fanzines, y cómo esa escena se hace portátil. Más tarde, con la generalización del uso de los ordenadores, que afecta al diseño, y un poco más tarde con la consolidación de internet, que da un vuelco a la distribución y a la manera de relacionarse, los fanzines van perdiendo su razón de ser y desaparecen. Pero mientras tanto, uno a uno, desmañados y expresivos, han dejado el elocuente testimonio de una época que buscaba expresarse como fuera, por sus medios.
Papeles subterráneos
Libros Walden, 2021.
306 páginas. 35 euros.
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