La urgencia de habitar el arte
El sector atraviesa un momento decisivo para dejar atrás el desbarajuste de la pandemia y el riesgo de una precarización sin precedentes. La solución pasa por sentar las bases de una nueva relación con el público
Hay una cita de Goethe en El diván de Oriente y Occidente que me viene a la mente estos días. Es de 1819, pero funciona a la perfección dos siglos después. Alude a la necesidad de diálogo, de ese hábitat social que tanto nos agita, de la urgencia de construirlo todo entre todos, de esa imagen de comunidad que parece ser la puerta de salida a este momento. Dice algo así: “Quien viene al mundo construye una casa nueva, se va y se la deja a otro, este se la arreglará a su manera y ninguno acabará nunca de construirla”. Una idea que me lleva a plantear algunas reflexiones sobre el estado actual del arte.
Lugar
Creo que no hemos pasado una pandemia, más bien esta pandemia nos ha atravesado. No somos ya sin ella. Quizá, solo quizá, ha dibujado un horizonte común en nuestros cuerpos vulnerables, ha dibujado una igualdad que habíamos perdido en ese gusto por la diferencia que solo propone desigualdad. Nos ha hecho parar, mirar hacia los lados, volvernos hacia fuera y mirar a los demás, pues es difícil mirar hacia adelante en algunos momentos, y nos ha hecho mirar hacia el pasado de otra forma. ¿Cómo pensar un lugar desde el arte, en un mundo atravesado por la pandemia? ¿Cómo recuperar la proximidad en tiempos de virtualidad y distancia social? Quizá habría que invertir nuestro concepto de la utilidad de las tecnologías de la comunicación, no para convertir los actos, las acciones y los encuentros en virtuales, sino para pensar el museo como archivo abierto. Y, sobre todo, lo que está por hacer, lo que está por ser: habitar el arte, hacer de la institución un lugar, usarlo, usarlas, nosotras, cuantas más mejor. Tú y yo. Habitar, que es recorrer y reconocer un espacio y hacerlo propio. Habitar, que es convivir. Habitar, que es proyectar y construir. Habitar un territorio, soñarlo y tratar de entenderlo y amarlo. Ir hacia él y verlo venir. Pensar la noción de lugar como comunidad, como un nudo, diría Tim Ingold, quizá mejor un lazo, donde las personas se juntan, se mueven, se encuentran con otros. Generar tejido, coser, tejer un lugar. Hacer comunidad no como un contenedor que encierra, que constriñe, sino como convergencia, simplemente amplitud y extensión. Más que nunca, la institución debe constituirse en un lugar. Un lugar habitado y habitable, literalmente lleno de vida, la de las historias que acoge y las que cargan las personas que la forman. El arte ha de ocupar un lugar central en la recuperación de una vida pública y común, trabajando juntamente con las instituciones culturales, sociales, educativas, con las asociaciones ciudadanas, con los medios de comunicación…
Tiempo
La obsolescencia de las cosas, de los procesos, se ha acentuado. No puedo dejar de pensar en eso. Si el museo es un lugar anacrónico, es posible que sea ese anacronismo el que ahora haya que acentuar. Tenemos que observar la historia y el museo a contrapelo, desvelando urgencias no previstas. Por un lado, profundizar en sus legados, en sus colecciones, y, por el otro, desarrollar una actividad pública coherente y rica. Combatir la dictadura de lo inmediato con la utopía, con la esperanza de lo inminente. Olvidar los fantasmas de un pasado que construyen las formas de dominación presentes y las promesas, las hipotecas de un futuro que no es nuestro. Y usar otros, el pasado, lo que hubiera podido ser, o los deseos del pasado, para que lo que tenga que ser sea diferente; y el futuro inminente, presente, no aplazado. Proponer un encadenamiento diferente, una heterocronía positiva. Buscar la continuidad de un propósito postergado, sin melancolía. Traer a un presente menos urgente, menos imperativo, la memoria y la promesa. Esquivar las mitologías de lo universal, del tiempo histórico como progreso, como evolución, como superación sin límites, y buscar en el pasado la potencia crítica y poética, los reconocimientos postergados y no tanto las identidades. Sumergirse en la belleza subterránea, usurpar el trono de la historia universal.
Acción
Pero… ¿cómo puede ser transformadora una institución gobernada por imperativos burocráticos? ¿Cómo esquivar las leyes del espectáculo y la rentabilidad política inmediata (al margen de su profundo sentido de proyecto político y social, que es innegociable)? ¿Cómo comunicar y evitar a la vez que el mundo de la publicidad y la propaganda se convierta en un fin en sí mismo? ¿Cómo soslayar la dictadura de la hiperactividad, la hiperproducción y el éxito? ¿Cómo producir políticamente, de forma solidaria, colectiva y justa? Quizá reduciendo la distancia del arte con otras prácticas sociales. Limitando las exigencias que hacen del arte cosa aparte, que modelan una distancia social. Deconstruyendo el pensamiento, los mecanismos, las prácticas, los discursos que separan el arte del deseo colectivo. Rompiendo su circularidad haciéndolo circular. Venciendo las arquitecturas distantes y autoritarias mediante la proximidad y el sentido del hacer colectivo. Convirtiendo a la inhóspita institución en hospitalaria. Quizá activando procesos, promoviendo más que explicando. Recogiendo saberes de otras procedencias y renovando las fuentes. El arte como lugar adquiere una forma menos megalómana, menos narcisista, más modesta. Contra la Autoridad, el Autor (genio creador autónomo), la Obra (autosuficiente), la Exégesis (formal o histórica) y el Significado; frente a ello, digo, un espacio y un tiempo colectivo, un contexto, con resonancia poética y discursiva, y con la potencia (o impotencia) de lo estético. Hay que buscar una lengua profana, un hacer más informal, más experimental y colaborativo. Hacer que el arte ocurra, “hacer el arte operativo”, como quería Renau, quizá introduciendo la heterogeneidad, la diversidad social. Porque el arte, como decía Bataille, “no siempre quiere que se le admire”. Trabajar más con procesos que con productos. Recuperar las conversaciones, trabajar en diálogo, evitar el monólogo institucional y académico. El arte como actividad y no como mera mercancía. El arte que da forma, que materializa, que realiza, para salir del arte formalizado y académico, prêt-à-porter, listo para el consumo. Producir arte presente, mano a mano con el artista y su vulnerabilidad, desde el encuentro y la solidaridad, desde la conciencia de su hacer imprescindible.
Nuria Enguita es historiadora del arte y directora del Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM).
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