La historia, la memoria de la Guerra Civil y nuestro tiempo
‘Estampas 1936′ es un cómic que habla del pasado pero cuyos ecos resuenan, como un aviso, en la crispada política española actual
“Siempre se es reaccionario para alguien y rojo para alguien”, Claudio Sánchez Albornoz
En 1988 llegué por primera vez a España y entonces conocí a Felipe Hernández Cava. Él era por esa época uno de los editores de la revista Medios revueltos, y de aquel encuentro quedaron dos hechos importantes: Felipe publicó en la revista un reportaje que poco antes yo había escrito (era la primera vez que publicaba algo en España) y, el más entrañable, se estableció entre nosotros una cierta complicidad y comenzamos a hacernos amigos.
Desde aquellos años he seguido el desarrollo de la obra de Hernández Cava como guionista de historietas, labor que ha realizado acompañado por diversos artistas plásticos que han sabido graficar las reflexiones que, con sus textos, este escritor ha ido haciendo de la realidad y la historia españolas (y no solo españolas), siempre con una agudeza que me parece admirable. Porque Felipe Hernández Cava únicamente escribe sus textos cuando tiene algo que decir y, por ser como es, siempre dice algo atendible, interesante, inquietante, revelador. Y también lo hace cuando habla. Porque Hernández Cava es de los que no descansa, pues es una persona, sobre todo, de las que, a pesar de todos los pesares, nunca se cansa. Y ahora vuelve a demostrarlo.
A mi más reciente regreso a España, Hernández Cava me esperaba con uno de sus últimos trabajos editados: el álbum Estampas 1936, con ilustraciones de Miguel Navia y publicado por la editorial Norma unos meses atrás. Son 36 episodios puntuales, ocurridos durante 1936, el año del inicio de la Guerra Civil Española, y en los que Hernández Cava, con el apoyo de las ilustraciones de Navia, nos introduce en la atmósfera pública e incluso privada de uno de los momentos históricos más álgidos del siglo XX.
Al comenzar la lectura de estas viñetas o episodios tuve la sensación (o la certeza) de que ese libro me estuviera esperando para revelarme, desde su tiempo histórico, el drama de la actualidad y pertinencia que los hechos narrados nos trasmiten. Porque mi llegada a Madrid se producía justo mientras transcurrían unas jornadas preelectorales en las que los bandos en disputa se agredían con casi todas las armas, y las propuestas políticas de cada uno se armaban levantando como consignas los horrores de que eran o serían capaces los otros. Era una ciudad en contienda, dividida, crispada, en la que por todas partes saltaban los rencores. Y hasta se enviaban balas, por suerte solo por correspondencia.
La España que, con la iluminación de acciones y decisiones provenientes de uno y otro bando del conflicto, a través de dramas personales o colectivos nos ofrece Estampas 1936, entrega las evidencias de un país escindido, dominado por el odio al otro, y por la violencia desatada contra el otro, que a veces no era incluso tan “otro”, pero así se le asumía desde las ortodoxias y fundamentalismos del momento: ese odio, que arrastró tras él al miedo, el rencor, los intereses, las negaciones que llevaron a una cruentísima guerra fratricida que, a juicio de Gregorio Marañón, no ha terminado, pues “las guerras civiles duran cien años”, según dijo. Aunque la memoria suele ser mucho más corta.
Las justificaciones que condujeron a aquel proceso las conocemos todos (o deberíamos conocerlas) pues definieron la historia del siglo XX español, y le costaron la vida a decenas de miles de ciudadanos, a manos de otros ciudadanos, uniformados y no. El motor alimentado con el inflamable y eficiente combustible del odio funcionó a todo vapor, provocando una herida que, al parecer, aun no ha cicatrizado, quizás porque, ni siquiera con el bálsamo del tiempo (¿de verdad son precisos cien años?), sea factible su curación. Y esa posibilidad (o realidad) me aterra.
A los diversos episodios de horror, miedo, represión y muerte que recoge el volumen, Hernández Cava le procura una dimensión adicional con citas históricas como las ya incluidas, y que él va intercalando a lo largo del cuaderno (“Podría haber sido fusilado por unos y por otros”, aseguró Manuel Chaves Nogales). Cada una de estas menciones, por lo general calzadas por una firma con autoridad, no solo sirve para explicar o amplificar lo que se va relatando y viendo en cada acontecimiento recogido por la historieta, sino que le ofrece una dimensión significativa y temporal que la eleva por encima de las circunstancias específicas del año 1936, y revelan su permanencia, su dolorosa actualidad… y no solo en el contexto de una campaña política, ni siquiera solo en su lectura española, sino en su capacidad de revelarnos un drama universal (y de ahí mis mayores temores): el de la utilización del odio, el de la división, el del enfrentamiento y la descalificación, escalas que ascienden hacia el objetivo de la eliminación del adversario político.
Porque es gracias a esa capacidad universalizadora del buen arte, que la lectura de Estampas 1936 me ha removido no solo por lo que dice de un país, una época o un conflicto, sino por lo que proyecta hacia otros tiempos, otros contextos, como lo puede ser el que hemos visto exacerbarse en Estados Unidos en los últimos tiempos, o el que atraviesa Cuba desde hace décadas y que hoy veo con dolor cómo se ha enconado con ofensas de parte y parte, con acusaciones, descalificaciones y negaciones, con oídos más sordos que dispuestos a escuchar.
La abundancia de agresiones, que en un momento suelen ser mayoritariamente verbales, se ha convertido en un estado de existencia nacional en muchas partes del mundo. Bandos que se enfrentan, ofenden, acusan, descalifican (con frecuencia animalizando al adversario, que es una manera clásica de deshumanizarlo y, por tanto, de pretender el derecho a aplastarlo), destilan un odio que hace pensar en lo difícil o imposible que serán el diálogo, el encuentro, la conciliación que cada vez más necesita cualquier sociedad escindida por razones políticas más o menos respetables o más o menos espurias. Razones que, supuestamente, todos tienen el derecho a tener, a defender, aunque no el de imponer por la fuerza, el miedo y, mucho menos, la violencia.
La trágica historia de una guerra civil como la que vivió España y que se refleja en las muy dramáticas 36 Estampas de Hernández Cava y Miguel Navia, en las citas de políticos y pensadores que incluye el cuaderno, se eleva entonces como advertencia, como invitación al repaso de una lección que debemos aprender todos, en todas partes, para todos los tiempos. Quizás alguna vez seamos capaces no solo de leer la historia, sino de aprender algo de ella.
‘Estampas 1936′. Felipe Hernández Cava y Miguel Navia. Norma. 88 páginas. 22 euros.
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