Dromgoole no da en la Diana de Lope
El exdirector del Shakespeare’s Globe de Londres ha puesto en pie una versión entretenida pero sin calado de una comedia radiante donde Lope pone en solfa la sociedad estamental y el clasismo
Una comedia sobre el ascensor social y la meritocracia, escrita antes de que estos conceptos se acuñasen, escenificada por Dominique Dromgoole, exdirector del Shakespeare’s Globe de Londres, producida por la Fundación Siglo de Oro y estrenada en los Teatros del Canal de Madrid. Lope puso en El perro del hortelano toda su alma y se proyectó en Teodoro, ingenioso y enamoradizo secretario de Diana, condesa de Belflor. Él y su criado Tristán forman un dúo que les da cien vueltas a los pretendientes de Diana: un conde y un marqués. Si por méritos fuese, los aristócratas de esta función debieran ponerse al servicio de quienes les sirven.
Lope habla de cosas serias con desenfado, sin didactismos, tratando al público de tú, nunca con superioridad: traza un enredo chispeante con un sentido crítico implícito que anticipa el que caracterizó explícitamente al teatro naturalista. Hay que representar esta función con alegría, pero sin perder de vista su trasfondo. Dromgoole, experto en teatro isabelino, la ha montado según el estilo y los usos del siglo XVII, entendidos de manera libresca: deja encendida la luz de sala para que los actores puedan observar al público que les observa, pone por toda escenografía tres marcos que evocan los de las puertas de los corrales de comedias, salpimenta la acción con canciones de la época…, pero no acierta a dar cuerpo dramático al conflicto poderoso que mueve la acción.
La Diana que, dirigida por Dromgoole, dibuja María Pastor es fría, hierática, distante: ni durmiendo pierde su verticalidad. La actriz, dueña de una técnica notable, ocupa el lugar de su personaje cabalmente, dice sus palabras con propiedad, les imprime ímpetu en ciertos momentos y ceremonia en otros, les da forma sin calado. El tupé y el vestuario de esta condesa, rígidos ambos, subrayan su naturaleza calculadora, pero rebajan su sensualidad. Nicolás Illoro ofrece una imagen joven y pulida de Teodoro, pero no tiene su envergadura recia: no es el galán arrebatador que aquí se dice, sino un chico calculador. Entre esta pareja no hay química, ni física, ni enfrentamiento amoroso agónico, sin el cual el mensaje de la comedia queda meramente enunciado.
Raquel Nogueira le imprime dulzura, alegría, genio y picardía a una Marcela, dama de Diana, cristalina y refulgente. El Tristán de Julio Hidalgo parece filósofo circunspecto en lugar de gracioso. Manuela Morales saca petróleo de cada uno de los papeles episódicos que desempeña.
El perro del hortelano. Texto: Lope de Vega. Dirección: Dominic Dromgoole. Teatros del Canal. Madrid. Hasta el 25 de abril.
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