Libertad, dignidad, soledad
La nueva novela de Najat El Hachmi, último premio Nadal, retrata la opresión de la protagonista de manera espléndida, pero flaquea por su falta de vuelo literario

Acercarse a literaturas como la de Najat El Hachmi (Beni Sidel, Marruecos, 41 años) exige una conciencia previa. No es una aproximación a un simple o sofisticado texto literario, de entretenimiento, que también lo es desde el momento en que la autora elige la ficción. No sabe uno si tiene sentido hablar de voces literarias necesarias por dónde miran y desde dónde miran. Pero leerla es entrar de lleno en machismo e identidad, feminismo y opresión, racismo, sexualidad, sororidad, cosificación femenina, violencia, religión, dignidad y soledad. Hay campos —siempre los ha habido— de vigilancia sin necesidad de capataces —el chantaje, los vínculos emocionales, vecinos, padres, miedos—. Hay campos de concentración y de exterminio. Najat es valiente y lúcida, y en su trayectoria personal —como escritora y portavoz muy a su pesar a veces, presupongo— enarbola un feminismo y una búsqueda de la dignidad a través de la libertad. No es voz de nadie más que de ella, pero en su eco resuenan muchas desde una comunidad religiosa musulmana. Y eso no gusta en quienes la consideran traidora desde las esencias retrógradas como las de la falsa progresía.
La obra de El Hachmi se ha desplegado en catalán, comunidad a la que llegó con ocho años. Puede convenirse que, con esta novela, la autora trata de complementar el mapa que va desde la sombra del padre (El último patriarca), el homenaje a la madre (Madre de leche y miel), conflictos generacionales (La hija extranjera) o, en forma de ensayo, el esencial Siempre han hablado por nosotras.
El flamante Nadal parte de una carta de la narradora a una de sus amigas de infancia —con una tercera como pivote necesario—, chicas marroquíes de periferia que luchan por salir de su entorno —religioso, social, laboral—. Pero también del papel que le da nuestro sistema por el hecho de ser mujer, tener un cuerpo, una personalidad que no se adapta a unos estándares masculinos, represivos, lisa y llanamente, salvajes. El libro se despliega a lo largo de décadas. El ambiente opresivo y sin salida —el enemigo eres tú y los que te quieren, los que te vigilan, te sancionan y te estafan— está conseguido de una manera espléndida. Vemos a dos, tres, un puñado de mujeres con el cuerpo y la dignidad atrapados en una zapa de lobos. Quieren escapar, pero es imposible hacerlo indemnes. Han de dejarse la mitad del cuerpo, la madre, víctima y culpabilizadora, la comunidad, el hijo, el cuerpo, el deseo.
El nihilismo de la propuesta de Najat es tremendo, desolador. Y no literaturiza apenas: sabe de qué habla. Mucho menos apela al maniqueísmo. No le hace falta. El problema de El lunes nos querrán es de otra índole, novelesco, de oficio de la autora. El viaje se hace moroso. El texto se despliega sin brillo lingüístico, los hechos se imponen demasiado a su contexto, o sin evocación o a miradas distintas. La seguimos en clave de ficción y ahí, quizás con menos páginas, con más incidencia imaginativa o trabajo literario, la novela hubiera sobrevivido por encima de lo importante que es que alguien quiera escribir una novela así.

El lunes nos querrán
Najat El Hachmi.
Destino, 2021.
304 páginas. 20,90 euros
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