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Entregados al nacer

Judith Butler, la pensadora que revolucionó el feminismo con ‘El género en disputa’, defiende en ‘La fuerza de la no violencia’ una igualdad radical sin paternalismos

Judith Butler durante una visita de la filósofa a Barcelona, en 2015.
Judith Butler durante una visita de la filósofa a Barcelona, en 2015.Joan Sanchez
Máriam Martínez-Bascuñán

Se llamaba Eric Garner y murió en 2014 en EE UU, después de que un policía le pusiera un torniquete en el cuello. Era evidente que se asfixiaba, pero lo llevaron deliberadamente al borde de la muerte hasta que dejó de respirar. El caso de Walter Scott, también en 2015, fue distinto. Asustado, le dio la espalda a un policía y echó a correr. Lo liquidaron por detrás como a una presa de caza. Es difícil de entender cómo la vida de estos jóvenes negros se convirtió en una amenaza que debía eliminarse. Y es sobre ello, sobre el fantasma que se apodera de la mente de un policía, capaz de “justificar por adelantado cualquier acción letal que se pueda realizar”, sobre lo que se interroga la pensadora estadounidense Judith Butler en su última obra, La fuerza de la no violencia.

La autora que puso patas arriba el feminismo introduciendo la teoría queer con El género en disputa vuelve a situar la igualdad en el centro de su reflexión. Y lo hace con distinciones que pertenecen a su universo: solo será posible un nuevo imaginario político que parta de una idea radical de igualdad si reconocemos que toda vida es digna de ser llorada. Es así como Butler nos habla de la distribución diferenciada de su valor, de cómo muestra una estructura de desigualdad: “La prohibición de matar, por ejemplo, solo se aplica a aquellas vidas que son dignas de duelo”. Es el subtexto sobre el que se aprehenden las vidas, o más bien su “violenta negación”, pues al perderlas ni siquiera se las llora. Dejar morir es un acto de violencia que a veces se nombra ladinamente como defensa propia, algo que solo es posible desde una fantasmagoría que jerarquiza el valor de la vida. Por eso apagaron deliberadamente la existencia de Eric Garner o Walter Scott, porque “sus vidas nunca fueron vidas”, porque jamás se les dio ese valor, esa dignidad. Y esto, que parece tan lejano, sucede también cuando en Europa dejamos morir a miles de inmigrantes en el Mediterráneo. Son vidas que “no se consideran dignas de salvaguardarse”, personas prescindibles. Eliminar la vida, dejar morir constituyen casos concretos de cómo se reparte diferencialmente su dignidad y valor, de por qué algunas vidas se consideran defendibles o “no merecen perderse” frente a otras atendiendo a criterios epidérmicos o geográficos. Por eso el compromiso con la igualdad solo tiene sentido a través de una ética de la no violencia. Ese es el corazón de la obra de Butler.

Judith Butler

Es interesante que el ángulo elegido para pensar la igualdad sea el de la violencia. Pocos temas son tan controvertidos en el campo de la teoría política. La violencia es algo “lábil”, dice Butler: antes de afirmar si estamos a favor o en contra, debemos dilucidar cómo la definimos y a quiénes consideramos violentos. Nuestra tradición filosófica afirma que el Estado ostenta su monopolio legítimo, pero ¿qué ocurre con las formas de violencia que eluden tal calificación, por ejemplo al presentar como violentos el poder disidente, a las minorías raciales o a quienes están fuera de la identidad nacional? Es desde ahí donde la cuestión de la no violencia como perspectiva ética se conecta con el ideal de igualdad, concretamente en un lugar donde tengamos en cuenta cómo nuestras vidas están implicadas con otras vidas, esto es, desde su interdependencia. Para imaginar algo así, la manera en la que “nuestros destinos están unos en manos de los otros”, es preciso salir del individualismo liberal.

Con tal objetivo, Butler acude al viejo Hobbes como uno de los fundadores de la idea de individuo y del pacto que otorga al soberano, el Leviatán, el monopolio de la violencia legítima. Es uno de los pasajes más fascinantes del libro porque introduce preguntas inesperadas, distinciones con las que no solemos pensar el mundo. El estado de naturaleza de Hobbes arroja a un mundo en guerra a un sujeto libre de cualquier dependencia: “Siempre dispuesto y capacitado, nunca ha sido mantenido o apoyado por los demás, ni llevado en otro cuerpo para nacer, ni alimentado cuando no estaba en condiciones de alimentarse por sí mismo, nunca fue arropado por alguien con una manta los días de frío”. Por el contrario, señala la autora, emerge resplandeciente, adulto, sin vínculo social, armado de ira y deseo. Es desde el inicio un ser completo, sin alteridad. Pero para Butler la fantasía del estado de naturaleza “no es una tabula rasa, sino una pizarra borrada”, un “crimen que no deja huellas” en el que no cabe la idea de interdependencia, pues el individuo quedaría expuesto a la precariedad, a su condición vulnerable.

Sin embargo, mal que nos pese, lo cierto es que “todos comenzamos siendo entregados”. Es nuestro verdadero inicio: una entrega incierta, sin pacto que presuponga que quien nos toma en sus brazos vaya a cuidarnos, como sí pactamos la protección del Leviatán al firmar el contrato social. Eliminar la interdependencia (la idea de la persona como ser relacional) del origen fundacional del acuerdo entre iguales con el soberano implica la imposibilidad de pensar la cuestión de las obligaciones mutuas, incluso las globales: la pregunta de por qué hemos de ocuparnos de quienes nos son ajenos o viven lejos. Pero, advierte Butler, cuidado con construir a los vulnerables desde la pasividad o el paternalismo. La vulnerabilidad debe pensarse desde los espacios de resistencia que ella misma abre, para volver a imaginar la igualdad desde una visión progresista. La defensa de la vida no puede cederse a los reaccionarios, como ocurre con el discurso provida. Es ahí, con un nuevo vocabulario que piense en la igualdad radical y no en el cliché identitario, donde la izquierda debe dar la batalla. Palabra de Butler.

Judith Butler

La fuerza de la no violencia

Judith Butler. Traducción de Marcos Mayer. Paidós, 2021. 368 páginas. 19,95 euros.


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