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SILLÓN DE OREJAS
Columna
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El asesinato del amigo invisible

La parvedad y escasez de las reuniones navideñas ha acabado con aquella estrategia generalizada por la que cada quien solo regalaba al que le tocaba en suerte

Manuel Rodríguez Rivero
Jack Nicholson, en 'El resplandor'.
Jack Nicholson, en 'El resplandor'.

1. Planta

A estas alturas de las entrañables fiestas, las brácteas antes escandalosamente rojas de la poinsetia (Euphorbia pulcherrima; flor de Pascua en España, nochebuena en México, estrella federal en Argentina) que alguien colocó sobre la mesita junto a mi sillón de orejas están francamente chuchurrías o, peor, en sus últimos momentos. Reconozco que alguna vez he vaciado en la tierra que la alimentaba los posos de un reconfortante ­Johnny Walker, pero debe de haber algo más para un deterioro tan rápido. Quizás el virus se haya cebado con ella y, gracias a eso, me esté librando de la infección, quién sabe, la Red está llena de conjeturas, supersticiones y sugerencias, y un día nos dicen una cosa y al siguiente la contraria. Jorge Lozano, por ejemplo, mi semiólogo canario favorito (un día una calle de La Palma llevará su nombre), me recuerda (indirectamente) en una entrevista que este año se conmemora el aniversario de la muerte de Napoleón (“exhalando el más poderoso aliento de vida que haya agitado nunca la arcilla humana”, como escribió el entregado Chateaubriand); y en un artículo, el mismo Lozano cita al microsociólogo Erving Goffman, que afirma que “más que a una familia o club, más que a una clase o sexo, más que a una nación, el individuo pertenece a las reuniones”. No sé lo que opinaría Marx de esa frasecilla vibrante de semioticidad, pero los confinamientos nos han demostrado lo mucho que echamos de menos las reuniones: sobre todo ahora, cuando se han reducido al mínimo y somos muchos los que estamos aquejados del síndrome de la cabaña, como aquel que, en sus manifestaciones más extremas y agresivas, sufren el estudiante Raskólnikov (en Crimen y castigo, capítulo 3 de la segunda parte) o el novelista Jack Torrance (Jack Nicholson) en El resplandor, de Kubrick. La parvedad y escasez de las reuniones navideñas (que, para colmo, hubo quien las celebró en pijama o chándal, qué horror) también han ocasionado como efecto colateral no deseado la desaparición (más bien asesinato) del “amigo invisible”, aquella estrategia generalizada tras la gran recesión de 2008 por la que cada quien (el amigo invisible) solo regalaba al que le tocaba en suerte, y se evitaba el carísimo potlatch de agasajar a todos: y es que hubo años en los que uno tenía que adquirir casi una biblioteca para que todos tuvieran su regalo. En fin, que no hay virus que por bien no venga, Dios me perdone.

Portada de 'Un amor', de Sara Mesa.
Portada de 'Un amor', de Sara Mesa.Anagrama

2. Aniversarios

Es “una verdad universalmente aceptada” (Austen) que las páginas culturales de los periódicos y los suplementos literarios (los que quedan, que, ay, ya van siendo menos) no descansan nunca. Las últimas semanas hemos asistido, urbi et orbi, a la publicación de las listas de los “mejores” libros del año, un juego no tan inane como puede parecer: pregunten a los libreros cómo van las ventas de, por ejemplo, Un amor, de Sara Mesa (Anagrama), después de que varios medios la eligieran mejor novela del año. Ahora llega el momento de anunciar los aniversarios literarios de 2021 (para los chinos, el “año del buey”): un no-bisiesto en el que, por solo citar a los que más me interesan, hace 200 años nacieron Baudelaire, Dostoievski y Flaubert —casi nada—; y hace 100, Patricia Highsmith, Stanislaw Lem, Georges Brassens, y murió la enorme (en todos los sentidos) Emilia Pardo-Bazán. También éste es el año en el que las obras de Hoyos y Vinent, Besteiro, Companys y Azaña (todos muertos en 1940: los dos primeros en la cárcel, el tercero apiolado y el último en el exilio) pasan a dominio público; en el que se conmemora el 40º aniversario de la ley Lang —la que consagró el precio fijo del libro y creó escuela—; y, ya puestos, en el que se celebrará (si dejan) el 150º aniversario de la Comuna de París, el primer intento serio de crear un no-Estado aboliendo el Estado (ver, en Lenin, El Estado y la revolución; Alianza). Que los celebre a gusto.

Portada de 'Memoria y vida', de Henri Bergson.
Portada de 'Memoria y vida', de Henri Bergson.Alianza

3. Bergson

Este es también el año en el que se conmemora el 80º aniversario de la muerte, en enero, de sendos colosos del modernismo que tienen bastante en común (además de ser ambos hijos de madre irlandesa): Henri Bergson (día 4) y James Joyce (día 13). Ya se sabe que la intuición de la durée (la duración) fue el pilar de la filosofía del tiempo y de la memoria del francés: frente al tiempo homogéneo y parcelable de los científicos, la duración bergsoniana es el tiempo experimentado por la conciencia, de manera esencialmente continua y que, sin embargo, no cesa de variar: algo que exploraría William Faulkner, para quien el pasado nunca acaba de pasar (por eso “la memoria cree antes de que el conocimiento recuerde”, como dice el narrador de Luz de agosto). Esta idea del tiempo y de la memoria, que fascinó primero a Marcel Proust, está en la base de la concepción modernista de la conciencia y su relación con la experiencia, tal como puede apreciarse en, por ejemplo, La señora Dalloway, de Virginia Woolf, o en el Ulises, ese “poema de la percepción”, como lo llamó don Antonio Machado. Por cierto que mi primer contacto con el pensamiento de Bergson tuvo lugar indirectamente, mediante el libro La filosofía de Henri Bergson, que recoge la serie de conferencias que le dedicó en 1916 el entonces neokantiano Manuel García Morente con motivo de la estancia del filósofo francés en la Residencia de Estudiantes: allí se publicó la primera edición del libro, luego reeditado en la colección Austral. Por lo demás, la mejor y más directa introducción al pensamiento de Bergson sigue siendo la estupenda antología Memoria y vida (textos escogidos por Gilles Deleuze), publicada por Alianza en su colección de bolsillo.

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