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SILLÓN DE OREJAS
Columna
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Lanzando libros al vuelo

La primera entrega de la nueva trilogía de libros de Guillermo del Toro y Chuck Hogan es una híbrida mezcolanza de ‘thriller’ de segunda categoría

Manuel Rodríguez Rivero
Fotograma de 'La forma del agua', de Guillermo del Toro.
Fotograma de 'La forma del agua', de Guillermo del Toro.

1. Torear

Espero que me perdonen la blasfemia literario-religiosa, pero por alguna razón hincada en las profundidades de mi inconsciente, mientras observaba la trayectoria aérea del libro Los seres huecos (de Guillermo del Toro y Chuck Hogan; Alianza de Novelas) hasta el siempre rebosante cajón de desechables, me vino a la cabeza la maravillosa estrofa 13 del Cántico de San Juan de la Cruz y, de modo especial, el último verso de la lira: “Al ayre de tu buelo, y fresco toma”. Lo del aire de su vuelo (en este caso del pestiñazo literario antedicho) se aplica aquí al libraco volador y tiene que ver con mi decepción. Soy un agradecido espectador de las películas de Guillermo del Toro, especialmente El laberinto del fauno (2006) y La forma del agua (2017), que en un legítimo afán recaudatorio y sobrexplotador su director convirtió luego en sendas novelas (con la inestimable ayuda de Cornelia Funke, la primera, y Daniel Kraus, la segunda), pero, sinceramente, creo que el mexicano la pifia cuando pone su talento a remojar en sus novelas. No pude acabar Nocturna, primera parte de la saga vampírica Trilogía de la oscuridad (2009, 2010 y 2011, publicada por Suma), en la que comenzó su simbiosis con el novelista, guionista y productor televisivo Hogan. Y en cuanto a Los seres huecos, primera entrega (¡glup!) de la presunta (quizá se arrepienta) trilogía Las cintas de Blackwood, les confieso que me ha costado llegar al final: la híbrida mezcolanza de thriller de segunda categoría (eso sí, con agente femenina), alquimistas elizabetianos (sale John Dee, un personaje histórico fascinante, astrólogo y asesor de lo oculto en la corte de Isabel I), consultas a la bola de cristal y seres huecos y/o espectrales que se apoderan de los humanos, me ha resultado atroz, además de irreverente para los seguidores de Algernon Black­wood, entre los que me cuento. Y “si le parece tan horrenda, ¿por qué habla de ella?”, podrían preguntarse. Bueno, pues porque no le perdono que me haya hecho perder un tiempo que podría haber destinado a otras lecturas, porque amenaza con una trilogía, porque la editorial la ha lanzado con honores de importante novedad y porque caí como un tonto en la trampa de sus paratextos. Claro que —no se me escapa— hay ocasiones en que una crítica particularmente negativa de un libro abre el apetito por leerlo (gracias a una reseña así, publicada en un diario de la derecha, conocí, hace muchos años, a la magnífica Idea Vilariño). A ver si va a resultar que a algunos de ustedes, improbables, inasequibles, distantes lectores míos, les pasa lo mismo con esta reseña. Sería como la venganza de Del Toro.

2. Anticapitalismos

En una de las notas preparatorias para su muy citado Sobre el concepto de historia (Obras, libro I, volumen 2; Abada), Walter Benjamin apuntaba que, aunque Marx afirmaba que las revoluciones son la locomotora de la historia, “quizá las revoluciones son el intento de los pasajeros de ese tren (la humanidad) de activar el freno de emergencia”; las notas en cuestión, por cierto, pueden leerse comentadas en el estupendo trabajo, hoy casi inencontrable en castellano —no así en catalán—, de Michael Löwy Aviso de incendio (FCE, 2003). Para Benjamin, esa revolución-freno tenía que ver con detener el desastre del crecimiento incontrolado de la producción provocado por el capitalismo depredador, que solo se preocupa de la obtención de máximos beneficios para ahora sin importarle el mañana. Benjamin terminó su trabajo —una docena de páginas fundamentales que forman una de las más brillantes interpretaciones de un marxista (y judío) sobre la historia— en 1940, muy pocos días antes de su suicidio para escapar de la Gestapo, y mucho antes de que el ecologismo formara parte consistente del pensamiento revolucionario. La revolución, como cree el ecosocialista Michael Löwy, tiene ahora entre sus objetivos imprescindibles tirar del freno del “progreso” para evitar el colapso medioambiental y restaurar la unidad fundamental de la humanidad y la naturaleza, lo que no debe confundirse con la utopía de regresar a un pretendido pasado idílico. Engels, en su (todavía) denostado Dialéctica de la naturaleza (si se encuentra, manéjese la traducción de Wenceslao Roces) y en el Anti-Dühring (traducción de Manuel Sacristán), refleja también una sensibilidad “eco” notable entre los teóricos socialistas de su tiempo. Esa sensibilidad impregna el ensayo Cómo ser anticapitalista en el siglo XXI (Akal), de Erik Olin Wright, que recomiendo vivamente a todos cuantos aún creen que la izquierda tiene arreglo y que el capitalismo no es la bicoca que nos cuentan los neoliberales.

3. Clásicos

Permítanme aprovechar la tradicional repesca de clásicos para llamar su atención, siquiera citándolos, sobre algunos que me parecen destacables. El Parnaso español (RAE y Espasa) recoge en un volumen (más otro de notas y estudios) la summa de la poesía quevedesca tal como la editó en 1648 el humanista Juan González Salas; En demanda de la isla del rey Salomón (Biblioteca Castro; edición de Juan Gil) reúne las exóticas y poco conocidas relaciones de tres viajeros del XVI (Álvaro de Mendaña, Pedro Fernández de Quirós y Diego de Prado) que surcaron el Pacífico sur en busca de la fortuna que prometían las islas fabulosas; Crímenes ejemplares, de Max Aub (Reino de Cordelia; ilustraciones de Pedro Arjona), ofrece la edición “definitiva” de la célebre y popular serie de relatos, microrrelatos y epitafios de uno de los grandes narradores hispánicos de la primera mitad del siglo XX. Más modesto en su presentación es el conjunto de poemas poco conocidos de William Blake a los que se ha dado el título de Augurios de Inocencia (Cátedra) en estupenda edición bilingüe de Fernando Castanedo, que ya había preparado para la misma editorial El matrimonio del cielo y del infierno y la sátira Una isla en la luna, también de Blake.

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