Lucrecia Martel: “En el mito de la fundación de Argentina faltan los indios, los negros, los mestizos y las mujeres”
La cineasta argentina presenta en el Festival de Venecia el documental ‘Nuestra tierra’, que parte del asesinato del líder indígena Javier Chocobar para cuestionar los relatos históricos


El 12 de octubre de 1492, Cristóbal Colón llegó a América. Más de cinco siglos después, el 12 de octubre de 2009, un tiro terminó con la vida del líder indígena argentino Javier Chocobar durante una discusión por la propiedad de la tierra en la norteña provincia de Tucumán. El disparo letal, realizado por el terrateniente Sergio Amín, quedó grabado en unas imágenes que se viralizaron. Ese crimen fue la semilla del documental Nuestra Tierra, que la cineasta Lucrecia Martel (Salta, Argentina, 58 años) estrenó este sábado fuera de concurso en el Festival de Venecia. Los sonidos de las aves que sobrevuelan el monte tucumano en el que vivía Chocobar chocan en la cinta con los de la fría sala del tribunal donde los acusados cuestionan el derecho de la comunidad Chuschagasta a reclamar las tierras que habita desde hace generaciones.
Martel se aleja de la ficción que la consagró con obras previas como La ciénaga, La niña santa y Zama, para adentrarse en el género documental. Cuenta a EL PAÍS que tomó esa elección al darse cuenta que las herramientas que conocía le permitían mostrar la Historia de los últimos siglos de Latinoamérica como una construcción arbitraria: “Qué fascinante este planeta, de gente loca, desquiciada por completo, que se inventa ficciones que establece como verdad y que le permite hacer cosas extraordinarias como cruzar el mar y decir que todo eso a donde llegaron, que ni conocen ni saben qué tamaño tiene ni cuánta gente hay, es de fulano, es de Dios, y decir: nosotros somos los hijos el creador, él nos ama, y a todos ustedes, a los que viven acá, los vamos a eliminar porque son enemigos de Dios”. El relato del descubrimiento de América arrebató el derecho de la propiedad a los pueblos originarios; al independizarse de España, sucesivos gobiernos nacionales lo continuaron.
La cineasta dice que su casa es el lugar en el que están sus perros y su biblioteca y hoy esa casa está en Salta, la ciudad del norte argentino en la que nació, creció y a la que regresó en 2019. Mantiene un departamento en Buenos Aires, en el que recibe a EL PAÍS en la víspera de su viaje a Italia. Entre esas paredes, el siglo pasado estuvo el taller del pintor Antonio Alice y allí pinto el cuadro Los constituyentes del ‘53, que retrata a los autores de la primera Constitución redactada en Argentina. “Todos los que estaban ahí definiendo la Constitución eran varones propietarios. En el mito de la fundación de Argentina faltan los indios, los negros, los mestizos y las mujeres. Todos los problemas de la nación argentina están en ese cuadro”.
El crimen de Chocobar hunde sus raíces en conflictos de tierras repartidos por toda Argentina. Entre 2015 y 2020, Amnistía Internacional relevó más de 300 reclamos de comunidades indígenas. La Constitución de 1994 les reconoce derechos preexistentes al nacimiento de Argentina, hace dos siglos, pero la Justicia muchas veces se los niega.
¿De quién es la tierra? ¿Pertenece a quién tiene su nombre escrito en un papel o a quién la cuida y la habita desde hace generaciones? La pregunta sale en busca de respuestas de la sala de audiencias de Tucumán en la que se juzga el homicidio y crece entre los paisajes agrestes del valle de Choromoro filmados por Martel, entre casas de adobe, cabras, caballos, vacas, cardones, quebrachos y espinillos.
La cámara parte de un mundo vasto y bíblico que se transforma en humano al acercarse a una cancha de fútbol y a la mirada de una mujer que lo observa. De a ratos vuelve a elevarse de nuevo hasta mostrar esas tierras del revés, en un juego de sonidos e imágenes fragmentadas que invitan a cuestionar cómo lo vemos, cómo lo entendemos y a abrirnos a otras percepciones. Por primera vez aparece también la música, con la voz poderosa de la tucumana Mercedes Sosa como mascarón de proa.
Pregunta. La película comienza con imágenes de la Tierra vista desde el espacio. ¿Hay alguna relación con su deseo infantil de ser astronauta?
Respuesta. Se me ocurre que capaz sí, porque a los 15 años me regalaron un telescopio y me la pasaba mirando la luna y tenía sueños como que iba al espacio dentro del telescopio, como si fuera una nave espacial. Una de las razones por las que comienza así es porque uno imagina siempre que fuera del planeta está el universo si sos agnóstica, y yo soy extremadamente agnóstica, o algún tipo de divinidad, de divinidades, si sos creyente. Para mí era muy difícil hacer esta película porque siempre me he peleado mucho con la Iglesia, y más en una provincia en la que está muy unida al poder. Me resultaba muy difícil porque la comunidad Chuschugasta es cristiana y con devociones muy hermosas, bien de un sincretismo latinoamericano donde está la Virgen y también la Pachamama, entonces me parecía bien juntar mis dudas con las posibilidades.
P. ¿Qué peso tiene la religión católica en las ideas sobre la propiedad de la tierra en Argentina?
R. Lo que sucede en la conquista fue eso, decir: “todos ustedes están de regalado porque todo esto es de Dios, que es el que lo creó todo”. Con una simple frase todo el continente ya tenía otro dueño, todo era de Dios, y esa idea de Dios como primer propietario era muy importante en la película. Pero a la vez lo quería tratar con mucho respeto porque el cristianismo que se reinventa en las comunidades es mucho más próximo y benévolo, no es el dios de la guerra, de ir a combatir y conquistar, sino el dios de los cultivos y de la protección.
P. ¿A qué atribuye que Argentina se siga viendo a sí misma como un país descendiente de europeos?
R. Todas las naciones tienen un mito de origen y el de la nación argentina fue definido por una clase terrateniente que necesitaba legitimar su propiedad y lo construyó a su medida. En ese mito la presencia misma del indígena es un problema porque ¿qué derechos tienen quienes pre habitaban ese territorio? Tenés que reconocer su derecho a la propiedad de la tierra, entonces lo que hicieron fue negar sistemáticamente a las comunidades. Cuando vos querés quitarle algo a alguien y no sentirte una porquería, necesitás inventar algo que vuelva legítima tu pequeñez y tu mezquindad. Fijate lo que está pasando en Gaza, una nación que inventa un enemigo para que sea posible soportar ver a personas que aúllan de dolor, que se mueren de hambre. Para que haya gente que se crea con derecho a matar a otra, a quitarle la tierra, tenés que quebrar las más íntimas formas de percepción del otro.
Es miércoles y Martel ha pasado horas lijando el bastón en el que se apoya desde que enfermó años atrás. “No sabía si iba a poder terminar Zama, si esto lo iba a poder continuar. Cuando ves la muerte bien de cerca, el tiempo empieza a ser otra cosa. Por un lado, el día a día empieza a ser más importante; por otro lado, crece la idea de hacer algo que no se queme, que sobreviva más”, señala.
Nuestra tierra es el resultado de una investigación de 14 años. Al aceptar que no iba a tener listo el documental para antes del juicio —celebrado en 2018, con una condena de 22 años de cárcel para Amín y otras de 18 y 10 años para los dos expolicías que lo acompañaron armados ese día—, la cineasta se tranquilizó y comenzó de nuevo.
Ese tiempo extra le regaló, entre otras cosas, un tesoro documental que volcó en la pantalla: cientos de fotografías que muestran cómo se vestían los integrantes de la comunidad décadas atrás, las actividades que realizaban y sus fiestas. “Hay una señora, María Ragido, que vive en una parte bastante inaccesible y todas las veces le decía: María, si usted llega a tener alguna foto, por favor, acuérdese. En el año diez que la conocía saca una cajita de té, de esas de metal, con 400 fotos antiguas, que son las que [en el documental] se ven sobre la mesa. Para que esos tesoros aparezcan se requiere tiempo, debe haber miles de Marías en Latinoamérica que guardan un archivo así. Eso no va a pasar con las personas más jóvenes porque las tarjetas de los teléfonos se pierden, se caen y no hay backup de los archivos digitales”, advierte.
P. Como cineasta, ¿qué fuerza tienen las imágenes del asesinato de Chocobar?
R. ¿Sabés cuántos vídeos atroces hay? Una noticia atroz sustituye a otra, un escándalo a otro y humanamente no podemos retener la atención, pero para mí la buena noticia para los jóvenes que quieren hacer cine y sienten desazón por la producción de imágenes con inteligencia artificial es que hay algo que podemos hacer y que no puede hacer nadie más que un humano: detenerse sobre estas imágenes que circulan constantemente y que rápidamente van a pasar al olvido. Decir: yo me voy a quedar pensando en esto, que es muy poderoso, y lograr compartir con otros lo que sucede ahí. Como humanos tenemos la capacidad de parar la pelota e ir en una dirección que no sea tendencia.
P. Se toma mucho tiempo entre película y película. ¿Cómo logra trabajar a ese ritmo pausado en un mundo cada vez más acelerado?
R. Quizás porque nunca me sometí a la carrera del cine. Si no pudiera hacer más películas haría otras cosas.
P. ¿Cómo qué?
R. Carpintería o, no sé, tengo un tractor con pala, así que podría arreglar caminos. Me encanta hablar con la gente y seguiría haciéndolo sin filmar. Creo que la fantasía del que empieza con el cine es hacer una película de 150 millones de dólares que solo podés hacer en Hollywood y yo desde el principio me salí de esa carrera y encontré que el cine es un lenguaje inmensamente poderoso con el que podía comunicarme y compartir con mis contemporáneos. Esta película la hice para el norte argentino, sin dar explicaciones de las cosas que el norte argentino entiende perfectamente. No puedo trabajar para el resto de la humanidad porque es imposible, si no siempre nos quedamos como en una especie de pensamiento estándar, y tenemos que ser extremadamente regionales. Creo que la globalización le hizo daño al mundo y trajo problemas que no están contemplados en la política global. Nosotros, sobre todo la gente del cine, que registramos el espacio y la voz humana, tenemos que estar atentos a lo próximo.
P. En una charla reciente pidió a los cineastas, a los artistas, tener la audacia de inventar mundos futuros que nos contengan. ¿Cómo se los imagina?
R. Creo seriamente en que hay que pensar en inventar el futuro, que es una actividad humana muy importante para hacer y muy entretenida. Quiero hacer una película de ciencia ficción desde hace un montón.
P. Trabajó en el proyecto de adaptación de El Eternauta, pero naufragó.
R. Me alegro de que haya pasado porque la versión que yo iba a hacer ya tenía esos principios que quiero de comunidad organizada, sin armas, porque en cuanto aparece un arma ya es la voluntad del uno sobre el otro.
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