Débora dos Santos: el bolsonarismo golpista ya tiene su mártir, una peluquera con un pintalabios
Los ultras encumbran a una mujer que se arriesga a 14 años de cárcel tras hacer una pintada con carmín sobre la estatua ‘La Justicia’ durante el asalto golpista en Brasilia en 2023


La bolsonarista Débora Rodrigues dos Santos, peluquera de profesión, 39 años y melena con mechas rubias, nunca había estado en la plaza de los Tres Poderes, ni en Brasilia. En las imágenes de la capital de Brasil que dieron la vuelta al mundo el 8 de enero de 2023 era uno de los puntitos de la turba. Miles de bolsonaristas, con banderas brasileñas y fe ciega en que les habían robado las elecciones, invadieron con furia los edificios acristalados donde late el corazón de la democracia brasileña. En medio de aquella euforia depredadora, un hombre pidió ayuda a la peluquera. Ella se encaramó a una estilizada estatua y, con una barra de carmín rojo, escribió “Perdeu, mané” (Perdiste, idiota). Y siguió haciendo fotos con su móvil, como si estuviera de turismo.
En horas o días, ella y cientos de personas que estuvieron allí sufrieron un shock. Los mandaron a la cárcel, donde Dos Santos ha estado dos años en prisión preventiva. Dos Santos está acusada de los mismos delitos que el antiguo presidente Jair Bolsonaro, de extrema derecha, incluidos golpe de Estado y daños al patrimonio. Ella se juega una condena de 14 años.
El bolsonarismo la ha encumbrado como la gran mártir de la causa. El expresidente habla de Débora como si la conociera de toda la vida. Y con una hábil campaña, Bolsonaro y sus fieles han convertido la barra de carmín en emblema de una campaña por la amnistía y han abierto una grieta en la doctrina del Tribunal Supremo de imponer duras penas ejemplarizantes a la tropa golpista. Primer efecto de la controversia: el juez acaba de enviarla a su casa con tobillera electrónica, la prohibición de usar redes sociales y otras restricciones. En pocos días, once presos han seguido la misma suerte.
Y dos de las investigaciones abiertas contra Bolsonaro acaban de ser archivadas: una, por falsificar su cartilla de vacunación; la otra, por importunar a una ballena jorobada. La policía aún le investiga por otros asuntos, como apropiarse unas jotas regaladas por la monarquía saudí.
Los ultras insisten en la narrativa de que la peluquera es una madre inofensiva, cuyo caso ilustra la desproporción de los castigos y lo que consideran una persecución política. Para el juez instructor, Alexandre de Moraes, es parte de la tropa de choque de una conspiración golpista.

El caso tiene elementos impagables con los que construir un potente relato victimista. Una mujer sin antecedentes que estuvo dos años lejos de sus hijos, de 8 y 11 años, un pintalabios rojo como arma. Y otros elementos simbólicos. El supuesto crimen -inmortalizado por una fotógrafa de Folha de S.Paulo- fue perpetrado ante la sede de la máxima corte sobre una estatua de granito titulada La Justicia, encarnada en una mujer con una venda en los ojos. La frase pintarrajeada tampoco es inocente. La original se la espetó un juez del Supremo a unos bolsonaristas que lo increparon en Nueva York tras la derrota de Bolsonaro. Aquel “perdiste, idiota”, en un tono y un lenguaje inusuales en un togado, triunfó en el universo de los memes. Brasil en estado puro.
Ese es el contexto en el que el 8 de enero de 2023 se produjo la escena que cambió la vida de la peluquera para siempre. En medio de aquella masa enfebrecida que avanzaba, un hombre se dirigió a ella. “Me faltó malicia porque él empezó a escribir [la pintada] y me dijo: ‘Mi letra es muy fea, moza. ¿Me ayudas?’ Y continué escribiendo la frase del juez Barroso”, explicó ella desde la cárcel durante el juicio, llorosa, con las mechas rubias desgastadas. “No fue premeditado (…) No entré en ningún edificio, me quedé en la plaza”, añadió. Tras presentarse como una ciudadana de bien que jamás había cometido un delito, la bolsonarista rogó al juez Moraes: “Quiero pedirle de todo corazón que se compadezca de mí. Nunca me había separado de mis hijos y esto les hace sufrir mucho. Solo quería decirle eso, excelencia”.
Le faltó tiempo al bolsonarismo para convertir su angustiada declaración y los jugosos detalles en munición pesada contra el juez instructor y el resto de la sala que juzgará a Bolsonaro por liderar el complot contra Lula. Como en Brasil las deliberaciones del Supremo son televisadas, todo el país oyó al juez Luiz Fux exponer sus reparos a los 14 años solicitados para la peluquera. “Voy a revisar esa dosimetría [de la pena]. Confieso que a veces me encuentro con una pena exacerbada, por eso pedí una pausa en el juicio”, explicó. Esa discrepancia en una sala que había mantenido una férrea unanimidad en los juicios por el asalto a Brasilia es la veta que explota el bolsonarismo.

El Supremo brasileño, siempre atento al humor de la política, las redes y la calle, ha abrazado en los últimos años diversos cambios de criterio con enormes efectos. El juez Moraes, visiblemente molesto, le replicó que “la acusada llevaba tiempo ante los cuarteles reclamando una intervención militar (…) No fue una simple pintada”.
Mientras los jueces siguen con su sesudo debate, gracias a esta madre de familia, el relato victimista gana potencia entre los brasileños que no necesariamente simpatizan con el ultraderechista. El juez Moraes enfatiza que fue una tentativa de golpe de libro, “no un paseo dominical de señoras con Biblias”.
Dos Santos no encaja totalmente con el perfil del asaltante de Brasilia: un hombre blanco de entre 45 y 54 años, casado, que terminó la secundaria, trabaja como autónomo y gana el salario mínimo, según un análisis del diario O Globo. Y un detalle llamativo, entre los 1.600 encausados había 15 personas con carné del partido de Lula y tres de una sigla más a la izquierda.
En los próximos meses, el expresidente Bolsonaro, varios generales y decenas de militares y civiles serán juzgados por urdir la conspiración golpista. Una novedad porque, desde 2023, solo ha rendido cuentas la tropa.
La peluquera del pintalabios, que vivía con su marido e hijos en Paulínia, en el interior de São Paulo, fue una de esas ciudadanas de la órbita bolsonarista que, tras la derrota electoral, lo dejó todo y tomó un autobús rumbo a Brasilia para acampar frente al Cuartel General del Ejército —por cierto, obra del comunista Oscar Niemeyer—. De allí salieron el día que tomaron al asalto la plaza de los Tres Poderes.
Entre los 500 juzgados como autores materiales del asalto, la mitad ha sido condenada a más de 10 años de prisión. Otros 500 aceptaron un acuerdo para no ser imputados a cambio de hacer un cursillo de democracia, trabajos para la comunidad y mantenerse lejos de las redes sociales. Otro centenar de acusados huyó al extranjero, a Argentina, a Estados Unido, a España… donde han solicitado asilo.
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