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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La oposición venezolana de nuevo sigue el canto de sirenas del boicot electoral

Los eventos electorales deben verse como oportunidades de gol. La mayoría no tienen éxito, pero para que el adversario cometa un error es necesario obligarlo a jugar. Y para obligarlo a jugar, uno mismo tiene que jugar

Edmundo González en Perú
Un cartel con las fotografías de Edmundo González Urrutia y María Corina Machado, en una movilización de la oposición venezolana.John Reyes Mejia (EFE)

Después de lograr una notable unidad al adoptar la vía electoral en 2024, la oposición venezolana se encuentra nuevamente en medio de una batalla divisoria sobre si debe participar en las próximas elecciones regionales y legislativas o no. La líder María Corina Machado ha retomado su mensaje tradicional de boicot electoral. Esta rara vez es una buena estrategia para enfrentar a un Gobierno autoritario, pero resulta especialmente equivocada en el contexto internacional actual.

No es difícil entender el impulso hacia el boicot. Después de un esfuerzo sacrificado y resiliencia noble, la oposición liderada por Machado ganó por un amplio margen las elecciones presidenciales del 28 de julio de 2024, solo para que el Gobierno de Maduro reclamara la victoria de manera obscena y reprimiera violentamente a los manifestantes. Para quienes pensaban que una derrota decisiva en las urnas haría que el Gobierno de Maduro bajara la cabeza y entregara el poder, este resultado fue profundamente frustrante. Para ellos, este fallido esfuerzo electoral solo refuerza la idea de que “las dictaduras no salen con votos”.

Sin embargo, hay otra forma de ver los eventos electorales en un contexto autoritario. Pueden ser vistos como batallas en las que un poder autoritario es, una y otra vez, confrontado y obligado a hacer política. El gran sociólogo Michael Mann sostiene que los errores de cálculo por quienes ostentan poder son claves en las revoluciones. Cuando las fuerzas emergentes del poder se articulan y desafían, los poderes existentes deben interpretar a estas nuevas fuerzas y decidir cómo reaccionar. Por supuesto, hacerlo puede generar divisiones internas y, a menudo, conduce a errores significativos.

Esto es exactamente lo que ocurrió en 2024. El Gobierno de Maduro nunca imaginó que perdería por paliza. Pensaron que, si ponían suficientes obstáculos en el camino, la oposición terminaría boicoteando. Y si las elecciones se llevaban a cabo, el margen sería lo suficientemente estrecho como para que, con su habitual conjunto de manipulaciones, pudieran arañar una victoria. Sin embargo, fueron tomados por sorpresa y tuvieron que recurrir a una serie de medidas vergonzosamente torpes que ni siquiera convencieron a aliados regionales como Brasil, Colombia y Mexico. El 28 de julio fue un “stunning election” que no llevó a una transición, pero sí dejó a Maduro y su círculo degradados y humillados.

Usando una metáfora futbolística, los eventos electorales deben verse como oportunidades de gol. La mayoría no tienen éxito, y hasta un potente disparo a puerta puede ser detenido por un portero bien posicionado. Pero si se mete el balón en el área repetidamente, eventualmente ocurrirá un error que permitirá un gol. Para hacer que el otro lado cometa un error de cálculo, es necesario obligarlos a jugar. Y para obligarlos a jugar, uno mismo tiene que jugar.

Si la elección fuera entre un boicot unificado y una participación unificada, se podría imaginar que la primera estrategia podría ser efectiva. Pero eso no es posible. Como mínimo, habrá una “oposición” cooptada por el régimen para presentarse a las elecciones. Además, incluso ante un llamado al boicot, habrá otros políticos opositores que simplemente no estarán dispuestos a quedarse al margen. Por lo tanto, la verdadera decisión es entre un boicot parcial y una estrategia de participación unificada.

Esto no es un llamado a dejar de lado el liderazgo de María Corina Machado. De hecho, ella probablemente es la única persona que podría liderar un esfuerzo opositor unificado para participar en las elecciones regionales y legislativas. Por supuesto, ella y sus asesores ya se han pronunciado enérgicamente en contra de la participación. Pero ha cambiado de postura en este tema antes y tiene la legitimidad para hacerlo nuevamente. Participar en las elecciones regionales y legislativas no contradice lógicamente la postura legítima de que se respeten los resultados de las elecciones presidenciales del 28 de julio. Más bien, las campañas y los cargos ganados pueden utilizarse para amplificar esas demandas.

Machado debería aceptar y promover estas elecciones si quiere mantener su relevancia. Podemos recurrir a la historia reciente para ver el probable desenlace de su estrategia actual. Juan Guaidó gozaba de altos índices de aprobación cuando lideró el esfuerzo por crear un Gobierno interino en 2019. Sin embargo, con el paso de los meses y años, su audacia comenzó a percibirse como una torpeza impotente. Él y Voluntad Popular promovieron el boicot de las elecciones legislativas de 2020 y desalentaron la participación en las elecciones regionales de 2021. Para finales de ese año, su aprobación era prácticamente la misma que la de Maduro, y sus únicas audiencias reales estaban en Madrid, Miami y Washington D. C.

Esta vez, tampoco pasará mucho tiempo antes de que los agobiados venezolanos se cansen de promesas vacías sobre el fin inminente del régimen de Maduro. Y no tardarán en sospechar que los llamados de Machado al boicot electoral tienen más que ver con mantener su liderazgo dentro de la oposición que con una estrategia viable para el cambio.

El contexto internacional actual es más adverso para la oposición venezolana que en cualquier otro momento de los doce años de presidencia de Maduro. El sueño irresistible de muchos venezolanos de que el regreso de Donald Trump al poder significaría el retorno de la campaña de máxima presión de 2019 y 2020 se ha desvanecido. Primero, Trump canceló el estatus de protección temporal de cientos de miles de venezolanos en Estados Unidos. Luego envió al enviado Ric Grenell a negociar directamente con Maduro sobre los presos políticos y el retorno de migrantes.

Esto realmente no debería sorprender, dado que las únicas veces que Trump mencionó a Venezuela en su campaña fue al hablar sobre el crimen, y en particular sobre el Tren de Aragua. En la primera declaración de Marco Rubio sobre la nueva política exterior de “América Primero”, la palabra “democracia” ni siquiera apareció. Es probable que solo estemos viendo el comienzo de un nuevo enfoque de Estados Unidos hacia Venezuela, en el que la democracia no sea uno de sus pilares.

Además, la atención internacional está en otra parte. Los políticos estadounidenses están consumidos por su propia crisis democrática. Europa está conmovidos ante la capitulación unilateral de Trump ante Vladimir Putin con respecto a Ucrania y lo que esto significa para su propio futuro. Pensar que la oposición venezolana puede exigir a la comunidad internacional para que priorice a Venezuela es una lectura muy equivocada de este contexto. Nadie está prestando atención a Venezuela, y un boicot parcial de las elecciones regionales y legislativas no cambiará eso. Solo lo reforzará.

En cambio, acudir a unas elecciones contra todo pronóstico, movilizar heroicamente al pueblo y denunciar enérgicamente el flujo de medidas autoritarias y abusivas que seguramente tomará el Gobierno podría generar cierta atención y simpatía internacional. Más importante aún, podría movilizar a la población, poner a la coalición de Maduro bajo presión y preservar o conquistar importantes espacios de poder político.


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