Daniel Noboa, el deseo de una dinastía de mantenerse en el poder
El presidente ecuatoriano, hijo del empresario más rico del país, quiere perpetuar el apellido también en el mundo de la política
El 9 de octubre, en pleno fervor de las fiestas de Guayaquil, Daniel Noboa le impuso a su padre, Álvaro Noboa, la Orden Nacional al Mérito en el grado de Gran Cruz. El galardón fue entregado en reconocimiento a su “destacada trayectoria empresarial, filantrópica y su contribución al desarrollo del país“. Lo de menos fue que Álvaro, que lucha contra una demencia senil, llegara vacilante a la ceremonia. Su figura era inconfundible y la carga simbólica de ese momento era clara: la dinastía Noboa continúa su insaciable búsqueda del poder.
El sueño de Daniel Noboa, de 37 años, en la presidencia no es solo suyo. Es lo que su padre, un magnate que hizo fortuna con la exportación de bananos, persiguió por más de dos décadas. Perdió hasta en cinco ocasiones. Nadie lo había intentado más en la historia de Ecuador. Mientras mantuvo el empeño, su hijo se formaba en las universidades más prestigiosas de Estados Unidos. Daniel estudió Administración de Negocios en la NYU Stern School of Business, Administración Pública en la Harvard Kennedy School y Gobernanza y Comunicación Política en la Universidad George Washington.
Entonces no quería ser presidente, prefería ser músico. Su madre era médica. Desde los ocho años recibió clases de instrumentos en conservatorios. Por eso, entre las primeras empresas que constituyó no tuvo nada que ver con el imperio agrícola de los Noboa, sino con la organización de eventos artísticos. Después se pasó a trabajar a la Corporación Noboa, el imperio bananero de su padre, donde se desempeñó como el director naviero más joven. Con su primera esposa, Gabriela Goldbaum, de la que se divorció, mantiene un pleito por la custodia de su primera hija. Tiene otros dos hijos y está casado con Lavinia Valbonesi, nutricionista e influencer.
Dicen de él que en privado es despótico. Pero ha sabido forjarse la imagen de alguien nuevo que va en contra de la vieja politiquería ecuatoriana. Se ha tatuado un ave fénix, el símbolo de su política de seguridad como presidente, un mandato que aspira a renovar en abril en la segunda vuelta de las elecciones. Aunque este domingo esperaba superar el 50% de los votos en la primera vuelta y zanjar la contienda, el empate técnico con la izquierdista Luisa González le obligará a buscar apoyos entre los votantes del líder indígena Leonidas Iza y otros 13 candidatos. La frustración ha sido tanta que prefirió quedarse en el Palacio de Carondelet y no asistir al hotel de Quito en el que sus seguidores lo esperaban para celebrar el resultado.
Su aventura hacia el poder absoluto en Ecuador empezó en 2023. Se presentó entonces con casi ninguna esperanza de victoria. Nadie lo conocía. En un debate entre varios candidatos apareció con chaleco antibalas. Acababa de ser asesinado por la mafia otro contendiente, Fernando Villavicencio. Noboa hizo clic con el electorado. Tampoco es que necesitase mucha más publicidad: el país estaba dividido entre correístas (seguidores del expresidente Rafael Correa) y anti. Los anti, que no eran pocos, se pusieron de su lado.
Aunque no todo fue claro desde el principio. Apareció con el respaldo de una coalición de partidos prestados, presentándose como un candidato de centro-izquierda, un movimiento de marketing político, sin que eso significase que esa era su posición real. Su estrategia fue clara: desmarcarse de la imagen impopular del Gobierno de Lasso, sin rechazar del todo el legado de la derecha. En lugar de confrontar, Noboa se mostró mesurado, casi distante, lo que le permitió navegar entre las aguas turbulentas de la política ecuatoriana.
Lo más sorprendente de su ascenso no fue solo su llegada al poder, sino cómo consiguió lo improbable: gobernar con una Asamblea Nacional dominada por la oposición. Sin mayoría propia, Noboa logró sacar adelante, mediante pactos con diferentes fuerzas políticas, al menos cinco proyectos clave. Sin embargo, la estabilidad de ese acuerdo político se resquebrajó tras el asalto a la embajada de México para capturar a Jorge Glas, exvicepresidente del correísmo, lo que tensó aún más el ambiente político. Desde entonces, la gobernabilidad ha sido un desafío constante para el mandatario.
Noboa, sin embargo, no se rindió. Intentó llevar adelante sus proyectos de ley, aunque uno de los más ambiciosos fue declarado inconstitucional por la Corte Constitucional. La falta de aprobación de la Asamblea no fue suficiente para frenar sus aspiraciones. La lucha por la estabilidad política y la viabilidad de sus reformas sigue siendo el eje de su gobierno, pero con la sombra de un sistema legislativo que ya no lo acompaña. El camino hacia la reelección de Daniel Noboa está marcado por las promesas de un poder familiar, empresarial y político, bajo la sombra del deterioro de los derechos humanos y la extralimitación presidencial. Y, por encima de todo, la perpetuación del apellido Noboa.
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